Hablando de una determinada zona comarcal se oían en la radio curiosas expresiones de orgullo local. Curiosas porque esos amores rurales, a veces expresados con pasión, no se utilizan para el resto del país. Decimos país porque el concepto de patria o nación es conflictivo. Para explicar el problema unos alegan que ambos términos han sido huecamente monopolizados por una parte que los utiliza a conveniencia. Para los otros, la cosa se reduce a antiespañolidad.
El párrafo anterior es confuso, aclarémoslo. No nos quejamos de que no se hable de España en grado superlativo,-- igual no hay causa para ello--, sino de que hay una manifiesta contradicción entre una sublimación emocional para lo menor y una gran indiferencia hacia lo mayor (que es continente) y más determinante. Es como preocuparse sólo del camarote sin importar hacia dónde va el buque.
Volviendo al asunto de patria o de nación, sin complicar demasiado las cosas, vemos dos posibles explicaciones para ambas posturas. Una primera es material: el sector que se proclama patriota tiene un motivo poderoso, el de ser poseedor de parte importante de la riqueza nacional. Su interés es muy tangible, baste con mirar la distribución de la riqueza para comprender que efectivamente hay un trasfondo de injusticia social que puede desincentivar a los sectores perjudicados. Mientras el 50% de la población posee el 6,7% de la riqueza nacional, el 11% posee el 81,8%. Entremedio hay un colchón del 39% con un 11,5% de riqueza y cuyo futuro está en el aire. Mil euros de hace diez años, ahora son 750 (Gestha). No digamos el efecto sobre los escalones inferiores. En lo referido al esfuerzo laboral y a la nutrición de las arcas públicas esos 6,7% y 11,5 de la riqueza resulta ridículamente compensado, en cuanto que las familias contribuyen con el 90% de la recaudación y las empresas, por el contrario, con el 10% restante. (El 63% de multinacionales españolas pagan de media el 9% de impuestos, según Gestha). Respecto al esfuerzo laboral sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor y evaluar su materialidad. Es decir, que los intereses reales de unos y de otros no son iguales.
Inmediatamente se agitarán las banderas, y se dirá que la patria es la patria, a lo que cabe responder: ¿entonces por qué no se trata mejor a los compatriotas, en especial a los más desfavorecidos? No hay que olvidar que cerca de dos millones de niños en España pasan hambre, y que un 13% de la población sufre insuficiencia alimentaria.
La otra causa, inmaterial, es el extraño tratamiento dado a nuestra historia. Resulta sorprendente que los niños españoles estudien, por ejemplo, el desastre de la Armada española, y que por el contrario desconozcan el desastre aun mayor, al año siguiente, de la Armada inglesa en las costas españolas. Si esos niños estudian fracaso tras fracaso es difícil que se entusiasmen con España. No estamos llamando a un estado de ánimo belicoso --basta con la Otan—, sino a que se corrija ese tratamiento desacertado y se reseñen analíticamente derrotas y victorias donde las haya, y no por un prurito de objetividad, sino de necesidad.
Determinados historiadores explican que esa desidia histórica se debe a que tras la guerra de Sucesión a los borbones de la época les interesaba oscurecer los éxitos de la anterior dinastía, la de los Austria, con la cual se habían enfrentado, Puede ser una razón válida; pero sólo sirve para un periodo transitorio. Curiosamente, lo del desastre de la Armada inglesa ha tomado cuerpo no hace más de una docena de años; es decir, que antes era un dato ignorado. Lo más que conocíamos eran unas derrotas y batallas inglesas aisladas en La Coruña, Lisboa o Cádiz. Si se busca sobre la Armada inglesa, lo primero que aparecerá es el desastre de la española, lo cual ayuda a desviar la atención. Del conocimiento de la guerra anglo española y del tratado de Londres, como conocimiento general de historia, aquí ni idea. Sin embargo, sabemos cuál es la capital de Wyoming.
Lo peor de todo esto es que mencionarlo significa para muchos perder el tiempo e intoxicar el ambiente. Pérfida trampa que imposibilita pensar y opinar libremente, cuando lo que en realidad se está denunciado son dos males conexos: Por un lado la propaganda incansable de un mundo que se dedica a demonizar con mentiras o medias verdades a los demás, y por otro la pasividad con la que se asumen mentiras e infravaloraciones con sumisión y sin investigación.
