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Según Wikipedia.org, el 'soft power' o poder blando es "un término usado en relaciones internacionales para describir la capacidad de un actor político, como por ejemplo un Estado, para incidir en las acciones o intereses de otros actores valiéndose de medios culturales e ideológicos, con el complemento de medios diplomáticos frente a formas más coercitivas de ejercer presión, también llamadas poder duro o 'hard power'.
Frente a la variada oferta electoral, recuerdo a Umberto Eco, quien aseguraba haber “llegado a creer que el mundo entero es un enigma, un enigma inofensivo que se vuelve terrible por nuestro loco intento de interpretarlo como si tuviera una verdad subyacente”. Así es. Desde que los homínidos que somos nos forjamos como individuos para hacernos humanos, la indagación se convirtió en elemento fundamental de nuestra idiosincrasia.
Qué impresión sacaríamos al observar un grupo social integrado por sujetos con la cabeza gacha, indecisos, plegados a cualquier programación, vociferantes pero incapaces de articular razones, aturdidos en definitiva. La manifiesta ausencia de vitalidad es todo un indicador de su servilismo amodorrado cargado de carencias.
George Simmel, critico alemán, puntualiza, que las personas no son extranjeras en sí mismas sino para la otra que así los conceptualiza. En este proceso se refuerzan en muchos casos la identidad nacional, se trata de un proceso de confrontación o lucha personal en el que se refuerzan lazos de pertenencia del lugar de origen o se rechazan, y se construye una nueva identidad.
El actual sistema dominante o establishment de las sociedades occidentales utilizaría la dictadura invisible del consumismo compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista que pasará a engrosar ineludiblemente las filas de una sociedad homogénea, uniforme y fácilmente manipulable mediante las técnicas de manipulación de masas.
Dentro de los intermitentes reajustes llamados crisis culturales, esta es una época de inconsistencia ideológica enredada en una polarización arrastrada por cámaras de eco y realimentación virtual. En este juego un sector avanza a través de la irrefrenable fantasía frustrada hasta las mismas entrañas del Estado para hacerse una selfie perpleja y errabunda.
Si se quiere ser libre hay que independizarse de la máquina social que estructura y esclaviza las actividades individuales, sofocando la libertad personal. La sociedad actual, globalizada y automatizada, empapa lentamente todos los aspectos de la vida individual, los económicos, los intelectuales, los lúdicos, los afectivos, los laborales y los religiosos.
Me gusta ser humano, en verdad que sí, pero la realidad es que resulta complicado, como cuando estás en tu habitación escuchando música clásica mientras afuera la música electrónica se impone con su velocidad, es ahí cuando me levanto y agarrando los audífonos vuelvo a la inmersión previa a la distracción. Gracias a que somos humanos podemos imaginar, amar, crear y aprender de forma racional.
Nos gusta sacar a relucir, incluso discutir, sobre la verdadera sustancia de cuantas realidades nos acompañan; sin darnos cuenta en la mayoría de las ocasiones de la incompletud de los conocimientos accesibles. Dicho núcleo principal constituyente suele mostrarse esquivo, con frecuencia sólo asequible en los campos de la imaginación.
Cuando los cambios suponen movimientos bruscos en el ámbito social, económico o moral de una sociedad, podemos apellidarles 'revolución': Revolución Industrial. Revolución Tecnológica, Revolución Sanitaria, Revolución Audiovisual, Revolución Social…, conceptos que han supuesto modificaciones esenciales en el “modus vivendi” de las personas.
Podemos ser dueños de nuestras propias ideas y creencias o formar parte de un rebaño que otros dirigen. Tengo la impresión de que hemos pasado sin darnos cuenta de personas a individuos. Muchos pensarán que es lo mismo, pero opino que no. El individuo se asemeja más al integrante de un rebaño mientras que la persona es alguien único, distinto a todos lo demás.
No piensen demasiado en esta línea, su equívoco cruje, nada que ver con la igualdad; su impulso convierte a esta en un sucedáneo, posiblemente indicador de todo lo contrario. La exaltación confunde los términos de forma tendenciosa. Anula la serena observación de los hechos e impide el análisis de los razonamientos pertinentes.
Cada individuo camina con sus soledades difíciles de remediar, porque parten de su realidad radical. Por muchas vueltas que le demos, las pretendidas compañías acaban por dejarnos ante el enigma propio. No será porque no hayamos acudido a incontables dioses a lo largo de la historia, siempre escurridizos y poco presentes en las deliberaciones humanas.
Hoy, la sociedad está pasando un proceso o, mejor dicho, le están “procesando”, con el único fin de, como en los alimentos, parecer que es feliz, parecer que está satisfecho, parecer que es él mismo. Ese proceso nos lo están imbuyendo mediante la generación generalizada de “sequedad mental”.
A estas alturas resultan ridículas las afirmaciones de una justicia igual para todos, de una honestidad proclamada por los propios interesados; en definitiva, de ciertos pronunciamientos caprichosos, con la ligereza como único acompañante. Aunque llegara a estructurarse en instituciones fastuosas o se pretenda legislar en defensa exclusiva de las honestidades propias, queda comprobada por cualquier observador la palabrería huera.
La sequedad mental, no es el paso previo a la indiferencia.
Reconozco que me ensimisma ese celeste cielo que vierte versos en cada esquina, recreándome en mil sueños, alegrando todas las atmósferas existenciales, hasta entusiasmar toda vida y hacer que despunte la emoción de renacer por dentro y por fuera.
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