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Muchas veces pienso en los pensamientos y hechos de los emigrantes españoles que en los años 50, 60 y 70 del pasado siglo XX emigraron a países de América del Sur, o a países europeos como Suiza o Alemania. Estas familias españolas emigraban para trabajar, ya que el trabajo (que dignifica al ser humano) era el motivo de su desplazamiento.
El nuevo pacto europeo sobre migración y asilo, que reparte responsabilidades entre 27 Estados del continente, fue aplaudido por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y, a la vez, severamente criticado por organizaciones humanitarias que claman por más protección a los migrantes.
La historia se repite, con distintas fechas, con distintos nombres, con distintos espacios. Ninguna flor, nacida de la misma planta, es igual, pero todas son parecidas. En tiempo de Jesús, el Nazareno, los fariseos rasgaban sus vestiduras, “hipócritamente escandalizados”. Hoy, pasados más de dos mil años, los “Padrinos” modernos, igual de “respetados” que “Don Vito Corleone”, se dedican a sortear las Leyes, amasando fortunas.
A los que somos mayores, a los que vivimos gran parte del pasado siglo, nos sorprendía la presencia de “extranjeros” en nuestra incipiente Costa del Sol. Se trataba especialmente de turistas nórdicos en busca del maravilloso clima de nuestra tierra. Iban y venían.
Posteriormente, y dado el desarrollo de nuestro país, comenzaron a llegar emigrantes en busca de una mejor situación laboral y económica.
Los emigrantes y residentes en el exterior no pueden votar en las elecciones municipales y para hacerlo en las autonómica, generales y europeas deben solicitar el voto en cada ocasión.
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