La cuestión es que en vez de enmendar la cosa y analizar las causas de esa evidente decadencia, se fomentó un pesimismo que nada resolvía. Tenemos a la generación del 98 que, muy brillante literariamente, en lo político contribuyó a ahondar el problema.
Por otra parte están los contenidos que distribuyen bastantes medios de comunicación --más en lo audiovisual-- ,y que tienden a fomentar la superficialidad (¿nos quieren tontos?). Si atendemos a lo que seleccionan, parece que lo que más preocupa a una gran porcentaje de españoles son los tatús, el diverting, el sendering, el viajing, el deporting, el dancing, ser celebriyt y si se prefiere rock duro o rock flamenco, por escoger entre algo. Y que no les hagan spoilers con las pelis; sorprendentemente los anglicismos los usan más quienes menos debieran hacerlo por su profesión. Otra propensión es la de eliminar la mitad de las palabras, como si fuéramos niños. No vamos a hablar del idioma cuando tenemos anuncios que nos aclaran quién dicta el acento, con hipo incluido. No entran ni el jipío ni el cochofe (colchón Flex).
¿Todo esto es lo que nos ha llevado a ese localismo que curiosamente saltó sobre la dimensión geográfica intermedia (la nación) para hacernos aterrizar en un europeísmo del cual aún no hemos comprendido ni sus caprichosos e inciertos mecanismos ni su escasa amabilidad para con nosotros? No olvidemos esas sandeces centro y nordeuropeas que en su momento crearon un subgrupo artificial al que se denominó PIGS (Portugal, Italia, Grecia y Spain: cerdos. Bueno será no olvidar a esos inefables políticos a lo Mark Rutte -1-). Cerdos que, junto a otros, crearon la democracia, la filosofía, tres imperios, dieron la vuelta al Mundo, etc. Y que además trabajan más horas que ellos. No estamos alabando al imperialismo, que se ha desarrollado en todos las latitudes, sino resaltando un menosprecio hacia nosotros proveniente de países de segunda fila que las más de las veces están a la orden de los poquísimos de primera fila. Ahora se está evidenciando. También podemos recordar aquel referéndum sobre una constitución europea. Sin saber qué contenía en realidad, nos volcamos en aprobarla, muy avispados nosotros. Menos mal que electores de otros países sí sabían lo que los eurócratas trataban de tejer.
Hay otro escalón intermedio, el de las autonomías, que aún no tiene suficiente recorrido como para poder sacar una conclusión definitiva. Lo que sí se puede decir es que si no son un elemento de integración estaremos demostrando una tendencia autodestructiva preocupante.
Puede que un elemento que haya intervenido en tal desapego sea próximo (los años en historia son segundos), el régimen anterior que se empeñó en excluir a todo aquel que no comulgara –perfecta palabra—con él y con su patriotismo alza-nacionalista. Frente a la idea equivocada de que siempre fue así hay que decir que en los años treinta los sectores progresistas no tenían empacho en decir España, ni en defenderla sin tener que recurrir a eufemismos como los de estado español, estado de las autonomías, fuerzas constitucionalistas y todo aquello que sea un rodeo. Tomemos dos frases de los últimos jefes de Estado de la República:
Manuel Azaña: “Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito”.
Juan Negrín: "Yo nunca he sido españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere".
Pero, como ya hemos dicho, este no es un trabajo españolista; en todo caso ciudadanista, si cabe la palabra. Y en cierto sentido surge por el tratamiento audiovisual que hemos dado a las exequias de Isabel II de Inglaterra (olvidaremos los títulos oficiales), aparte del luto oficial en dos autonomías, una de ellas mermada en su territorialidad. Victor Hugo decía que de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso. Pues lo mismo pasa con la elegancia, sobre todo cuando el traje no es de uno.
Continuando, tenemos que plantear una duda: los medios de comunicación, sobre todo los grandes, y entre estos los que se nutren de imágenes, ¿representan realmente a la opinión pública o hay dos realidades paralelas? Otra duda: ¿hay posibilidad de que cada individuo conforme una personalidad autónoma o hemos llegado a una masificación de la que es difícil escapar? Al respecto, Europa ha sufrido un grave retroceso respecto a lo que representó culturalmente antes de la II Guerra Mundial. No vemos a epígonos de Romain Rolland, Thomas Mann, Graham Green, Papini o el propio Azaña como literatos (respecto al talento científico de Negrín sólo fueron capaces de reconocerlo en Alemania). Hoy incluso muchos de los premios Nobel resultan sorprendentes.
