Tenemos que estar abiertos para ofrecernos, no se puede encerrar uno en sí mismo, necesitamos vivir para los demás antes que para sí, porque es como se alcanza el bienestar y la realización personal. Con esta actitud interior, de entrega y generosidad, avanzamos hacia la concordia, bajo la coalición de lenguajes y en comunión de sentimientos como equipo. En realidad, todos estamos llamados a reconocer este espíritu solidario, condición inevitable de nuestro transitar sobre la tierra. De lo contario, nos destruiremos más pronto que tarde. Cuanto más compartimos lo vivido, más descubriremos nuestra humanidad común. Queda claro, entonces, que no puede haber desarrollo, sino hay una aproximación de pulsos diversos. En este sentido, los proyectos que sustentan el bien de la humanidad o la buena voluntad entre los moradores, constituyen un paso hacia adelante, en la puesta en práctica, de forjar alianzas con honorables lazos de cooperación. De ahí la importancia, de educarnos en la tolerancia y en la solidaridad, que es lo que nos favorece el desarrollo integral, de cualquier ser humano en formación permanente.
La concurrencia en el impulso cooperador es vital, dado que la adhesión entre latidos pensantes, es una aspiración universal, para promover el bien de todos y poder alentar las negociaciones bilaterales, en favor de que disminuyan las tensiones. Por desgracia, abundan los testimonios de obstáculos entre nosotros, debido en parte a posiciones políticas e ideológicas, que impiden o limitan que se haga efectivo el apoyo. Cuesta creer, muchas veces, que determinados países levanten muros o que algunos gobiernos establezcan normas discriminatorias contra grupos humanos dentro de la misma nación. De igual modo, resulta inadmisible el cierre arbitrario e injustificado de fronteras, lo cual origina que muchas gentes se sientan encarceladas por sistemas opresores. Por otra parte, también prolifera la corriente de enfrentamiento, derramando odio y venganza por todos los rincones, produciendo un aluvión de sufrimiento y tanta destrucción a la sociedad, que es fundamental hacer justicia. Sin duda, el nexo más fuerte de simpatía radica en la caricia de una mirada. ¡Démosla!
Nos viene bien dejarnos agasajar por la inspiración del alma. Andamos hambrientos de alegría. ¡Triste época la nuestra! Hay que despojarse de este orbe injusto a más no poder, hacerlo pronto y sin demora; sabiendo que no hay sosiego sin rectitud, ni tampoco rectitud sin enmienda. Lo importante es despertar la conciencia, mover aires para celebrar nuestro concierto existencial con sonidos variados que armonicen, respetando los acuerdos universales, poniendo en valor el viento de la fidelidad y colocando en acción el mar celeste, para que nos de vida y una vida en satisfacción.
Precisamente, la ONU fue fundada en la premisa de la unanimidad y el acuerdo entre sus miembros, expresada en el concepto de seguridad colectiva, que se basa en la lealtad de sus miembros a mancomunarse, para mantener la paz y la seguridad internacionales. Quizás, hoy más nunca, precisemos que el mundo sea solidario, acogiéndonos para darnos cobijo, sobre todo entre sectores desfavorecidos. Está visto que unirse es el inicio vivencial perfecto, que reunirse para estar juntos es la mejora en el camino y que trabajar todos a una es la superación óptima.
A la luz de este anhelo de aunarse, fundirse o hermanarse, el desarrollo adquiere su trascendencia mística, en la medida que nos colma de calma y nos enciende lo bueno, a la comunidad humana, en su totalidad. Únicamente de este modo, pasaremos página a tantos peligros, a un mal uso de los programas de adelanto, dado que la solidaridad nos da el punto exacto para actuar adecuadamente, con la base ética de la transparencia, sin que nadie quede excluido, lo cual representa una significativa aportación para la conciliación. El día en que nos miremos a los ojos para saciarnos de amor, descubriremos el auténtico hálito copartícipe. Esta es nuestra positiva clave para la paz, algo que sólo está en nuestras manos. Todo depende, pues, de nosotros, de saber custodiar/compartiendo. No olvidemos que vivimos en una misma morada y con un destino en dependencia de unos hacia otros, jamás de unos sobre otros, porque al fin en nuestra cultura globalizada, tenemos que darnos sanación con originales formas de hospitalidad familiar, pero también con nuevos fondos de humanidad fecunda y sincera.
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