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Hablando de sustancias

Si algo nos gusta hasta la debilidad de la voluntad razonada es ese peculiar diálogo con lo desconocido
Rafael Pérez Ortolá
jueves, 21 de octubre de 2021, 10:44 h (CET)

Nos gusta sacar a relucir, incluso discutir, sobre la verdadera sustancia de cuantas realidades nos acompañan; sin darnos cuenta en la mayoría de las ocasiones de la incompletud de los conocimientos accesibles. Dicho núcleo principal constituyente suele mostrarse esquivo, con frecuencia sólo asequible en los campos de la imaginación. Ocurre con las vivencias sencillas de cada día, pero también con los grandes conceptos que nos plantean los interrogantes existenciales. Si uno indaga en lo referente a la sustancia auténtica de la CARICIA, profundiza en su entrañable realidad con sentimientos placenteros, sin penetrar en el profundo universo de lo que somos ni en sus engranajes.


Hasta en cosas aparentemente fáciles de detectar, surgen comportamientos engañosos, incluso claramente perversos; sin alcanzar el fondo explicativo de su mera existencia, menos aún de sus condicionamientos. Los impulsos instintivos o la raíz de las motivaciones surgen desde territorios poco explorados por la limitada capacidad racional de los humanos. Por eso quien pretenda comunicarnos su sabiduría en este sentido genera todo tipo de sospechas; la FRONTERA no tiene discusión, su carácter inestable nos confunde, pero al final es de una rigidez radical. Ese sello fronterizo es definitorio. Aunque miremos para otro lado, no engañamos a nadie; si bien la credulidad no tiene límites.


Sabemos desde la clásica descripción de la caverna por Platón, de la existencia de las dos vertientes para situarse las personas ante el conocimiento. La de quienes sólo atisban claridades y sombras procedentes del exterior. Destacando esa otra donde se sitúan los poseedores de mejores conocimientos; yo les acabo considerando simples DESLUMBRADOS, pues sus avances no les permiten ni por asomo un acercamiento al fondo de la verdadera sustancia de su existencia. Estos pretendidos adelantados en la sabiduría general lideran ese intrincado mundo de los saberes, no toda la gente es capaz de llegar a sus descubrimientos; con el riesgo de creerse superiores a su menesterosa realidad que les iguala al resto.


La incógnita existencial brujulea en los territorios inaccesibles apenas intuidos. En realidad, nos sostiene como elementos vivos dotados de innumerables cualidades, una sustancia desconocida, llamémosle energía, INVISIBLE, de la cual tenemos problemas incluso para denominarla. Por detrás de todo lo conocido, esa potencia ejerce su poderío al margen de nuestras apreciaciones. Es lógico que tras esa lejanía conceptual, queden en entredicho las pretensiones de poder modificar sus orientaciones. NI tan siquiera aquella luz deslumbrante percibida por los situados fuera de la caverna sirve de ilustración aproximativa. El olvido de esas condiciones no consigue borrar su evidencia.


Allá donde miremos, al intentar la penetración en sus enigmas de fondo, no queda otra, hemos de conformarnos con el nivel de impotencia frustrante. Lo cual no es óbice para mantener la idea indagadora, queremos establecer contacto con lo desconocido, descubrir sus misterios. En esta tendencia se pone de manifiesto, una suerte de desliz enajenado. Dadas las evidentes limitaciones, sería comprensible una actitud de modesto diálogo con los apuntes detectados del fondo misterioso. Por el contrario, predomina la actitud de APROPIACIÓN de cuantas realidades apreciamos más de cerca. Convertimos en objetos manipulables a las entidades naturales, clima, personas, entre ellas; desoyendo lo funesto de esa actitud.


Si algo nos gusta hasta la debilidad de la voluntad razonada es ese peculiar diálogo con lo desconocido. Pero no vayamos a confundirnos, no domina el afán limpio de ampliar los saberes, sino el más presuntuoso de imponer los ímpetus propios para modelar cualquier eventualidad exterior. No cabe la menor duda, estamos ante una actitud DESVIACIONISTA, enturbia muchas de los comportamientos derivados de su comprensión. El carácter accesible de las realidades del entorno exigiría un respeto a su significado, como lo exigiría el respeto a cada persona. El mencionado desliz desdeña los condicionantes externos, pero a la vez deja como alienados a sus pretendidos manipuladores.


Me consuela el carácter invisible de la sustancia que nos sostiene. De donde provenga, sus métodos, su fuerza, su sentido; no están a la disposición de las ostentosas fuerzas envolventes. Estamos siempre flotando en la inseguridad de estos conocimientos, las decisiones tomadas vienen con una carga de imprecisión agobiante. Afirmamos con una lamentación subrepticia la existencia de dificultades ilimitadas, sin apreciar en lo debido esas limitaciones como fuente del crucial libre ALBEDRÍO; apoyado en gran manera por ese imposible dominio de sus cualidades por los poderosos engolados. La maravilla sustancial radica otra vez en las esferas de lo sublime.


Existen contrastes ilustradores de los pormenores de cuanto acontece. De un lado, contemplamos la rotundidad de ciertas convicciones, el descaro de comportamientos abusivos, la desfachatez de conciencias desaforadas, la imposición de criterios a la menor ocasión. Desde otra mirada más amplia, contemplamos el destino final de estas intemperancias; la evolución desmonta esas creaciones de manera inclemente. Navegamos en la sustancia desconocida del TIEMPO. Este juega con todas ellas con un carácter permisivo, transformado poco a poco en un poder destructor sin contemplaciones. Nos zarandea a su aire, sin detectar la procedencia de esos vientos, ni sus reglas elementales.


Conocemos de sobra el valor de las investigaciones cuando son concienzudas, liberadas de las presiones propagandistas de ciertos grupos tendenciosos. El olvido de ese valor para funcionar a base de engañifas es asunto bien diferente. En esa distinción radican gran parte de los desajustes sociales (Clima, vacunas, economía, gestión de las libertades). Se pone de manifiesto el carácter menesteroso de las actividades humanas. Incluso la CIENCIA permanece limitada a la superficie del iceberg accesible, más allá se pierden sus explicaciones, y eso cuando se hace bien. Su esencia permanece diluida en la inmensidad, aunque su precisión deja en entredicho a las meras opiniones caprichosas.


Las múltiples teorías elaboradas desde la antigüedad no han conseguido ni un acercamiento satisfactorio para la explicación de esa presencia del INDIVIDUO como entidad particular; sus energías y sus debilidades son insustituibles. No sólo sus devaneos en el presente plantean incógnitas incesantes, sus orígenes y sus significados finales permanecen en la inquietante nebulosa que nos envuelve.


El mismo ANHELO de proseguir pese a las numerosas incertidumbres y dificultades, proviene de aquellos abismos inescrutables. A la vez, asoma una prudente cura de humildad, curiosamente desdeñada por la extraña proliferación de expertos de pacotilla. La sabiduría se ofrece sobre todo a través de los enigmas reconocidos; en ellos se basan los supuestos conocimientos.

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