El tratamiento dado a dicho entierro por la mayoría de los medios reconocemos que como mínimo nos ha incomodado. ¡La reina del mundo! se ha llegado a decir. ¿Incluidos Gibraltar, las Malvinas? El equilibrio nunca ha sido nuestro fuerte. Antes se decía más vale honra sin barcos, que barcos sin honra. Ahora parece que se piensa que no hacen falta ni barcos ni honra, sino subvenciones, aunque estas signifiquen desmontar lo principal de nuestra industria para convertirnos en un país de camareros y de albañiles (profesiones muy dignas, pero un país necesita más variedad), tal como anticipó un ministro. No hace falta decir su adscripción, pues en esta labor colaboraron todos. A los que no estaban de acuerdo no se les preguntó.
Si los británicos soportaran una colonia española en su suelo, en caso de un entierro semejante ¿responderían con exageradas muestras de hispanofilia, o por el contrario habrían mantenido una actitud más contenida y distante? Nuestros medios ¿han reparado en esto o lo único importante es el espectáculo cualquiera que sea la causa? Al margen de las necesidades diplomáticas, ¿no deberíamos tenerlo presente, hasta que se resuelva dicha afrenta? El ejemplo quizás resulte demasiado lejano y abstracto. Veámoslo de forma más próxima.
Imaginemos que un vecino ocupa (okupa) una de nuestras habitaciones sin que podamos expulsarlo. ¿Magnificaríamos su nombre en las situaciones adversas que atravesara si este siguiera negándose con altanería a abandonar nuestra vivienda? ¿No nos indignaría que llenara de humo las habitaciones contiguas; qué nos disputara la entrada a la casa; qué introdujera vehículos peligrosos? Aceptamos que se le diera el pésame (él ahora no es el sujeto de la desgracia, sino la representación abstracta de la ocupación) de forma seria, sentida, pero sin convertir nuestra compunción en una loa a sus virtudes. ¿Por qué? Porque consideramos tan justo nuestro derecho a la soberanía total que no podemos creer que un okupa sea un ejemplo. Esas loas inadecuadas debilitan nuestro derecho. Aparte de que hay otras muchas ocupaciones más. A no ser que no sepamos qué es ejemplar o ignoremos que estamos okupados. Cabe la posibilidad que nos dé lo mismo: ¿Está acaso el Peñón en nuestro magnífico pueblo, el cual absorbe todo nuestro amor y preocupaciones?
Por el contrario, vemos que el fenómeno de la ocupación de viviendas es tratado de forma inexacta que incluso podría llevar a reacciones puede violentas. Hace poco un juez y un fiscal delimitaron los términos del problema, demostrando que era utilizado con otras intenciones que las de resolverlo. Decíamos que personalmente no sabemos qué piensan realmente nuestros compatriotas, sobre todo porque las actitudes son contradictorias. Dicen que la inteligencia artificial no permitirá distinguir entre lo real y lo virtual. Esto ya ocurre. Por una parte se nos muestran escenas de un sensibilismo empalagante hacia asuntos intrascendentes; por otra una indiferencia hacia verdaderos problemas que nos afectan o afectarán. ¿Dónde el término adecuado, dónde la realidad de nuestra idiosincrasia?
En España parece que ya no quedan personas, comedidas, reflexivas, discretas, dudosas de los resultados de sus acciones como le debe ocurrir a todo ser humano que no esté borracho de yo. En tal ambiente no se puede ser infeliz porque sería la manifestación de una debilidad y de un fracaso, y aquí no fracasa nadie. Si se preocupa, siléncielo, o será tildado de tóxico. Todos somos estrellas y estamos en un permanente show. Envueltos en ese ambiente, lanzados a esa dinámica, ¿cómo pararse a pensar en las características del circo?
Pero, en un ambiente general de conformismo mezclado de inmodestia, de suficiencia ¿cómo objetar nada? Si la emoción prima sobre la razón, la apariencia sobre la esencia, la juerga sobre torcer el gesto frente a lo injusto o lo errado; si ser superficial es bueno porque aleja una profundidad problemática… ¿seremos respetados? Los romanos decían, no me ames y respétame. Pero hay que reconocer que los romanos era gente muy antigua. Es más, en esta ola de vikinguismo, de signos rúnicos, de tatuajes góticos, igual los romanos no fueron nuestros ancestros, ni nosotros somos lo que somos. La verdad es que estamos en una época en la que es fácil perder el norte o el sur, no porque no se tenga brújula, sino porque los mares parecen cambiados de sitio.
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