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El victimismo es una mentalidad donde las personas se ven a sí mismas como víctimas de las circunstancias o de otras personas, lo cual les lleva a sentir que no tienen control sobre su vida. Este pensamiento crea una retroalimentación emocional similar a la adicción a otras emociones negativas.
“Mentalmente no estoy bien, retrocedí dos pasos en este aspecto. Pensé que podía manejarlo pero ya veo que no” Estas sinceras palabras del hasta ahora “triunfador” Carlos Alcaraz, que desde sus 18 años viene logrando grandes éxitos en el mundo del tenis hasta ser coronado como el número 1 del mundo, demuestra lo difícil que hoy resulta para esta nueva generación administrar el talento y en especial las dificultades que tienen para afrontar el fracaso y el sufrimiento.
A la hora de relacionarnos con los demás, con nuestro entorno más próximo, será muy probable que nos encontremos con diversas situaciones algunas de ellas, incómodas, a nivel de diálogo y de interpretación de esas mismas palabras, las cuales, según el estado anímico y vital, pueden incidir de una manera más o menos impactante en nuestras vidas, ya que los seres humanos no somos tan estables como quizá quisiéramos, sino que fluctuamos en un mar de emociones y sentimientos.
Hoy en día, vivimos en una sociedad plagada de medios informáticos, artilugios electrónicos y sobre todo, exceso de información que se visualiza rápidamente a través de los diferentes navegadores. Sabemos a la perfección la vida de los demás, ya sean personas anónimas con las que jamás hablaremos o conocidos. Vivimos en un mundo donde el consumo es el mayor valor que tenemos, porque si no nos sentiremos apartados e incluso menospreciados.
Tenemos la idea de que trabajar supone un esfuerzo que, a final de mes, vemos recompensado. Esto es algo que todo el mundo sabe. Ya sean más o menos horas pero ahí está la constancia diaria y nadie pone en duda que, a pesar de que se trate de un empleo mejor o peor, pero a fin de cuentas, es un trabajo.
Cuando somos pequeños nos enseñan ideas y discursos, en los cuales nos animan a hincar codos en el futuro. Eso es algo que se evidencia con la típica pregunta que se les hace a los niños de qué quieren estudiar el día de mañana. Muchos dirán que astronautas, otros periodistas y multitud de ellos, por desgracia, influencers. Y es que estas respuestas han ido variando a lo largo de las generaciones y todo ello, marcado por la sociedad en la que se están desarrollando.
Los sentimientos que vayamos experimentando fluctuarán según vayan pasando los años, porque es imposible aprobar a la primera, aunque habrá casos, pero no es lo común. Empezaremos con muchas ganas, puesto que al principio no existe desgaste y sí muchas ganas de aprender y avanzar temario, pero, según vaya pasando el tiempo, el agobio y el miedo al fracaso aparecerán.
A todos cuando somos pequeños nos enseñan que tenemos que estudiar y sacar buenas notas para el día de mañana, para progresar, para no quedarnos estancados y sobre todo, para encontrar un buen trabajo. Nos esforzamos según nuestras capacidades y llega un día en el que acaba nuestra etapa de adquirir conocimientos y empezamos de verdad a vivir, es decir, a buscar un empleo.
Hace unos días se perdió una hermosa perra negra de ojos azules que, aunque con dueño, se dejaba mimar por mi hermana y yo. Se llamaba o llama Huesita y era de carácter muy dulce, algo retraída y muy especial. El ánimo se me vino muy abajo, pregunté al propietario de una casa rosada abandonada que estaba cerca de dónde vivía Huesita y me dijo que dentro no pudo quedarse encerrada porque les robaran todas las ventanas y puertas interiores.
Hace bastante tiempo que tenía postergada la necesidad de compartir con vosotros una breve reflexión en torno a un asunto sumamente importante en nuestros días, tapado intencionalmente con aluviones de excusas y entretenimiento intencionalmente cegador. A saber, el problema de la frustración en las jóvenes generaciones y su trágica confusión con la angustia.
Nos desenvolvemos en una serie de paralelismos de direcciones contrapuestas. La inusitada proliferación de expectativas, genera a su vez desengaños atribuibles a infinidad de factores. La cruda realidad interrumpe gran parte de los proyectos.
“De nada sirve que impulsemos la promoción y protección de los derechos humanos y el estado social, en una situación dominada por el engaño y controlada por intereses económicos; puesto que, lo que se va a generar es una humanidad desdichada, que no se soporta ni a sí misma”.
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