Un retrato borroso de la heterogeneidad nacional y su factura heredada.
Retrataban con acierto Francesco De Gregori y Joaquín Sabina a la España “de todas o ninguna”, “de blasfemias y sacramentos”, “de chusco y legaña”, “la de Triana contra la Macarena”. Tan lejos del mañana efímero de Machado que alboreaba “de la rabia y de la idea”, seguimos de “charanga y pandereta” al “estilo de la España especialista en el vicio al alcance de la mano”. Y es que, como en aquella famosa conversación entre los sepultureros de Luces de Bohemia, “en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo”.
La filosofía del “y tú más” ha convertido el panorama político en una ciénaga en la que todos parecen querer limpiar al otro con las manos llenas de lodo. ¿Con cuántos problemólogos y solucionólogos contamos en nómina en el Congreso?, como diría el inolvidable Quino por boca de Mafalda. ¿Quién se inventó eso de tener que estar de acuerdo con la oposición porque se critica al gobierno por sus malas acciones contra el pueblo? Los catedráticos de tertulia alfombran como el musgo espeso cualquier debate, atrincherados en la insana costumbre de escuchar para replicar, en lugar de comprender. Y es que son a la polémica lo que el tomate al salmorejo, parte imprescindible del vicio de rascar donde molesta hasta arrancar las túrdigas; pero luego, ¡qué rápido se ofenden! La magnífica doble moral de su libertad de expresión y el gusto por molestar, pero eso sí, no vacilan en llamarte ignorante cuando tu punto de vista se opone al suyo.
“Masona, judía, cristiana, pagana y moruna”, proseguía el ubetense. Partida y querida por todos a su manera, ofendida y anhelada desde lejos e íntimamente. El sinsentido propio de dos hermanos que se insultan, pero no toleran que lo haga otro de ningún modo. Parece que nuestro país en el fondo es así, una España de contrastes, de chorizos y poco pan, de boquilla y esconder la mano, de sobres Balautrados y transparencias, de puertas giratorias y diplomas instantáneos. Puertas azules de bisagras naranjas torcidas a la derecha, rastafaris morados podando rosales de obreros venidos a más, progresismo carca y coronas oxidadas. Democracia sin proyecto común, bienestar de lista de espera, justicia para aquellos que son más iguales que los demás, periodistas dictando sentencias, sheriffs de barrio con mordazas de ley, investigadores de la subvención.
¿Bachillerato o Ciclo Formativo?, ¿leche o soja?, ¿patriotismo o independentismo?, ¿cacao o café? Etiquetados a la fuerza en la absurda dicotomía del conmigo o contra mí. ¿Quién dijo que no tiene sentido la indefinición como herramienta reflexiva? A la vista está, el apoliticismo se abre camino ante la falta de figuras políticas de respeto como las que tuvimos en la forja de la Constitución. ¿El agnosticismo se muestra como la postura más respetuosa ante la intransigencia religiosa y la corrosión del fanatismo? Supositorios de Egoyoina® 600 mg para el mundo que se equivoca e intolerancia erudita para aquellos que no defienden lo mismo.
Un maremágnum desinformativo que quiere que elijas entre las razones contundentes del abecé popular y el país de los exproletarios, entre el sexto motivo progresista y la decimotercera forma de ser retrógrado; entre el diario ultradiestro, el periodismo a pesar de todo y un mundo de ambigüedades. ¿Por qué seguimos distinguiendo entre subgéneros informativos y de opinión en España? Copados o serios, maestrantes o pacíficos verdes, devoradores de libros o de pantalla, comercial o alternativa, clásica o metal. Un país tan heterogéneo y sin terminar de enterarse que la fusión enriquece. ¿Nos estará frenando la agónica costumbre de aferrarnos a lo que nos enseñaron? ¿O más bien como dijo el periodista estadounidense Mark Twain? “Nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas”.
Más que libertad de expresión, que en los últimos tiempos tan mal entendida está, necesitamos libertad de pensamiento: ser realmente libres para escoger, sin ser complacientes ni ofensivos, con naturalidad. “Un pueblo no es verdaderamente libre mientras que la libertad no esté arraigada en sus costumbres e identificada con ellas”, pensaba De Larra. El mestizaje no solo ha sido una clave en la adaptación antropológica, sino social y política. Ya no hablamos de consensos, de acuerdos en los que todos cedan parte, nos agarramos al modelo que mejor nos representaba: la votación “democrática”. ¿Y las minorías? ¿Acaso es más rentable crear oposición que contentar parcialmente a los que pierden las elecciones? Es difícil, desde luego. La feroz dialéctica del clásico futbolístico, donde preferimos que gane un equipo extranjero al enemigo mortal de nuestro equipo. A veces parece que no es tan importante solucionar los problemas como que el otro pierda.
¿Qué se puede esperar de un país que se alegró de los recortes económicos a los funcionarios en lugar de averiguar qué los estaba causando? Muchos lo advirtieron cuando la ola de desprecio por aquellos que trabajaban para el Estado vieron sus sueldos reducidos y congelados: “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. La España de banderas y capital en Berna, de memoria histórica y catedrales con águilas bicéfalas, de Queipo de Llano en Macarena y García Lorca en cuneta, de fraude por desempleo y asientos deportivos calefactados, de fiestas populares y segregación social. No es lo mismo ser un país de contrastes a ser un país de países. Pasado el tiempo después de un golpe, descubres que la fractura mal curada produce más problemas que si siguiera claramente roto el hueso.
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