Teresa despertó. Todavía no había abierto los ojos y ya sentía la angustia en el pecho. Adormilada, examinó el colchón: quería comprobar que Salvador siguiera junto a ella.

​Unos viajeros caminan apresurados hacia la estación. Entre ellos van dos estudiantes que tienen que realizar los exámenes de reválida en la cuidad. España rural en la década de1960, nada está cerca, para llegar a todo siempre hay que viajar.

​Lo que hacía más triste y trágico el velorio del Negro era que no estuviera el cadáver dentro de un ataúd.

El Sol daba alegría, daba vida.

La luna le lloraba al alba, nadie a la princesa consolaba, ella estaba triste, a su caballero anhelaba y su marido, el rey, la maniataba.

Sofía esperaba siempre a su marido con la cena preparada ya en la mesa. Ella no trabajaba, bueno, era ama de casa, que ya es una labor muy dura y, encima, no remunerada. No tenían hijos, ella no podía concebir.

El cocinero robó la receta, puso todos los ingredientes en la olla, los cocinó a fuego lento y dijo: "probarlo, yo puse la sal pimienta".

Dialogaba esta tarde con la siguiente frase de Fernando Pessoa: “Entre mí y la vida hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla.”