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En esta Epifanía, la única revelación que me alcanza, y no sé si desde las alturas, es la evocación de una serie dirigida y protagonizada por Adolfo Marsillach en TVE, la mejor, y única, cadena televisiva de España en aquellos tiempos del tardofranquismo. La serie venía a tratar sobre la censura y acometía ser una crítica de aquel sistema que vivía sus estertores finales.
Es curioso comparar diversos libros de historia de España y encontrarse temas relativos al ADN nacional que coinciden, gobierne quien gobierne y de la ideología que defiendan cada cual. Un ADN de orígenes prehistóricos y con muy poca evolución en el tiempo.
Frente a la variada oferta electoral, recuerdo a Umberto Eco, quien aseguraba haber “llegado a creer que el mundo entero es un enigma, un enigma inofensivo que se vuelve terrible por nuestro loco intento de interpretarlo como si tuviera una verdad subyacente”. Así es. Desde que los homínidos que somos nos forjamos como individuos para hacernos humanos, la indagación se convirtió en elemento fundamental de nuestra idiosincrasia.
Hablando de una determinada zona comarcal se oían en la radio curiosas expresiones de orgullo local. Curiosas porque esos amores rurales, a veces expresados con pasión, no se utilizan para el resto del país. Decimos país porque el concepto de patria o nación es conflictivo. Para explicar el problema unos alegan que ambos términos han sido huecamente monopolizados por una parte que los utiliza a conveniencia. Para los otros, la cosa se reduce a antiespañolidad.
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