| ||||||||||||||||||||||
Hay que cultivar todas las artes, con su sentido creativo y su quehacer persistente de elaboración mística, en nuestro diario existencial. Esta hazaña es un buen modo de reencontrarse. Somos gentes de acción expresiva, que deberíamos recuperar nuestro propio significado profundo, yendo más allá de lo meramente cotidiano. Son los cimientos de las sociedades armónicas, las que nos sustentan a través de esa fuerza auténtica, que nos impulsa hacia lo alto.
Una sociedad inclusiva es una sociedad resistente. Por eso, tenemos que elegir entre un mundo fragmentado y dividido, frente a otro que es la antítesis, caracterizado por su espíritu hermanado y cooperante, en el que se aprovechan las oportunidades para forjar un ambiente de unión y unidad.
Me quedo con sumar fuerzas, jamás dividirlas o partirlas por intereses mundanos. Nuestra propia vida es un cúmulo de sendas comunitarias, donde todos somos necesarios e imprescindibles, para llevar a buen término las tareas encomendadas en función del bien colectivo.
Se dirá, se proclamará o se silenciará, pero se siente con toda crudeza; la desorientación se infiltra por cualquier resquicio de lo que experimentamos en la vida. Cuantas más informaciones recibimos, se agranda la sensación de la presencia humana desnortada, el reflejo de un progreso nefasto hacia una existencia turbulenta.
A poco que nos adentremos en nosotros mismos y ensanchemos la mirada en nuestro alrededor, observaremos un aluvión de sufrimientos que estimulan a la desesperación, generando una atmósfera verdaderamente inaguantable, en todos nuestros pueblos, sociedades y etapas vivientes. Los nubarrones son tan fuertes, que el mundo parece haber caído en una recesión de principios y valores.
A menudo la novedad nos da miedo. Sin embargo, en cada despertar nos sorprende un infinito oleaje de abecedarios, que renuevan nuestra vida, aunque atravesemos por momentos oscuros y multitud de debilidades. Lo importante es no dejarse de asombrar.
Las rutinas habituales responden a una tríada peculiar: la actitud displicente ante los estímulos novedosos, la comodidad del menor esfuerzo y la disposición servil con las conductas aprendidas previamente. Tanto tienen que ver con los procesos mecanizados o manuales, como con las elucubraciones ocupantes de los circuitos mentales.
En este mundo de sombras y luces por el que nos movemos, nuestras habitaciones interiores también nos requieren de la inspiración luminosa de un cándido impulso, para poder elevarnos a otro orbe y tejer moradas conciliadoras, donde habite el auténtico sentido del ser y el legítimo clima de festividad, para volver espiritualmente a ser fermento de poemas y no de penas.
La espiral es una figura geométrica esbelta, inspiradora de dibujos e incluso de objetos dedicados al uso común. Ese alejamiento progresivo del punto inicial le confiere un carácter evolutivo fundamental, no siempre se puede conocer el final, ni tampoco las circunstancias adheridas a su trayecto.
A punto de cerrar un año y comenzar otro, tenemos que estar en alerta, con el corazón precavido. Urge estimular lenguajes más auténticos. Sirvan como muestra, el tomar iniciativas de conciencia, el envolvernos de actitudes activas para desenvolvernos de cualquier atmósfera cómoda, o el olvidarnos de los encantamientos y rememorar lo armónico como abecedario universal.
Ante la caótica situación actual la gente no deja de repetir como si se tratase de un disco rayado: “Se han perdido los valores”. La periodista Ima Sanchís pregunta a Julio Ancoechea director del Servicio de Neumología en el hospital Princesa de Madrid: ¿Qué valores?
Si acaso tratamos de asimilar nuestro aterrizaje en el mundo, ha de destacar a la fuerza el carácter menesteroso del hallazgo; ni sabemos de dónde, ni a donde, ni el porqué. Por lo tanto, es lógico que vayamos a remolque de cuantas impresiones percibimos, en un contraste sucesivo con la chispa interior de entrañables condiciones.
Es tiempo de citarse para ver nuestros interiores, de hacer silencio en la oscuridad de la noche y de meditar, de reencontrarnos con nuestros propios sueños y de crecer como niños, de llamar a la puerta de nuestro corazón, que es como se da sentido a la vida. No olvidemos jamás, que para vivir hay que cohabitar existiendo para los demás. La luz nos la damos entre sí.
El tiempo contemplado en ternura, desbordante de amor está próximo. Los hombres exaltan gozosamente, la tierra inundada con júbilo al saber que una esperanza anuncia Paz. Pensar que estamos en vísperas de una fecha muy hermosa del año llamada “Navidad”, es una alabanza perenne de gratitud en nuestra boca por todas las bellas y memorables experiencias concedidas en compañía de los nuestros.
Tenemos que estar abiertos para ofrecernos, no se puede encerrar uno en sí mismo, necesitamos vivir para los demás antes que para sí, porque es como se alcanza el bienestar y la realización personal. Con esta actitud interior, de entrega y generosidad, avanzamos hacia la concordia.
Precisamente en estos ambientes de tanta fanfarria, crispación y desconsideraciones de toda laña, se echa de menos la posibilidad de algunas alternativas tranquilizadoras. Aunque la misma dinámica de los comportamientos comunitarios no permite la mínima pausa reflexiva; que además, quizá serviría de poco, porque se fueron destruyendo cualquiera de los lazos conceptuales encaminados a una existencia satisfactoria.
Tenemos que acercarnos a la peregrinación, para poder conjugar el vivir con el amor; puesto que nada somos por sí mismos y ahora es el instante preciso de permanecer atentos, de tomar la decisión adecuada. Indudablemente, hemos de conceder tiempo al tiempo, entrar en un proceso de discernimiento, participar nuestra propia creatividad a los demás, manifestándonos con renovada energía y fuerza de ánimo.
Cualquier momento es bueno para emprender nuevos caminos que nos armonicen; y, de este modo, poder reforzar nuestra nostalgia de hermanamiento en un mundo cada vez más dividido y tenso. Sin duda, hay que tomar otras actitudes de dimensión universal, porque hemos de ser uno, aunque seamos distintos.
La compostura es el modo primordial para interactuar unos con otros, y con aquello que nos rodea, cimentándonos en una mayor convivencia. Rehacerse ante el aluvión de dificultades que nos acorralan, nos reclama fidelidad y unión. La sanación comienza estableciendo vínculos de pertenencia e instaurando lazos de unidad entre análogos.
No hay libertad sin liberticidas dispuestos para cercenarla. Al menos, eso parece a la luz del acaecer histórico. No es fácil, en realidad, lograr la suficiente autonomía para ningún individuo; somos animales sociales y no es posible ni sensato plantear una quimera basada en el solipsismo. Pero tiene nuestra especie una parte individual que le aleja de la dimensión puramente zoológica. En ella reside, creo, nuestra propensión a ser libres.
|