Comenzaron a vacunar a maestros y profesores como parte esencial de los esenciales. Son los que apenas se quejan, los que aún no han salido a las carreteras con sus coches a pulsar cláxones en manifestaciones, los que se inventaron el malísimo método de la no “presencialidad”, con tal de dividir al alumnado y evitar que el aula burbuja fuera tan grande que hiciera imposible el acto educativo y curso académico.
Pero no se les ha citado en un lunes-viernes que es cuando se cita a pacientes de atención primaria o especialistas, no; se les cita en sábado de Pasión, por la tarde, o en Domingo de Ramos, o en vacaciones de Semana Santa, aprovechando que cornetas y capiruchos ni se les oye ni se les espera en las calles. ¿Para qué? Primero, para estar vacunados en un acto optimizado. Segundo, para pasar los efectos secundarios más comunes de la vacuna en casa, sin necesidad de comunicar bajas. Y tercero, para estar listos y dispuestos encarando el lunes de Pascua con fortaleza tras el robo invernal de Filomena. Son calendarios escolares flexibles.
Podría ser más cómodo el “acto vacunal”, sabiendo que muchos profesores y maestros tienen medias jornadas, viven alejados de la capital dadas la distancias provinciales, son residentes en otras comunidades según sea día lectivo o fin de semana... Se podría haber vacunado en centros de salud o en hospitales comarcales, pero parece que se necesitaba juntar equipos de héroes y quijotes en unos cuantos días en fechas señaladas, demostrando un cuasi poder autonómico y sanitario.
Se barajó algún polideportivo, pero se desechó la idea por los grandes hospitales, aunque fuera centralismo en contra de nuestra propia geografía. La gente se acumula en el aparcamiento, en la rampa, en la entrada de consultas externas, en el pasillo de la zona de vacunación, en la sala de espera de los quince minutos. Algunas enfermeras refunfuñan diciendo que así no se puede trabajar. Otra enfermera regaña por distancia social no respetada, se regaña a quien siempre regaña a otros y ahora acata regañinas.
Alguna confusión de planta hace subir o bajar a pacientes, pero los pinchazos fluyen, los brazos se lucen desnudos recién inyectados.
Hasta las diez de la noche hay inoculación de jeringuillas, hasta entonces habrá algunos profesores y maestros que regresen a cientos de kilómetros de sus hogares para iniciar las vacaciones extrañas ya iniciadas de Semana Santa.
Las torrijas del recuerdo salivan esperanzas, el potaje de garbanzos y el arroz con leche hacen también de las suyas, pero lo perimetral hará que sean las segundas vacaciones de Semana Santa que nos quitan para hacer del buen tiempo algo desagradable.
Y por quitar, hasta nos quitan una hora por temas de luz, empresas y ahorro. Luz, vacaciones, primavera, nostalgia, vida, vacunas, alegría, sol y pandemia. Y robos de nuestro tiempo.
|