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Si damos una vuelta por las distintas calles de cualquier ciudad podemos apreciar perfectamente la transformación que se ha producido desde hace unas semanas hasta ahora, es decir, las fachadas, los árboles y los escaparates están decorados con luces y productos navideños que inspiran un ambiente más cálido con respecto a otras épocas.
Los cines de verano abrieron sus puertas hace muchísimas décadas con aquella ilusión que siempre han transmitido las novedades. En este momento, donde la nostalgia es ya lo que hacíamos en nuestros veranos de infancia y adolescencia con la típica frase de cualquier tiempo pasado fue mejor, esos cines son en muchos lugares de nuestro país historia. Aquel blanco de la pantalla con cielos infinitos y el misterio de las estrellas, nos adentraba en la fábrica de sueños que se proyectaban.
Caminar sobre la alfombra de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es un recuerdo que regresa a mí con frecuencia, como si fuera la esencia de un perfume o el aroma de un café americano. Mi primera experiencia en la feria fue en 2002, cuando Cuba fue el invitado de honor; sin embargo, esa edición se me desvanece en la memoria.
¿El ser nace o se hace? Yo siempre he dicho que el ser se hace, somos un conjunto de circunstancias que nos hacen ser quienes somos, nuestra forma de pensar depende de la época en la que vivimos, y todo lo que nos rodea nos moldea como simples figuras de barro.
Recordar no es simplemente traer información al presente. Es mucho más profundo. Como dijo un reciente Premio Nobel de Medicina, al recordar, revivimos las experiencias con una viveza extraordinaria: los sonidos, los olores, los colores, como si lo estuviéramos viviendo nuevamente.
Rebuscando entre mis recuerdos, ha aparecido una foto que me ha retrotraído la friolera de cincuenta y siete años. Dicha instantánea está tomada en la feria de Málaga, cuando aun se celebraba en el parque. Recoge a una de aquellas viejas pandillas que aun perduran en nuestro recuerdo y que motivan el encuentro de los supervivientes los primeros viernes de cada mes.
Hay ecos marineros en muchas de las historias que la madre (o hermana; nunca he sabido exactamente cómo referirme a las monjas) Pepa Crespo Juncosa me contó a lo largo de los años en los que nos tratamos. La conocí de niño, pero no comencé a visitarla con regularidad hasta mucho tiempo después, siendo ella ya una luminosa anciana de ojillos vivarachos verde mar (otra alusión a lo marinero).
Ya apenas queda nada de los viejos barrios malagueños. De las calles adoquinadas, de las “casas-mata”, de las sillas de anea sacadas a la puerta al atardecer, de las verbenas de la Trinidad o el Perchel. De las broncas y los festejos en las casas de vecinos o en los corralones.
¡Qué bien olías, mamá! ¿Te acuerdas de aquellas tardes... largas tardes... hablando? “Hijos, vosotros no conocisteis aquella década sin sentido de 1930... No sabéis nada de aquellos políticos de media tinta que, ansiosos de poder, destrozaron el sueño común... No sabéis nada de aquellos políticos que, mintiendo, decían que les dolía el dolor ajeno...".
Hay varios momentos claves dentro de estas fiestas, pero el que produce más revuelo, es el de la mañana del día de Reyes. Y es lógico: 19 mayores y 20 niños dan mucho de sí. Para colmo, sus majestades depositan todos sus regalos en el salón de los abuelos y allí acuden en manada a recoger lo que les hayan dejado.
Sin ir más lejos, ayer me llegó una versión de esta canción del prolífico músico mejicano Agustín Lara, que estrenó Ana María González en 1941. Después, a lo largo de los años, nos han llegado una infinidad de interpretaciones de la boca de todo tipo de cantantes: melódicos, líricos, rancheras, etc.
Ya es Navidad, bueno, lleva siendo navidad desde primeros de noviembre que empezaron a adornar todo; dentro de nada estamos en la piscina y con el gorro de Santa Claus. Pero no, no voy a decir lo mucho que odio la Navidad, voy a contar las cosas que me hacían amar esas fechas y lo lejanas que se encuentran ya de nuestra realidad.
En las viejas radios de capilla, de finales de los 40, resonaba esta canción interpretada por Jorge Sepúlveda. Pero para mí se hizo más cercana siendo interpretada por un violinista que ejercía su oficio en el arcaico tren de humo que se encaminaba alegremente hacia el Rincón de la Victoria. Eran los primeros años de la década de los 50 y aquel buhonero rifaba alguna cosa y tocaba el violín para ganarse la vida.
Al adentrarme en el neologismo de: 'la cultura de la cancelación' me percaté de que su significado me era familiar en tanto que elemento primigenio y objeto de observación. Por un momento, recordé el bar Cáceres y a sus clientes renuentes que descansaban plácidamente en los taburetes que, por aquel entonces, permanecían anclados al suelo.
Difícilmente sabemos hasta qué punto y en qué dimensiones ciertas personas nos influyen. A veces, la incidencia que tienen otros en nosotros no es cuestión de tiempo ni del número de repeticiones, sino de la confluencia de las condiciones y las circunstancias.
Yo la conocía desde siempre. Compartió el bachillerato en las Teresianas con mi hermana y después siguieron siendo muy amigas hasta el día de hoy. Cada año se reunían en alguna ocasión para rememorar viejos tiempos. Pronto dio paso a la “Mari Tere” que todos recordamos. Aquella que se incorporó rápidamente a “la radio de la juventud”.
Basta con encontrarnos después de algunos años con alguien para saber que el tiempo lo ha cambiado, ha dejado de ser ese pequeño niño con quien jugábamos en el césped de la infancia, entre los piratas y las tierras sagradas de la imaginación. Además, nosotros también hemos mudado similar a una magnífica serpiente que deja su vieja piel en el polvo del pasado.
Los recuerdos están bien, pero en el pasado nada hay ni nada vive ya. Se olvida uno de Quinta Crespo, Las Mercedes, La Candelaria, Avenida Libertador, Ño Pastor a Misericordia, La Castellana, Macaracuay y Avenida México, del estupendo Parque del Este, donde íbamos a correr con nuestra madre.
Quizá el pretexto sea mi afán por desarrollar la narrativa, pero siento que estoy empezando a escribir como viejo, porque los años no pasan en balde, aunque me justifico arguyendo una segunda opción: la necesidad de acudir frecuentemente a mi pasado para no repetirlo y comprender quién soy verdaderamente. Esta semana no fue la excepción.
El recuerdo se vuelca como una mezcolanza de diversidad humana cubierta de una lírica tan profunda como la marginación de la entonces tierra de nadie. Las burbujas eran tan profusas como la necesidad de sobrevivir de todos y cada uno de nosotros.
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