Carlo María Cipolla, historiador económico italiano, fundó, ya en el pasado siglo, a través de un curioso opúsculo, lo que él mismo denominó las leyes de la estupidez humana. Considerando que el porcentaje de estúpidos es constante en cualquier grupo humano sin distinción (incluso si tomamos como referencia el de los premios Nobel), enunció las citadas leyes: la primera expresa la tendencia que tenemos a subestimar el número de individuos estúpidos en circulación; establece la segunda que la probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona. Se define como estúpido al individuo tendente a causar daño a los otros sin obtener, como contrapartida, ganancia personal alguna, e, incluso, provocándose daño a sí mismo en el proceso. También adquiere rango de ley en el modelo la constatación de que las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida, y se concluye que los estúpidos son más nocivos y peligrosos para cualquier sociedad que los malvados.
Partiendo del hecho de que son estúpidos aquellos que, mediante cualquier acción, perjudican a los otros sin beneficiarse ellos mismos, las nociones de Cipolla son de gran aplicación en nuestro presente social, cultural y político. Como, según él, constituyen los estúpidos el único grupo en el que sus miembros no son conscientes de pertenecer al mismo (al contrario que los inteligentes, incautos y malvados, que son las otras tres tipologías que propone el italiano), y siempre tendemos a subestimar su número, el modelo funciona para revelar muchas de las cosas que están ocurriendo; y en la Ciencia, las teorías son plausibles cuando explican los hechos. Se puede destacar la constatación de que los malvados utilizan a los estúpidos para sus fines, y, a la postre, la suma de ambos supera a la de los inteligentes (aquellos que, con sus acciones, se benefician a si mismos y al resto de la sociedad) Pues bien. Búsquense explicaciones partiendo del modelo de Cipolla y seguro que se encontrarán. No voy a entrar en detalles. Que cada cual lleve a cabo su propia indagación. Pero se podría añadir un matiz, cambiando estúpidos por locos.
Efectivamente, uno cree advertir que los orates, o al menos los que sostienen creencias disparatadas y ajenas a la lógica, tengan o no perturbadas sus facultades mentales, aumentan en número y que se extienden, como un tumor, entre los recovecos del poder político y mediático. Se tiene la impresión, profundizando en el librito de Cipolla, de que se trata de locura más que de estupidez. Se utiliza hoy el concepto de trastorno mental, que atesora un elevado componente sociocultural en función de tiempos y lugares, y en relación con el sentido común dominante en cada caso. Es decir, que las creencias o hechos que nos hubieran conducido, en una época o zona geográfica, a la camisa de fuerza, pueden ser valoradas, en otro tiempo o sitio, como verdades razonables. Es posible que los malvados se sirvan no solo de los estúpidos, como tan bien explica y describe el modelo de Cipolla, sino también de los orates, una vez blanqueados como individuos cuerdos y sensatos. Sería una posible explicación para una porción considerable de lo que, en los últimos tiempos, parece estar ocurriendo.
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