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Nieves Fernández
Cesta de Dulcinea
Nieves Fernández Rodríguez, natural de Almagro (Ciudad Real), es escritora, poeta, maestra y animadora para la lectura. Ha publicado más de 50 libros y ha colaborado para Onda Cero, Radio Nacional, Cadena 100, Localia Televisión y La Tribuna de Cuidad Real, entre otros medios. Ha realizado más de trescientos talleres de lectura y encuentros de autor, y entre sus numerosos premios destacan el Certamen de Relatos 'Tablero Deportivo' de RNE y el Certamen Internacional Literatura Infantil Julio C. Coba de Quito (Ecuador). Además, ha sido jurado de premios y ha impartido conferencias, recitales poéticos, ponencias en cursos de formación, mesas redondas y pregones literarios. Sus columnas, con un marcado contenido social y cultural, pueden leerse todos los sábados. |
Sí es cierto que la pandemia cambió nuestra forma de maquillarnos, incluso nos llevó a la dejadez en el cuidado de uno de los órganos más importantes de nuestro cuerpo. Era divertido el contacto en el tiempo de no prohibiciones sociales, momento en el que los besos eran exagerados pero libres de dejar en la mejilla de cualquiera, sin problemas de contagio, sin codo aborrecible y usurpador de saludos superficiales.
Una plaza de funcionario, que no una plaza mayor de cualquier ciudad tal vez sofisticada, traigo hoy aquí, a que sea leída y comentada, entre otras viviendas psicodélicas. Me refiero a una plaza que, entre cientos de ellas, había que elegir en el resultado final de un concurso-oposición del Estado, de tal forma que hubo una renuncia y la plaza que quedó libre, entre cientos, sin que nadie la quisiera, incomprensiblemente, fue precisamente una plaza en Baleares. Pero son muchas las renuncias ya.
Puede que sean las coordenadas del norte y del sur. ¿Por qué el sur de cada pueblo, ciudad, país o territorio siempre es más pobre, más humilde, más olvidado? ¿Por qué el norte de cada ciudad, país o territorio es más fértil, más cuidado, más distinguido y lujoso?
Tras el estado de alarma, en el que nos hemos alarmado por lo que nos decían y nos asustaba en este año también maldito de 2021, utilizando la prevención y los sustos, por aquello de que es gratis el miedo, parece que toca cambiar algo la sensibilidad, sea por la primavera, porque luce el sol de vez en cuando, porque necesitamos vivir con urgencia si queremos avanzar en el ciclo vital, o porque estamos cansados del aguante y encierro.
Ya deben, debéis haber visto los drones voladores, pero no los que llevan paquetes a cualquier localidad, por escarpada que esta sea, o difícil terreno que tenga, o que exija o aconseje un dron accesible, generoso y servicial; no, me refiero a los drones donde algunos jóvenes se enganchan los pies cual esquíes del cielo.
La mascarilla nos oculta gran parte del rostro, más del que deseamos ver, o dejar ver. Si añadimos unas gafas de sol, propias del tiempo primaveral que medio disfrutamos, una gorra que llegue hasta las cejas, un vestuario poco común, somos desconocidos a todas luces, nunca mejor dicho, en periodo de toque de queda, lo de las luces.
Se acerca la primavera, los campos se transforman para darnos lo mejor. Los poetas y escritores hablan de la primavera sin importar que ella se asocia con el amor, con la naturaleza, tal vez con lo cursi, si a cursi suenan algunos versos. Muchos han sido y serán los que se atrevan a escribir sobre la primavera, no en vano se celebra con ella un Día Internacional de los Bosques, y de la Poesía, es el comienzo de la estación florida y reflexiva.
Comenzaron a vacunar a maestros y profesores como parte esencial de los esenciales. Son los que apenas se quejan, los que aún no han salido a las carreteras con sus coches a pulsar cláxones en manifestaciones, los que se inventaron el malísimo método de la no “presencialidad”, con tal de dividir al alumnado y evitar que el aula burbuja fuera tan grande que hiciera imposible el acto educativo y curso académico.
Poca dialéctica, entendida como debate y argumento había, y mal que lo pasaban muchos. Poco diálogo y razón y poco principio que no fuera el ordeno y mando. Pero después, el arte de discutir, si lo hubo, se apagó. En los últimos años, se ha pasado de intentar discutir en asambleas, daba gusto ver y oír a muchos jóvenes debatiendo sus problemas, respetando la afrenta de una posible oposición con sus razones de quienes no pensaban como ellos, aunque tuvieran su misma edad.
Muchos de nosotros hemos pasado al menos dos crisis criminales acentuadas por el paro y la enfermedad, las dos en el siglo XXI, la primera en 2007 y lo que colea, la segunda en 2020 y lo que nos rondará con sus sombras de miedo. La primera, puso su importancia en el ladrillo y todas las industrias cercanas al mismo se hundieron y así siguen. La segunda se buscó el turismo como balsa de salvación, balsa que aparece días sí, días no, sobre todo en vacaciones y fiestas para anunciar que de esa barca, principalmente de costa, dependemos todos.
Los trastos y aparatos de la medicina cuasi antigua, o actual, entendido el plural de trasto como conjunto de herramientas de una actividad, se van a comentar en este texto, pero nadie se asuste, no tengo bata ni será un texto de investigación exhaustivo, solo haré una pasada comparativa en recuerdos medicinales.
El primer ejemplo es el poeta y profesor Jesús Mora López-Almodóvar. Si lo buscáis en redes sociales, veréis que es tan activo como para volar o nadar siendo tetrapléjico, por esclerosis múltiple, desde hace años. Personalmente, lo conocí en una actividad cultural dedicada a la docencia, me aproveché de su generosidad en varias ocasiones y le he seguido en sus textos del blog “Mensaje y botella”.
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