Cualquier miembro de la secta de los humanos se considera único con toda la razón, esa es una evidencia natural. La cruda realidad demostrará en lo sucesivo las variadas formas de ligazón a las que se adhiere cada sujeto, quizá la mayoría captadas como un lastre de manera involuntaria; sin menoscabo de las originadas por iniciativas voluntarias. Esas relaciones amplían los rasgos comprensivos, manteniendo siempre matices característicos de la INDIVIDUALIDAD. Las múltiples facetas comunicantes originan una notable emergencia de grupos diferenciados, a veces con particularidades extremosas. No obstante, pese a esa ingente proliferación de expresiones vitales, el perfil personal permanece activado.
Una de las manidas fuentes informativas para saber la procedencia de nuestras características, estudia el ADN, los genes, como registro central. El progreso en estos conocimientos es acelerado, permite la comprensión de mecanismos relacionados con la salud o la enfermedad, además de prestar servicios notables a la identificación u otros compromisos sociales. El futuro promete mayores alcances cognitivos, la GENÉTICA adquiere dimensiones importantes. Por medio de los estudios adecuados permite detectar señales retrospectivas de los antecedentes individuales; al mayor fanático de una herencia sin contaminaciones, le aparecen señales exóticas en eso antecedentes procedentes de los núcleos humanos más impensados.
Es habitual la referencia al lugar de nacimiento de una persona para iniciar su descripción, percibiendo enseguida los múltiples factores implicados y la escasa precisión de sus influencias concretas. Dejando aparte que pueda tratarse de una ubicación accidental por circunstancias, el ambiente familiar, la lengua materna o los primeros cuidados, configuran la impronta inicial sobre el protagonista. Pero a esa influencia de CERCANÍA se añaden presurosos, máxime hoy en día, gran número de elementos con diferente potencial. Al componente climático-geográfico se suman los medios de subsistencia y primeros contactos ambientales. Desde el principio acucian los cambios de signo incierto.
Más aquí de los misteriosos abismos intratables, funcionamos con una serie de peculiaridades, de las cuales no llegamos a detectar toda su enjundia. En la práctica disfrutamos de unas cualidades digamos superficiales, siempre resulta posible sacarles un partido mayor. A dichas insuficiencias solemos añadir una suerte de aficción no muy bien explicada y por tanto tampoco justificada, aunque eso de las justificaciones también es impreciso. Me refiero a la costumbre de urdir SECRETOS e insertarlos en la trama de las relaciones. Enturbiamos las esencias con los ocultamientos caprichosos; no contentos introducimos el matiz manipulador. Desvirtuamos así los elementos básicos constitutivos.
Nadie, o muy pocos, piensa en la montaña de huesos que nos precedieron. Por lo tanto, de esa manera resultará difícil tener en cuenta su repercusión en nuestra presencia actual. Transitamos por la pendiente pronunciada del tobogán existencial, desde luego ajetreados y azarosos, sometidos a las vicisitudes menos previsibles. Cuando lo hacemos de forma pasiva e idiotizados, apenas sobrepasamos la oleada de una masa inorgánica. Entre los senderos tenebrosos cobra su mejor sentido el reconocimiento de las APORTACIONES creativas de cuantos transitaron por toboganes similares. Esas colaboraciones transforman la incertidumbre angustiosa en una especie de paraíso temporal, empeñados en crear entornos saludables.
Siendo evidentes los mecanismos naturales que nos van modelando desde lejos o en las cercanías, su potencial actúa con importantes modificaciones. La herencia genética, la convivencia, los ambientes físicos, no siempre influyen con idéntica intensidad; porque tampoco los individuos los captan del mismo modo. De ahí que sobrepasando las variaciones lógicas, surjan con cierta frecuencia elementos díscolos sin aparente relación con las circunstancias envolventes. Vienen a ser como HOJAS SUELTAS de formatos extraños, auténticas rarezas. Esa especie de aislamiento respecto de los entornos no les separa de sus procedencias; hemos de apreciarlas como excepciones funcionales desde la base común.
Los poetas han exaltado en numerosas ocasiones la excelencia de una sencilla hoja de hierba; puestos en la consideración de las esencias, las competencias están bien repartidas. Para tratar de acercarnos al conocimiento de la realidad nos vemos obligados al uso de las palabras, les damos nombre a las cosas, a las actuaciones, deseos u obstáculos. Sin embargo, en la intensidad de ese empeño confluyen una serie interminable de apetencias, de enfoques concretos en los planteamientos; subrepticiamente deformamos el sentido inicial de las palabras, convertimos su empleo en una auténtica ESTAFA. Si no desbrozamos el panorama, contribuimos sin remisión al confusionismo.
La encrucijada provocada por los endiosados nos acecha desde las primeras edades, hasta llegar a alcanzarnos de lleno pese a su notoria falsedad. No asombramos del laberinto de inquietudes encadenadas, complacientes con esas insatisfacciones; sobre todo cuando apreciamos la escasa dedicación a solucionarlas y la frecuencia con la que las incrementamos. Mientras, en el fondo de cada persona resuena el fino MENSAJE sólo desvelado por su protagonista. No valen los intérpretes ajenos; estos contribuyen a ese alboroto confuso que nos aturde. Con esa observación del interior, descubrimos con sorpresa agradable la fortaleza de las raíces; de su mantenimiento dependerán las personalidades cabales.
Por lo dicho, es inevitable, cada individuo camina con sus soledades difíciles de remediar, porque parten de su realidad radical. Por muchas vueltas que le demos, las pretendidas compañías acaban por dejarnos ante el enigma propio. No será porque no hayamos acudido a incontables dioses a lo largo de la historia, siempre escurridizos y poco presentes en las deliberaciones humanas. En el caso concreto se refleja la sensación de ABANDONO angustiosa. Ni los compañeros de fatigas ni los dioses nos resuelven el dilema planteado. Olvidados por unos y otros afrontamos nuestra presencia ante las circunstancias vitales, con la incertidumbre lacerante y el revuelto panorama comunitario.
Maltratamos nuestra raigambre con una saña inusitada, dedicamos unos ímpetus tenaces a la introducción de PONZOÑAS contaminantes. Elegimos y apoyamos la presencia de inquisidores sin fundamento, a los cuales dejamos que ejerzan sus caprichos impositivos. Seguimos a los expertos en parcelas tan minúsculas que apenas significan nada. El encubrimiento pasa a ser uno de los oficios primordiales. Y la intolerancia surge de mentes ególatras alejadas de los razonamientos.
El VIRAJE bien intencionado adaptado a las auténticas condiciones constitutivas, ha de empezar por el individuo interesado en cuidar sus cualidades. La generalidad social es acomodaticia en torno a la mediocridad facilona. El imperativo vitalizador es exigente, pero gratificante; propone desde la franqueza de los términos adecuados.
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