Ante la caótica situación actual la gente no deja de repetir como si se tratase de un disco rayado: “Se han perdido los valores”. La periodista Ima Sanchís pregunta a Julio Ancoechea director del Servicio de Neumología en el hospital Princesa de Madrid: ¿Qué valores? La respuesta que escucha es: “La humanización es un principio ético que se basa en la dignidad del ser humano, recuperemos el significado y preguntémonos si se está realmente contemplando esta dignidad, por ejemplo en el trato a las personas mayores”. El neumatólogo describe una experiencia deshumanizadora que puede servir para desenmascararla de manera global: “ahora hemos de ser solidarios con nuestro entorno. Cada mañana veo en la puerta de casa a una señora envuelta en mantas y papeles, una cosa cada vez más frecuente. Y los políticos seguirán peleándose”.
Las OEGs que se dedican a hacer tareas humanitarias hacen un trabajo muy valioso a favor de los indigentes. Tenemos que sacarnos el sombrero ante estos hombres y mujeres que renuncian a muchas comodidades e incluso ponen en peligro sus vidas para ayudar a la multitud de personas que viven en la miseria. Este valioso esfuerzo solidario no consigue que la personas ayudadas recuperen la humanidad perdida.
Se pretende cambiar el comportamiento humano por medio de principios éticos que en una sociedad como la nuestra que ha sido moldeada por el cristianismo se siente impulsada a buscarlos en la filosofía greco-romana porque ha perdido de vista la ética cristina. No valora esta denominación de origen a la hora de buscar la humanidad perdida.
El embrión de la ética cristiana se encuentra en la Ley de Dios. A pesar de su procedencia, no se reconoce a su Legislador. Esta carencia descalifica a quienes pretenden seguirla a la hora de recuperar los valores perdidos. Como muy bien dice Santiago, el escritor sagrado: “Cualquiera que guarde toda la Ley pero ofende en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2: 10). Jesús a quien nadie puede superar en sabiduría nos da un resumen de la magnificencia de la Ley de Dios al responder a un escriba que se le acercó para preguntarle.: “¿Cuál es el primer mandamiento de todos?” (Marcos 12: 28). Jesús le responde: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel (presta atención lector), el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos” (vv. 28-31).
¿Puede superar este resumen de la ética cristiana cualquier principio ética venga de dónde vena? No existe ningún mortal capaz de cumplir las exigencias de la ley de Dios. Si no lo hay, ¿para qué sirven unos principios éticos imposibles de cumplir? La respuesta nos la da el apóstol Pablo que pone la ética cristiana en el lugar que le corresponde cuando se hace esta pregunta. “¿Para qué sirve la Ley?” (Gálatas 3: 14) y la responde: “Mas la escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. Pero antes que naciera la fe estábamos confinados bajo la Ley, encerrados para aquella fe que iba ser revelada. De manera que la Ley ha sido nuestro mentor para llevarnos a Cristo, a fin que fuésemos declarados justos por la fe. Pero venida la fe ya no estamos bajo mentor” (vv. 23-25).
La finalidad de la Ley de Dios es hacernos entender que todos los hombres sin excepción alguna, desde Adán hasta el fin del tiempo, somos pecadores y como tales alejados de la gloria de Dios. Convencidos que no podemos guardar la Ley, por más que nos lo propongamos no lo conseguiremos. Por un lado la Ley nos condena al hacer resaltar el pecado que hay en nosotros. Bajo la Ley no podemos salir del cenagal en que estamos metidos. Por el otro, como mentor, cumple su objetivo de llevarnos a Cristo que ocupando nuestro lugar carga con nuestros pecados y en la cruz paga por ellos. Creyendo en Jesús y lo que hizo a nuestro favor en la cruz, Dios el Padre nos declara justos, es decir nos ve como si nunca hubiésemos infringido la Ley. Pero hace más, nos convierte en templos del Espíritu Santo. Su presencia en el creyente en Cristo despierta el profundo y sincero deseo de cumplir la Ley de Dios. Junto con el deseo la fuerza para empezar a cumplir los imperativos de la Ley. Este proceso se conoce como santificación que consiste en que lentamente pero sin pausas el carácter de Jesús se va formando en el creyente.
Es aquí cuando se recupera la humanidad, cuando estando en Adán pecamos. Estando en Cristo es cuando la Ética deja de ser una pesada carga imposible de cumplir y se convierte con la presencia del Espíritu Santo en una ligera de llevar. El carácter de Cristo se va formando en el creyente.
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