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Erguidos por dignidad

La comunidad será deplorable sin individuos dignos
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 24 de marzo de 2023, 10:53 h (CET)

Qué impresión sacaríamos al observar un grupo social integrado por sujetos con la cabeza gacha, indecisos, plegados a cualquier programación, vociferantes pero incapaces de articular razones, aturdidos en definitiva. La manifiesta ausencia de vitalidad es todo un indicador de su servilismo amodorrado cargado de carencias. Pues bien, de contrarrestarlo se trata, de alegrar el ánimo, elevar la frente y activar las energías en aras de la VITALIDAD comunitaria, configurada por la participación de elementos cabales decididos. El adocenamiento servil desvirtúa la comunidad, sobre todo si los supuestos motores se enzarzan en disgresiones interminables, cada vez más alejadas de los sentimientos y necesidades de las personas.


Hasta los números los empleamos de manera ambigua, encaminados hacia objetivos saludables o mezclados con maquinaciones maliciosas. Peor aún, los transformamos en la base de argumentos tendenciosos. En muchos sectores de la actividad social nos vemos acosados por un ingente número de programaciones intransigentes, con la obligación implícita de someternos a sus abundantes normativas; mientras, apenas se arguye sobre la calidad, y menos aún, sobre su aceptación por parte del ciudadano común. Si atendemos al susodicho ciudadano se le acumulan las sucesivas FRUSTRACIONES, como consecuencia de las ligerezas organizativas. Los grandes números difuminan las carencias y el desinterés por la ciudadanía.


Las frustraciones contribuyen a la forja de un estado de ánimo pesimista, cargado de irrealidad por las propias tendencias de sus percepciones. Los lamentos y las reclamaciones ocupan los primeros planos, oscureciendo otros horizontes. La suma de despropósitos acaba centrando todas las inquietudes; ocupadas solo en las deficiencias, simplifican los razonamientos en esa exclusiva dirección, favorecen los ademanes populistas reduccionistas. No extrañará la deriva de esa postura hacia un escepticismo radical, que por su misma inclinación se torna DEFORMANTE, porque la realidad con su mezcolanza permanece conflictiva. La mera actitud escéptica deja el campo expedito a los poderosos manipuladores, siempre activos.


Desde las primeras edades comenzamos a notar que las cosas no son como parecen, ni como nos las cuentan; siempre quedan recovecos sin explorar. La incompletud nos tiene bien agarrados, nunca alcanzamos las respuestas definitivas; hemos de estar atentos, las respuestas parciales soportan con frecuencia cargas perniciosas. Como consecuencia, a la hora de tomar decisiones personales, la confianza se resquebraja y los apoyos pierden su consistencia. Dicha inestabilidad en las andanzas habituales nos urge al aprendizaje de habilidades para la CRÍTICA saludable, para proceder al análisis de los eventos y posibilidades; no es una tarea delegable. Las apreciaciones individuales han de ejercitar su propia prestancia.


Se nos evaporan en las manos los buenos propósitos, cualquier detalle descuidado los echa a perder. El desfase aparece donde menos lo esperas. Las diferentes formas de pensar favorecen la atención dispersa, multiplican las expresiones vociferantes, aunque pocas veces claman por la excelencia de los comportamientos; con ese descuido, la calidad se perdió en el discurso plural rutinario. La elección de los métodos y paradigmas a seguir, adolecen también de ese ruidoso descuido, o lo que es peor, se decantan las opciones desde pequeños grupos de empoderados, sin la conveniente transparencia. Destaca la insuficiente DELIBERACIÓN franca y concienzuda, con la cerrazón de los círculos gestores.


Basarse en la identidad de un individuo para explicar o justificar sus actuaciones es un asunto controvertido; si pretendemos adjudicar una identidad homogénea a un colectivo, a un pueblo entero, la cosa se complica aún más. Es obvia la dificultad de conocerse a fondo. De un lado, las circunstancias envolventes son cambiantes, como lo son también los funcionamientos internos; además, los compartimentos de la personalidad son dispares (Hormonas, psiquismo, fuerza, sentidos). El intento de comportarse con una FIJACIÓN identitaria introduce varios elementos falseados; provoca desviaciones peligrosas que pueden conducir a individuos o colectivos por rumbos descontrolados, de cuya autoría maliciosa no se habla.


La pretensión de ubicarnos entre lo posible y lo imposible extiende un amplio arco de orientaciones, que pueden encaminarnos hacia metas encomiables o retenernos en ciertos conformismos acomodaticios. Entrañan unos puntos de mira muy personales, con un cúmulo importante de condicionantes no siempre conocidos. Tantas influencias suelen decantar las estrategias de la responsabilidad hacia los numerosos focos externos, no al propio protagonista. La trama institucional pergeñada en las sociedades modernas, propicia la adopción de estas desviaciones EXTERNALISTAS por parte de buen número de ciudadanos. Se reivindican soluciones foráneas sin ahondar en los fundamentos.


La dialéctica social se desarrolla en un devenir plagado de decisiones, omisiones y trifulcas; los hechos configuran un relato a través del tiempo. Aún suponiendo un enfoque común acertado, se deducen las repercusiones irregulares por las diferencias inherentes a las personas o grupos afectados. La percepción dispar de lo acontecido tiene su lógica, son muchísimas las matizaciones según la gente implicada. Cuando se recalca la valoración de dichas actuaciones precedentes, sobre todo si participa la política, suelen configurarse estrategias HISTORICISTAS en la detección de compromisos y obligaciones. La disputa consiguiente adolece de curiosos vericuetos escapistas.


La dimensión pragmática de la vida comunitaria, está plagada de acuerdos y fuertes discrepancias en torno a situaciones poco nítidas de por sí o enrevesadas a conciencia por duendes traviesos. La comprensión de cualquier evento se ve dificultada por ese mar de oleajes interesados y los imprevistos azarosos. Las propuestas efectivas requieren de una buena acción argumentativa, para aspirar al menos a unas decisiones resolutivas. Sin embargo, aquí aparece un tanto distorsionado el componente lingüístico, tan decisivo para la comunicación y el debate. Pero la DESIDIA en el empleo de las palabras diluye la implicación de los ciudadanos, en las propias tareas y en las que afectan al resto comunitario.


Resulta primordial el análisis de las capacidades individuales y colectivas, para adecuarlas a las opciones de cada reto existencial; pero suelen adherirse al lastre del SESGO de autovaloración menguante para evitarse obligaciones. Contribuye a la confusión, al no tomar en consideración la verdadera potencia de acción, en cuanto a la calidad y la intensidad que se hubieran necesitado.


Al fin, entramos en terrenos de clara intimidad, en los cuales resulta protagonista la TENSIÓN de la persona a la hora de pugnar por la belleza, las verdades, la libertad, sus creencias, la vida en sociedad y las insoslayables necesidades. Siendo subjetivos, aún así, no es posible ignorar los vínculos sociales ni su rango de implicación. No obstante, en esos interiores, el individuo ya circula por una esferas inalcanzables desde fuera.

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