Hoy en día, vivimos en una sociedad plagada de medios informáticos, artilugios electrónicos y sobre todo, exceso de información que se visualiza rápidamente a través de los diferentes navegadores. Sabemos a la perfección la vida de los demás, ya sean personas anónimas con las que jamás hablaremos o conocidos. Vivimos en un mundo donde el consumo es el mayor valor que tenemos, porque si no nos sentiremos apartados e incluso menospreciados.
Queremos lo que todos quieren, deseamos un coche, el último modelo de móvil, las nuevas playeras que han salido, acudir a conciertos multitudinarios, beber en los pubs de moda… y todo eso, aunque a veces se olvide, vale dinero. Un dinero que, debido a las circunstancias, es difícil de conseguir.
Existen jóvenes que hablan que su mayor sueño es emanciparse, es irse de casa y poder vivir sin ataduras, pero también está esa parte de la población que ronda los 40 años o más que, o ha vuelto a casa de sus padres, o en su defecto, nunca ha logrado irse. Y pudiera ser que nos ciñamos sólo al hecho de que estas personas, ya sean jóvenes o mayores, viven con sus padres porque de ser así no podríamos entender el contexto que hay en torno a todo esto. No debemos olvidar que muchas de estas personas tienen sus empleos con sueldos precarios que no les permiten irse o ayudas que hacen que sea imposible llegar a fin de mes. Y esto a pesar de que genere desmotivación, porque cada etapa debe vivirse a una edad adecuada y es necesaria cierta independencia y autonomía en el desarrollo vital de cada una de las personas, crea también cierta esperanza de que la cosa algún día pueda cambiar y es que además, ante la imposibilidad de poder llevar una vida digna sin depender de nadie, ahí están los padres, entregados y aguantando situaciones que se han normalizado.
Unos padres que si miramos al pasado, veremos que no han salido de vacaciones como nosotros lo hacemos aunque sea un fin de semana si no que era algo que ni siquiera se planteaba. Unos padres que no han ido al cine, al teatro, que no han gastado miles de euros en tabletas, móviles, consolas…porque, sencillamente, no había para nada. Unos padres, que no han salido a restaurantes ni han pagado cuotas de gimnasios, que no han ido a un supermercado pudiendo elegir lo que quisieran para comer, que no han comprado ropa nueva sino que la heredaban de sus hermanos. Unos padres que no tenían habitación propia, ni juguetes en la infancia porque la calle era el entretenimiento que se podían permitir. Unos padres que no han pedido y han montado rabietas o se han enfadado cuando se les decía que no porque no había otra opción. Unos padres que no contaban con aire acondicionado, calefacción o con coche propio porque sabían que sus recursos eran limitados. Unos padres que han vivido bajo unos valores de humildad y sin despilfarrar apenas nada porque el dinero, por aquel entonces no era para aparentar, sino para poder vivir al día.
Y en cambio, es ahora, cuando los jóvenes y no tan jóvenes, necesitan demasiadas cosas para vivir y también poderse ir de casa. Es ahora, cuando la sociedad nos impone qué necesitamos para vivir y ser felices donde el consumo es primordial. Necesitamos dinero para poder emanciparnos y también para poder “vivir”, es decir, queremos vivir sin ataduras pero de una forma tan holgada que no tengamos que preocuparnos por lo que nos queda a final de mes. Y es que debido, a las circunstancias que estamos viviendo, resulta algo utópico.
Por eso, quizá sólo tengamos para esos “caprichos vitales” y muchos, tengan que seguir con los padres, pero recordando que son ellos los que desde que uno nace, sustentan todo, cosa que sus propios padres no hicieron con ellos. Estamos en cierta manera, mimados de un modo anormal para la edad que tenemos, porque no corresponde con las expectativas que deberían darse a ciertas edades. De ahí aquellas frases como la de “los 40 son los nuevos 30”. Y es que por mucho que nos empeñemos, no lo son, porque si tenemos 30 o 40 años, tenemos que ser responsables dentro de lo que podamos de nuestras vidas y centrarnos más en lo que tenemos y no tanto, en lo que no logramos tener. Porque la vida no va de intentar conseguir un objetivo, a veces, inalcanzable porque otros lo hayan podido lograr, sino que la vida va de ser consciente de lo que tengo a pesar de que las cosas no vayan tan bien como uno esperaba.
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