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Un país que cuando lo recuerdo me resulta diferente al resto del universo que la tierra ofrece. Y aquí el impacto que me provoca la lectura de esta emblemática y ágil narración de La mano de la buena fortuna.
El jueves es un día tranquilo en València. El Panaria de la Avenida del Oeste es un buen lugar para conversar, para entrevistar y tomar café. Como fondo, atenuada, suena una balada de cucharillas, platos, tazas y suspiros de cafetera exprés.
En este libro bien documentado y polémico, se muestran los textos procedentes de archivos norteamericanos e israelíes sobre el Vaticano relacionados con el holocausto judío y los perseguidos por los nazis en Europa con insaciable sed de exterminio bajo Hitler.
Quizá frío sea la palabra más adecuada para describir Praga, donde los copos de nieve susurran tras los cristales, las calles lucen blancas y grises y azuladas y las chimeneas devoran, uno tras otro, interminables troncos para combatir ese frío tan intenso. Praga es también una ciudad «llamativa, siniestra y deforme», descripción que cuadra a la perfección con el enano Jeppe Schenke.
De pequeño uve sobre la mesilla de noche una suerte de capilla de plástico, con puertas abatibles y color malva, en cuyo interior figuraba la imagen de S.S. Pío XII para que velase mis sueños. La había comprado mi padre en su viaje a Roma, donde actuó con la Orquesta de Cámara Ferroviaria de València ante el propio papa en su residencia de Castengandolfo.
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