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A todos cuando somos pequeños nos enseñan que tenemos que estudiar y sacar buenas notas para el día de mañana, para progresar, para no quedarnos estancados y sobre todo, para encontrar un buen trabajo. Nos esforzamos según nuestras capacidades y llega un día en el que acaba nuestra etapa de adquirir conocimientos y empezamos de verdad a vivir, es decir, a buscar un empleo.
Hace unos días se perdió una hermosa perra negra de ojos azules que, aunque con dueño, se dejaba mimar por mi hermana y yo. Se llamaba o llama Huesita y era de carácter muy dulce, algo retraída y muy especial. El ánimo se me vino muy abajo, pregunté al propietario de una casa rosada abandonada que estaba cerca de dónde vivía Huesita y me dijo que dentro no pudo quedarse encerrada porque les robaran todas las ventanas y puertas interiores.
Hace bastante tiempo que tenía postergada la necesidad de compartir con vosotros una breve reflexión en torno a un asunto sumamente importante en nuestros días, tapado intencionalmente con aluviones de excusas y entretenimiento intencionalmente cegador. A saber, el problema de la frustración en las jóvenes generaciones y su trágica confusión con la angustia.
Nos desenvolvemos en una serie de paralelismos de direcciones contrapuestas. La inusitada proliferación de expectativas, genera a su vez desengaños atribuibles a infinidad de factores. La cruda realidad interrumpe gran parte de los proyectos.
“De nada sirve que impulsemos la promoción y protección de los derechos humanos y el estado social, en una situación dominada por el engaño y controlada por intereses económicos; puesto que, lo que se va a generar es una humanidad desdichada, que no se soporta ni a sí misma”.
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