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Desapareceré, podré, ya me saqué el pasaporte, jamás me volverás a ver. Moriré si es preciso, pero no iré por donde me marques el rumbo para burlarte de mí.
Mi amigo de Internet me quiere. El francés del Sur me sorprende con su "buenos días" cada mañana. Sin él, no puedo vivir.
La vida está hecha de sencillos momentos, instantes serenos que llenan mis cuentos, campos de batalla, sucesos ciertos naciendo y viviendo. Son recuerdos y eso es lo que somos, tormento, malestar, gloria, risa, diversión, lágrimas y la ley del silencio que permite revivir y sentir de nuevo.
Alguien-Que-Mereciera-Llamarse-Lulú conoció, sin procurarlo, a La-Muerte-Que-Te-Alcanza, en un crepúsculo del mil setecientos.
El secreto de la felicidad
Es no ir donde no te gusta.
Hijos científicos, se casaron dos números fijos y luego tuvieron hijos del dos más dos que quizás llegarán a ser ingenieros, médicos, maestros, otra cosa, a los que quizás dejen huérfanos un día temprano.
La herida ya no mancha.
Doña Prudencia me aconsejó que llegar a vieja sana iba a ser lo mejor, con educación y belleza, dedicación y buen humor, muy lejos me marcharé con la cabeza muy alta, el cabello en una trenza y espero... no regresar jamás.
Los años pasan… lo sé también… y a pesar de mi optimismo también veo que no he realizado muchas de mis nobles aspiraciones. No debe importarme me repito una y otra vez.
Lo paso mal de verdad porque piensan cedo fácil. Son recursos de su diabólico comportamiento, fuera de lugar y que sin importar, aún la culpa puedo llevar y nadie hace nada. En el trabajo me acosan, y eso sólo se hace para hacer daño.
Desde que me quedé solo decreció mi optimismo. (Riego malvones a la madrugada. Volveré al lecho. Hasta que aburrido me dejaré caer, y lograré así reaccionar, sobreponerme y encarar el día, si no laborable para mí, que eso nunca, al menos...) Los que ya no están, con cariño y con resignación, me instaban a la diurna vigilia.
Recordando hoy, sé que triunfaré y batallaré pasito con pasito hasta el atardecer…
Olor a manzana del manzano que vive a orillas del río, del mar, del azúcar blanco, el mejor producto, aclarar la voz, gritar que soy libre, que llegué a la vida, con una manzana en la mano, verde amarilla o roja, deliciosas, hechas en puré… que bien las conoce la historia.
El recuerdo se va, el recuerdo se olvida, mas siempre has estado en mi presencia.
El antojo se convirtió en pesadilla.
Marie Flavie dejó a su italiano... poco le duró, pero volverán a verse. Aunque sólo discutió fue duro, quizá vuelvan, él no se peinaba. A ella le gusta Italia, quizás vaya a vivir allí, lo sé. Algún día, en un futuro próximo y con ella en su regazo él estará. Pero si lo olvidó... pero su foto, su firma y su fragancia siguen en su almohada, la de ella. En su bolso, lo que me hace pensar en una reconciliación.
La vida está hecha de sencillos momentos, instantes serenos que llenan mis cuentos, campos de batalla, sucesos ciertos naciendo y viviendo. Son recuerdos y eso es lo que somos, tormento, malestar, gloria, risa, diversión, lágrimas y la ley del silencio que permite revivir y sentir de nuevo.
Sé que sé lo que sé... y andando voy por el río, paso a paso en sus orillas que son las mías, marchando y marchandito... y sólo sé que nada sé.
¿Qué es el alma, si en mi cuerpo hay tantas?, ¿quién soy yo, si tengo mil caras?, ¿quién domina mis acciones y siente lástima de otros, ira o venganza?, ¿quién soy yo, si soy mitad buena y mitad mala?, ¿debo ser diablo o santa?
Enorme y bueno. Trabajaba y residía en un taller mecánico. Entre sus pertenencias figuraban un colchoncito con cotín engrasado como él y unas frazadas asquerosas.
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