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​Diálogo entre individuo y sociedad

El sentimiento de nacionalidad e identidad ya no se puede entender solo entorno a los tres ejes tradicionales (raíces, lengua y normas sociales)
Miguel Jesús Castillo Garrido
jueves, 26 de enero de 2023, 09:36 h (CET)

George Simmel, critico alemán, puntualiza, que las personas no son extranjeras en sí mismas sino para la otra que así los conceptualiza. En este proceso se refuerzan en muchos casos la identidad nacional, se trata de un proceso de confrontación o lucha personal en el que se refuerzan lazos de pertenencia del lugar de origen o se rechazan, y se construye una nueva identidad.


Por lo que se puede entender que un migrante sufre, tradicionalmente, un triple trastorno: pierde su lugar, entra en el ámbito de una lengua extranjera y se encuentra rodeado de seres cuyos códigos de conducta sociales son muy diferentes y, en ocasiones, hasta ofensivos, respecto a los propios con los que han convivido toda su vida anterior.


El migrante, a quien le son negados los tres, se ve obligado a encontrar nuevas maneras de describirse a sí mismo, nuevas maneras de ser humano” (Salman Rushdie: Imaginary Homelands; cita extraída del libro de Ermanno Vitale: Ius migrandi. Figuras de errantes a este lado de la cosmópolis, Melusina, Barcelona, 2006).


Actualmente la cuestión del sentimiento de nacionalidad e identidad ya no se puede entender solo entorno a estos tres ejes tradicionales de identidad (raíces, lengua y normas sociales). El asunto de identidad se torna más complejo por los procesos de globalización económica, cultural y sistemas de comunicación que vivimos actualmente en este siglo. Sin olvidar el papel de los Estados en el desarrollo de la administración para el control de movimientos.


La cuestión central es el cómo se construye la identidad del otro y al mismo tiempo se refuerza la de uno mismo. Como punto de partida de nuestro viaje al ser migrante encontramos la necesidad de demostrar una identidad ante los controles de movilidad de las fronteras.


El sociólogo franco argelino Abdelmalek Sayad afirma que “la presencia inmigrante es una presencia ilegítima; la única razón legitimadora de la presencia ilegítima de la inmigración es el trabajo, y, por ello la inmigración es pensada siempre como temporal”.


Este es uno de los principales motivos que hace que percibamos a los migrantes de una forma interesada y se justifique su presencia en el territorio como una consecuencia de una necesidad de la coyuntura económica.


La tragedia reciente con la que se encuentra los migrantes hoy en día, es el hecho de llegar a una sociedad golpeada por los viejos sistemas de producción económica de la vieja Europa que ha provocado que se conviertan sus propios ciudadanos en ciudadanos “outsider”.


Entonces los recién llegados se encuentran en una tierra de gente empobrecida y con un futuro incierto. Este hecho explosivo hace que se enfrente a problemas sociales y de rechazo, que convierte su presencia en “ilegitima” o vistos como una amenaza ante la falta de oportunidades reinantes. Al mismo tiempo la manipulación política y mediática abonan este escenario cargado de conflictos en el imaginario social.


Es verdad que todo se construye en torno a una experiencia personal. En este escenario hostil la persona inmigrante va creando una identidad, que muchas veces es de rechazo a los ciudadanos que habitan estas poblaciones.


Y más, en un mundo globalizado, como el actual, en el que el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación transforma nuestras ideas de distancia y nuestra relación con lugares y sociedades lejanas del mundo. Lo que Facilitan y refuerzan las interacciones tanto a nivel económico, político y social con el lugar de origen, hecho probado que hace que la identidad de origen no se diluya, sino que tome mucha fuerza y presencialidad en el día a día de estas personas.


Según el profesor Billig, la globalización efectivamente está erosionando al estado-nación clásico, pero no por ello está poniendo en peligro a la nación como identidad: “La percepción de la importancia de una patria con fronteras y la distinción entre ‘nosotros’ y ‘los extranjeros’ no han desaparecido, sino todo lo contrario, ha aumentado.


En estos últimos años hemos podido ver en funcionamiento dos procesos de relacionarse, a nivel mundial, la globalización, por un lado, y la reafirmación de diversas identidades culturales, por otro.

Ambos hechos se ligan entre sí, ya que la homogeneización cultural con la que suele asociarse a la globalización implica una amenaza a las culturas locales, y a las identidades específicas. Surge así el miedo a perder las referencias culturales que definen a las personas, y de ahí los conflictos y reivindicaciones en torno a las identidades locales o regionales.


Pongo aquí el foco porque es donde los Estados -nación han fallado, en el sentido de que se hace necesaria una voluntad civilizadora que legitime esas identidades, donde todas puedan convivir.

En esta atmósfera de construcción de identidad es donde empiezan a surgir polémica. Tal y como expresa Castell se genera una crisis de la capacidad de representación de un mundo de pluralidad cultural a menos que haya una articulación de ese Estado en torno a principios plurales de fuente de identidad.


Lo cierto es que existe una tensión latente entre lo tolerable y lo intolerable. Por eso predominan en nuestro lenguaje cotidiano palabras referentes a “multiculturalismo”, “interculturalidad”, “pluriculturalismo” o “asimilación cultural”, conceptos que expresan cierto grado de negociación.

Conceptos que van a ir evolucionando entre el dialogo entre individuo y sociedad en estos años venideros y que iremos desarrollando según los acontecimientos se vayan produciendo. 

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