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La realidad más allá de la pantalla

En la sociedad actual tiene un mayor peso el obtener dinero que la familia, el éxito profesional más que el éxito de nuestro matrimonio
Gabriel Lanswok
martes, 26 de octubre de 2021, 12:02 h (CET)

Me gusta ser humano, en verdad que sí, pero la realidad es que resulta complicado, como cuando estás en tu habitación escuchando música clásica mientras afuera la música electrónica se impone con su velocidad, es ahí cuando me levanto y agarrando los audífonos vuelvo a la inmersión previa a la distracción. 


Gracias a que somos humanos podemos imaginar, amar, crear y aprender de forma racional; sin embargo, a menudo el futuro se vuelve peligroso ocasionando que nuestro cortisol aumente provocándonos ansiedad, en otras ocasiones es posible que el pasado crezca tanto que se vuelva nuestra cruz, la culpa y la depresión se tornan imposibles en nuestro interior, los pensamientos son demasiados, controlarlos, imposible… Me gusta ser humano, en verdad que sí, solo que las preocupaciones postmodernas, con vestido de ángel-racional, cada vez se vuelven más importantes, siendo absurdo, ya que, en realidad, son absolutamente intrascendentes.


En la sociedad actual tiene un mayor peso el obtener dinero que la familia, el éxito profesional más que el éxito de nuestro matrimonio o de nuestra familia, si algo no es de nuestro agrado mejor terminarlo, cambiar de novia igual que de camisa, cambiar de profesión igual que de pantalón; mientras nuestros padres eran felices trabajando en su tiendita, nosotros nos deprimimos al no tener el trabajo vocacional de nuestros sueños; los seguidores que obtenemos al subir fotos semidesnudos valen más que los amigos íntimos que podamos ganar al interactuar más allá  del mundo virtual; nuestra identidad como avatares virtuales tiene más peso para nuestra autoestima que nuestra identidad real, da la sensación de que se hizo realidad  la frase: «si no estás en las redes sociales no existes», hemos desaparecido al poner un stop al Instagram, al Tik-Tok, al Youtube, dejamos de ser padres hasta que subimos nuestra foto del día con nuestros pequeños, dejamos de ser escritores hasta que subimos un Tik-Tok con nuestra pluma manchando la hoja.


Todo se ha vuelto frívolo, lo virtual no es lo real, lo rápido no siempre es lo mejor (nunca salen las cosas bien cuando la productividad vale más que la paciencia), la poesía de redes se asemeja a la autoayuda, es bonita y nada más, un dulce de calorías vacías, no existe filosofía ni comida nutritiva en el mundo productivo en el que vivimos, ya que, la filosofía toma tiempo, igual que la buena poesía o la comida nutritiva, sin embargo, el mundo virtual premia la voluptuosidad del contenido más que la calidad del mismo, entre más videos se suban a Youtube más seguidores ganarás, igual que en todas las demás redes, Twitter premia cuando has publicado unas seis veces al día. Una vida entre pantallas, sin voluntad más allá del mundo real, inútil más allá, donde todo se vuelve real.


De forma magistral el filósofo español José Carlos Ruiz nos lleva de la mano por estas cuestiones en su libro: «Filosofía ante el desánimo». Una mirada distinta a la interrogación sobre la identidad y el mundo postmoderno en el que vivimos, ocasionando una profunda reflexión sobre nuestras propias decisiones, alentándonos a vivir de forma más auténtica y personal, a dejar de ser parte del sistema para volvernos individuos con identidad propia.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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