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Las palabras duelen, ¿o es la persona que las dice?

Se entiende que ante momentos de frustración o enfado nos comportemos de forma irritable, pero eso no da derecho a insultar o tratar de modo despectivo
Violeta Torrejón
miércoles, 10 de julio de 2024, 09:17 h (CET)

A la hora de relacionarnos con los demás, con nuestro entorno más próximo, será muy probable que nos encontremos con diversas situaciones algunas de ellas, incómodas, a nivel de diálogo y de interpretación de esas mismas palabras, las cuales, según el estado anímico y vital, pueden incidir de una manera más o menos impactante en nuestras vidas, ya que los seres humanos no somos tan estables como quizá quisiéramos, sino que fluctuamos en un mar de emociones y sentimientos.


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Todos tenemos cientos de conocidos por muchos lugares pero muy pocas personas cercanas y auténticas realmente. Solemos aparentar algo que no somos ante personas que no nos conocen en profundidad y nos mostramos más reales con aquellos con los que nos sentimos cómodos y es por eso, que aquellos que tienen peso en nuestras vidas, pueden sin querer o incluso, queriendo, guiar o manejarnos a raíz de las palabras transformadas en opiniones que salen de sus pensamientos.


¿Cuántas veces muchas personas hablan de algo que no deberían? ¿Cuántas veces podríamos callar a aquellos que nos juzgan porque su vida está llena de actos que también pueden ser menospreciados? ¿Cuántas veces esperamos más apoyo y empatía reflejado en palabras de aquellos a los que queremos? ¿y cuántas veces esas mismas palabras pueden herir tanto que se forma una brecha en el corazón?


Aunque no queramos reconocerlo, las palabras duelen según de quién procedan. No es lo mismo ir por la calle y que alguien se acerque para decirnos algo desagradable que una amigo o familiar cercano porque, precisamente él sabrá qué temas nos pueden hacer más o menos daño, y en caso de querer tratar ese tema, debería tener el tacto y filtro necesario para poder hablar sin originar consecuencias por haber comenzado con una conversación que, quizá, no era la más conveniente en ese preciso momento.


Los nuestros, los que consideramos del núcleo, forman nuestra estabilidad, nuestro mundo y cuando suceden malentendidos, cuando las palabras se llenan de prepotencia, de humillaciones o de maldad, es ahí cuando generamos daño. Es muy simple eso de decir "pasa" pero no es tan fácil cuando las personas que hieren son personas cercanas porque sus palabras son más profundas por la interpretación que cada uno de nosotros hace.


Está claro que no podemos dejar de comunicarnos, pero sí que debemos tener en cuenta el discurso que vamos a dar. Se entiende que ante momentos de frustración o enfado nos comportemos de forma irritable, pero eso no da derecho a insultar o tratar de modo despectivo. Tenemos que saber controlar la situación si es que queremos contestar a aquellos que saben herir con sus palabras.


Y es que quizá, sea hoy en día, mucho más fácil hacer daño a las personas de nuestro alrededor porque sabemos sus puntos débiles y sabemos dónde darles. Estamos inmersos en una sociedad en la que se practica más la crítica pero no constructiva, sino con afán de dañar, que los halagos.


Preferimos que al prójimo le vaya peor que a nosotros por el simple hecho de sentirnos mejor. No somos capaces de alegrarnos ante hechos positivos que les suceden a los demás, pero sí que somos conocedores de toda la "mierda" que albergan sus vidas. 


Es por todo eso, que hay que valorar a todos aquellos que están cerca de nosotros y se muestran reales pero teniendo el cariño de tratarnos con cuidado ante momentos difíciles y estando ahí, frente a aquellos que saben perfectamente como herirnos a través de sus diálogos plasmados siempre de tonos tóxicos que nos descomponen una vez hablado con ellos. Y es que las palabras duelen mucho más cuando son de alguien a quien queremos pero la mayor pena es que ese alguien no haya sido consciente de que sus palabras hacia nosotros en ese modo nos podía hacer daño. Por eso es necesario, relacionarse en todos los aspectos con personas que nos hacen más bien que mal.


Por lo que ante situaciones así, hay que respirar y no contestar de forma brusca también, porque una vez hecho el daño transformado en palabras, no queda más que preguntarse eso de "¿por qué me dices esto?" o "¿por qué este daño de forma tan inesperada?"

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