Desconozco si es la ignorancia la que nos hace sectarios o si el propio sectarismo nos hace ignorantes por inanición intelectual. Tampoco podemos descartar a la maldad como causa, al menos en origen. Pero, asimismo, mora entre nosotros, omnipresente, la estupidez, cuyos miembros se cuentan, al parecer, por millones, superando con amplitud en número a los malos.
Estableció Carlo María Cipolla, el célebre profesor italiano, en una de sus conocidas leyes sobre la estupidez humana, que la proporción de estúpidos es constante en todo grupo humano, independientemente de la función o de la escala social de cada sujeto dado. Siempre me pareció una proposición verdadera e irrefutable, pero empiezo a tener dudas. ¿Ha crecido el porcentaje de estúpidos o se trata más bien de que muchos de los incautos o incluso alguno de los inteligentes (por citar a los dos grupos restantes del modelo del italiano) se van sumando a ellos por ósmosis o silencio medroso? Probablemente no, si bien estoy convencido de que la capacidad para elaborar pensamientos complejos se va reduciendo o, como mínimo, se ha de aceptar que son cada vez menos cuantiosos los que atesoran dicha competencia, o así se percibe si se observa el empobrecimiento del lenguaje abstracto, lo que podría influir en ese trasvase. En definitiva, nos vamos haciendo más simples y, con ello, más infantiles, lo cual explica, en una parte sustancial, lo que nos encontramos no solo en las redes, sino en el resto de medios y en la propia realidad de cada día.
Recordemos que, según Cipolla, “los estúpidos son más temibles que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Son un grupo no organizado, sin jefe ni norma alguna, pero que pese a ello actúa en perfecta sintonía, como guiado por una mano invisible”.En el modelo, los malvados se sirven de ellos para imponer sus planes y, de este modo, tienen los perversos acceso a los mecanismos mayoritarios.
Algo tiene que ver con esos procedimientos la tendencia actual a la polarización y al sectarismo; nace este de una propuestaelemental de la maldad, como estrategia para el camino. Dividir en torno a una línea imaginaria (como fue la de la ortodoxia de los concilios medievales, o la de los congresos del PCUS u otros partidos afines, o como se continúa haciendo ahora mismo) resulta un procedimiento eficaz pues, si quienes lo ejecutan tienen la sartén por el mango, el temor y el gregarismo social hacen el resto. Solo hay que encontrar el trampantojo ideológico o político necesario y, a partir del mismo, trazar la línea roja entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto.
Y es aquí donde el modelo de Cipolla resulta muy explicativo. Los malvados convencen a los estúpidos y el camino se convierte en único y sin retorno. Además, se parte de que los estúpidos son más dañinos que los malvados, pues sus acciones no van encaminadas a ningún beneficio propio, careciendo de lógica sus actuaciones. Por otra parte, siguiendo al autor de la teoría, la capacidad de hacer daño de una persona estúpida depende de sus genes pero, especialmente, de su posición en las estructuras de poder. Por esto, concluye Cipolla que entre los burócratas, políticos, altos cargos públicos o privados, etc., hallamos el sector más nocivo del grupo estúpido. Es sabido que el sistema democrático asegura el ascenso y mantenimiento estable de estúpidos en el poder, teniendo en cuenta también que entre los votantes existe la misma proporción de ellos. En los actuales tiempos de creciente oclocracia el asunto adquiere una claridad innegable.
No solo en España, pues el modelo, y la situación que referimos, son aplicables en general. Pero, sin entrar en detalles, aquí, en este rincón del sur de Europa, lo que está pasando resulta especialmente paradigmático, con la polarización creciente como demostración fáctica del modelo de Cipolla.
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