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Pedro de Hoyos
Buñuelos de viento
Pedro de Hoyos
Cinco y pico de la tarde. Una tela de arpillera de color gris metálico cubre el cielo y nos protege del calor habitual de mediados de junio. La meseta castellana aparece serena y plácida, tal vez le esté costando levantarse de la siesta.
La deshonra de España está en esos gobiernos incapaces que se dejaron tomar el pelo mientras el aeropuerto gibraltareño crecía sobre terreno español

Acaba de decir Gibraltar en la ONU (¿Pero Gibraltar puede hablar con voz propia en la ONU?) que nunca será español. Y a mí me importa muy poco, Gibraltar es una caca de mosca en los quinientos mil quilómetros cuadrados que mide España.
Acabo de sentarme frente al ordenador tras ver parte del partido de la selección… Me siento acobardado, descorazonado, intimidado, insultado, vilipendiado, ofendido. Me avergüenzo de ser español… Quizá sea verdad que es español el que no puede ser otra cosa…
Para la persona que se levanta cada día para ganarse la vida es difícil comprender lo de Bankia. En todas las empresas en las que pueda desempeñarse cualquier ciudadano hay un escalafón de personas dispuestas a dar la alarma en cuantito el negocio empieza a dar señales de peligro. Hasta en las churrerías de barrio.
Pasa junio, que la vida es pasar, y el día se asoma liviano, sugiriendo una mañana apacible y bonachona. Con el paso de las horas todo queda en una gran mentira, el solsticio que se avecina presiona incandescente y los ciudadanos parecen encogerse, acobardados, a medida que su sombra merma.
El presidente del Banco Santander (¿Por qué le quitaron el “del”?) se ha presentado ante el rey vestido de manera absolutamente informal. Todos hemos visto esas imágenes en las que con pantalón corto y vestido de impecable rojo “funcionario dominguero de clase media con adosado en las afueras” estrechaba con campechanía sin igual la mano del rey.
Sí, ya sé que éstos no son los años sesenta, que el poder político y terrenal que entonces tuvo la Iglesia, tan lógicamente criticable, no sólo hoy no existe sino que los católicos nos hemos convertido en seres de segunda división, gente extraña y diferente que marcha contra la corriente social dominante, personajes anormales y fácilmente criticables de extremistas por el simple hecho de defender nuestras posiciones en la sociedad.
Aquel debía ser el caballo más educado que jamás recorriera las calles de Venta de Baños, no sólo porque a pesar de llevar años tirando de su pesada carga jamás nadie le oyó un relincho de protesta sino porque nunca nadie pudo acusarle de ensuciar el asfalto.
Esto empieza a hacer mella en mí; levantarme cada mañana oyendo en la radio las últimas fechorías de nuestros prohombres está amargándome los días. Y da igual qué emisora sintonice. Y acostarme con los últimos telediarios está privándome de algo tan esencial como el sueño. Le tengo dicho a mi esposa que a partir de mañana en la tele sólo veremos a Bob Esponja y en la radio sólo sonará Radio Clásica.
Es la historia de España, siempre hemos estado detrás de los curas, unas veces con una vela y otras con un palo. España no se entendería sin curas o sin comecuras. Si ustedes me lo permiten, España es así desde tiempo inmemorial.
Madrid acaba de pasar otra vez la selección parcial para organizar las olimpiadas, nuevamente está entre las ciudades favoritas para organizar uno de los mayores acontecimientos deportivos del mundo. Si la suerte ¿nos acompaña? todo el mundo hablará de Madrid.
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