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Desconozco si es la ignorancia la que nos hace sectarios o si el propio sectarismo nos hace ignorantes por inanición intelectual. Tampoco podemos descartar a la maldad como causa, al menos en origen. Pero, asimismo, mora entre nosotros, omnipresente, la estupidez, cuyos miembros se cuentan, al parecer, por millones, superando con amplitud en número a los malos.
Carlo María Cipolla, historiador económico italiano, fundó, ya en el pasado siglo, a través de un curioso opúsculo, lo que él mismo denominó las leyes de la estupidez humana. Considerando que el porcentaje de estúpidos es constante en cualquier grupo humano sin distinción (incluso si tomamos como referencia el de los premios Nobel), enunció las citadas leyes.
Los desequilibrios y desigualdades nos acechan a cualquier hora con toda clase de modalidades; lo podemos apreciar en torno al enorme despliegue de posibilidades. Las informaciones noticiosas abundan en las diferentes actividades, emergen con gran generosidad; aunque también es del acervo común la escasa atención prestada a la calidad de los contenidos manejados.
Todos sabemos que los tiempos que corren son propicios para la aparición en escena de los seres más extraños e inútiles que se puedan dar. Naturalmente son “resilientes, empoderados y amantes de la disrupción progresista de la sociedad embrutecida por el capitalismo”. Y, cómo no, incongruentes y estúpidos en grado sumo. Hoy me voy a ocupar de dos de estos tipos, ambos españoles y de parecida edad.
Sé que muchos se extrañaran por el título, y quizás, extrañados por esa soez, de la que no hago muestra habitualmente, pero ahora me veo abocado a utilizarla, pues quizás sea la única manera que los que la lean comprendan, mi última esperanza. Espero que lo que escriba te sirva para algo, y de paso también para mí que no me salvo de estar en esa especie. Quizás ahora me he planteado dejar de serlo y demostrarlo.
Nadie fuera de nuestras fronteras puede comprender el aguante español, es decir, la impasividad con la que vemos las cosas y la poca capacidad de reacción que demostramos.
Decía Tolstoi que todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo, y como al final el mundo es nuestro entorno referido a cuanto concierne al ser humano, nada será diferente mientras nosotros sigamos siendo iguales.
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