Al adentrarme en el neologismo de: 'la cultura de la cancelación' me percaté de que su significado me era familiar en tanto que elemento primigenio y objeto de observación. Por un momento, recordé el bar Cáceres y a sus clientes renuentes que descansaban plácidamente en los taburetes que, por aquel entonces, permanecían anclados al suelo. Un mostrador de madera y justo detrás en la pared una alegoría regionalista en forma de cuadro con paisaje y gentilicio incluido, definía la esencia propia del lugar.
De joven, veía a Hilario y a su señora sortear las quejas de los parroquianos asiduos: "¿no hay tapa?", "¡llena un poco más!", "¡este botellín lo pagó Juan, no te acuerdas?". La mayoría de veces con la apostilla de: "¡Hilario, voy a dejar de venir, pones poco y cobras lo que quieres!". ¡Bares hay muchos…!
Por una u otra razón, todos prometían 'cancelar'. La tasa de conversión siempre fue cero. En aquel tiempo 'clicar' no era tan fácil ni tan necesario. Las cosas concentraban un valor mayor que el aparente. Hoy, todo obedece a un estímulo digital frugal y complejo. Probablemente, la inmediatez propia del contexto social hiciera que cualquiera otra opción pareciese propia de pensamientos al igual que los taburetes de Hilario, anclados a un viejo suelo.
Lo cierto, es que el destino siempre nos brinda la posibilidad de ser más racionales y evitar la superioridad moral. Hilario, no era un comerciante ejemplar ni el paradigma del tabernero moderado y certero. Una juventud trufada de asperezas le forjó un ímpetu inusual que gestionaba con la ayuda de su inseparable, Carmen. El bar nunca llegó a cerrar sus puertas. La intrahistoria reveló en Hilario una entrañable y en ocasiones errática honestidad. Ya en su merecido retiro explicaba que escondido entre las cajas había llorado por la suerte de muchos de sus parroquianos. Personas, que le enseñaron mucho y nunca lo cuestionaron fuera de las puertas del 'Cáceres'. De él quedó para siempre su halo proteccionista que todos conocían, pero inconfesable para un hombre de tal arraigo.
Evitemos comprometer la libertad para aprender.
¡Les invito a un café en el Cáceres!
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