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​La verdadera elección

Será básico para nuestra libertad individual que sepamos elegir entre progreso benefactor o ingeniería social
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 26 de mayo de 2023, 11:07 h (CET)

Frente a la variada oferta electoral, recuerdo a Umberto Eco, quien aseguraba haber “llegado a creer que el mundo entero es un enigma, un enigma inofensivo que se vuelve terrible por nuestro loco intento de interpretarlo como si tuviera una verdad subyacente”. Así es. Desde que los homínidos que somos nos forjamos como individuos para hacernos humanos, la indagación se convirtió en elemento fundamental de nuestra idiosincrasia. Sin ella, no habría ni filosofía, ni ciencia, ni tecnología y, tal vez, tampoco habría acaecido la revolución neolítica, origen de la civilización pues, siguiendo a Hesiodo, no somos otra cosa que un “animal que come pan”.


Nos hacemos preguntas. Es nuestra naturaleza, como la del escorpión del cuento consistía en picar.  Ello supone que desciframos el mundo, el enigma al que se refería Eco, y esa interpretación es resultado de nuestra percepción. Y de ello nacen, además de ciencia y tecnología, la religión y la ideología. Son estas el origen de nuestros males, pues se nutren de “no verdades”,  es decir, de dogmas, en los que lo subjetivo, y asimismo emocional, constituye la parte del león. Al fin y al cabo, las verdades simples de la ciencia (recordemos la “navaja de Ockham”) son, o eran, ya no está tan claro, independientesde inclinaciones ideológicas. En relación con ello, se podría establecer un claro contraste entre avance tecnológico e ingeniería social. El primero sucede y se desarrolla siempre en contextos de progreso relacionados con el hambre de saber, la indagación y el afán por actuar sobre la realidad para acomodarla a la condición humana, no de conservarla tal cual. Afirmó Baltasar Gracián, ilustre conceptista, aquello de “donde no hay artificio, todo lo pervierte Naturaleza”.


Pues bien. El artificio es el resultado de la mejora material. Pero, aunque el sintagma es de uso reciente, siempre hemos tendido a la ingeniería social, que es el producto de la religión y de la ideología, así como arma de los liberticidas, los de antes y los de ahora.


De este modo, el libro impreso, el teléfono, el automóvil o la lavadora, y no digamos el ordenador, son derivación de la ciencia y de la tecnología; forman parte de los cambios benéficos. Sin embargo, la ingeniería social se ubica en el polo contrario. Pretende instituir al hombre nuevo y, para ello, busca imponer costumbres y lenguaje. Es necesario, pues, que dilucidemos, frente a la variedad de propuestas para arreglarnos la vida, cuáles se encaminan a imponer su verdad (no la de la Ciencia que citábamos más, arriba, sino la de la percepción subjetiva) a hierro y fuego.  


Será básico para nuestra libertad individual, la única realmente existente, que sepamos elegir entre progreso benefactor o ingeniería social, en detrimento de esta última si deseamos conservar, a medio plazo, nuestros ya menguados derechos.

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Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.

Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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