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Es una ladrona de hombres, que primero se fijan en mí, pero luego se van con ella. Yo después les veo, desde mi ventana, por la calle van, las manos cogidas, la mirada amable.
El libro de Eduardo Laporte conserva en sus páginas un olor húmedo a abeto y a haya. Un sonido de adoquines y rumor de hojarasca. Un sabor a chato de vino elaborado en bodegas benedictinas. Una mirada a la naturaleza y lo rural. Al apego de la tierra. Al esfuerzo en la labranza olvidada. Una mirada al alma de lo terrenal, con todos sus colores y contradicciones. Sin tanto maniqueísmo como el que ahora parece dogma a seguir.
La escritura de Millás siempre está a caballo entre la realidad y la fantasía, pero sin renunciar nunca a aquélla, creando así una atmósfera surrealista en todas sus obras que sorprende siempre a sus lectores, porque le gusta diseccionar, con maestría de un cirujano manejando un bisturí, la realidad y sus entresijos más íntimos.
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