Desde hace unos años, se ha hecho campaña de descrédito a los jóvenes, se han generalizado los vicios de una parte y se ha llamado Ni-Ni indiscriminadamente a los menores de 25 años. Los adultos de mediana edad tenemos un problema a la hora de delegar y de confiar las tareas importantes a las nuevas generaciones. Sin embargo, como dijo el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, “una sociedad que aísla a sus jóvenes, corta sus amarras: está condenada a desangrarse”.
La falta de inversión en educación, formación y prácticas es el ejercicio suicida de moda en España. Negar lo inevitable (que los jóvenes de hoy son los adultos de mañana y que los adultos de hoy son los dependientes de mañana) es completamente absurdo y contraproducente. Sin embargo, en lugar de generar puestos de trabajo para los jóvenes cualificados y mantener las condiciones laborales que costaron siglos de lucha obrera, muchos proponen alargar la jornada y la vida laboral (en horas a la semana y en años en la vida) para hacer sostenible el crecimiento demográfico.
Gran parte de la población adulta parece haber olvidado que un día fueron niños y adolescentes, parece que han querido olvidar las necesidades y las exageradas emociones de estas etapas. No obstante, lo fueron y necesitaron que alguien confiara en ellos, que les dijera “otra vez, tú puedes”, que les tuvieran paciencia durante el aprendizaje y que un día les dejaran con la responsabilidad de equivocarse solos. Durante años nos han enseñado que aprender es acertar, pero la esencia del aprendizaje está en el error y la rectificación.
Es fundamental que en la educación y en la enseñanza coincidan la teoría y el ejemplo, porque el segundo es el mejor aliado para crear buenos ciudadanos y trabajadores. Tan preocupados por la eficiencia del trabajo y tan despreocupados por la felicidad y la realización del trabajador; y al final, la eficiencia dependerá en gran parte de la autoestima y la experiencia de éste, además de sus conocimientos. “Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro” (Cicerón), sino que intenta aprender lo que no sabe.
Observando con detenimiento la realidad llegas a darte cuenta de las contradicciones de base que generan los problemas más comunes. Por ejemplo, queremos que los trabajadores de una empresa o institución sean cooperativos, pero el acceso a ese puesto ha sido una selección eliminatoria o un concurso/oposición. Pretendemos que los jóvenes sean autónomos, pero requieren de un gran colchón para poder formarse y ganar experiencia hasta que alguien les pague por su trabajo. Queremos que la juventud sea educada, pero muchos creen enseñarles a voces; eso es imposible. No exijamos lo que no somos capaces de hacer.
Cada generación tiene la sensación de presenciar un cambio hacia peor, pero no es así. El propio Sócrates, en el siglo IV a.C. ya decía “los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros”. Pese a todo, se puede convertir la arrogancia en innovación, la falta de respeto en cumplimiento libre de las normas y la contradicción en afirmación de ellos mismos. La clave es la educación, la confianza en lo distinto y la valentía de la apuesta, ¿por qué si no el departamento de I+D+i es el que más recursos recibe en las grandes empresas y el que más beneficios genera?
No se trata de sustituir lo viejo por lo nuevo, al experto por el aprendiz, sino de hacer un trasvase bidireccional en el que el aprendiz adquiera las capacidades del veterano y el veterano se recicle con las nuevas ideas del aprendiz. Debemos desechar el modelo vertical y descendente de aprendizaje, la estricta jerarquización que no admite comunicación ascendente. El tándem Formación & Delegación es un modelo capaz de garantizar la operatividad de cualquier empresa, al no depender exclusivamente de un número limitado de especialistas capaces de hacerlo todo.
Por último, sería importante reparar en el marco de expectativas que tenemos hacia los jóvenes y en el que tienen ellos hacia el mercado laboral y su independencia. La mayor parte de las empresas quieren contratar perfiles completos, formados, con experiencia y pocos años; contribuyendo a la presión de la inserción laboral. Debemos volver al concepto natural y tradicional de aprendizaje, aceptando que el especialista se hace trabajando y que no lo es desde el primer día en su primer trabajo. Sin embargo, han mercantilizado las prácticas, bien cobrándolas como parte de la formación o bien pagándoles de forma precaria durante largos periodos. Esto eterniza el “becariado” y fomenta el empleo eventual barato.
Los jóvenes por su parte perciben, como es lógico, la inserción laboral como un asunto de contactos, de suerte o de esfuerzo descompensado. Sufren la hiper-cualificación de sus rivales en puestos no técnicos, la presión social por emanciparse y la constante frustración porque nadie les da oportunidades. Desgraciadamente, en una sociedad como la nuestra en la que la movilidad entre clases y las expectativas de mejoras son pocas, “no se casa quien no tiene padrino”, una expresión común que acepta de manera resignada la falta de igualdad de oportunidades reales.
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