En esta Epifanía, la única revelación que me alcanza, y no sé si desde las alturas, es la evocación de una serie dirigida y protagonizada por Adolfo Marsillach en TVE, la mejor, y única, cadena televisiva de España en aquellos tiempos del tardofranquismo. Llevaba por título, creo recordar, “La honradez recompensada”. En la cabecera, una voz en off se superponía a la imagen de unos roedores de laboratorio, y expresaba algo así como “había un ratón que nunca supo que era un ratón, hasta que, un buen día, alguien gritó: ¡un ratón!..el ratón miró a uno y otro lado, pero no vio nada, porque él, él, era el ratón”. La serie venía a tratar sobre la censura y acometía ser una crítica de aquel sistema que vivía sus estertores finales. Refería como el censor de turno obligaba a que, al título de una obra (“La honradez recompensada”), se añadiese la coletilla “siempre en España”.
El recuerdo de ese espacio televisivo ya tan lejano en el tiempo, me hace confrontarlo con algunas cosas que, en el presente, acontecen. La censura parece haber retornado, si es que alguna vez se fue del todo, pero se advierte que se trata de un fenómeno bastante universal, ataviado, en nuestro caso, con la idiosincrasia propia de esta porción del mundo. Cada vez son más las coletillas que se superponen en cualquier expresión pública de la naturaleza que sea, y el “siempre en España” continúa entre nosotros, metamorfoseado ahora a través de otros sintagmas de raigambre varia, sobre todo ambiental o de género.
Es posible que la capacidad para adaptarnos a cualquier censura de cualquier época o contexto la traigamos de serie, como parte del genotipo. Igual todo procede de nuestra ignorancia sobre lo que somos; alejados del “conócete a ti mismo”, miramos hacia todos los lados cuando oímos hablar de la presencia de un ratón, sin saber que el roedor lo somos nosotros mismos. Es lo que pasa con la censura creciente, justo cuando creemos vivir tiempos de “memoria democrática”.
La cuestión es que aceptamos lo que corresponde en cada momento. En España, otrosí, una mitad, o tal vez más, que se corresponde, con eso que se llama pueblo, asiste siempre, como ahora mismo, anonadada, a los designios de los que imparten cátedra. Rememoro un poema de Gabriel Celaya, poeta del antifranquismo, hoy olvidado:
“Sancho-vulgar, Sancho-hermano, Sancho, raigón de mi patria que aún con dolores perduras, y, entre cínico y sagrado, pones tu pecho a los hechos, buena cara a malos tiempos. Hoy como ayer, con alarde, los señoritos Quijano siguen viviendo del cuento, y tú, Sancho, les toleras y hasta les sigues el sueño por instinto, por respeto, porque creer siempre es bueno”.
Los versos formaban parte de “Poesía urgente”, publicado en Buenos Aires en 1960. En esta epifanía, me viene como revelación la idea de si serán conscientes los Quijano de hoy, y de siempre, de serlo, como el ratón de la serie al principio citada. En fin, que los Reyes Magos sean pródigos.
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