Un país que cuando lo recuerdo me resulta diferente al resto del universo que la tierra ofrece. Y aquí el impacto que me provoca la lectura de esta emblemática y ágil narración de La mano de la buena fortuna. Todo un canto y homenaje al placer de la lectura, de su compromiso social y su espacio vital para que el hombre y la mujer, disfrute de embriagador placer, adquiriendo no solamente el gozo sino también el espíritu crítico con el que, poder enjuiciar por sí mismo si es la verdad o la mentira la que retrata esta sociedad. Donde la realidad de las cosas solo es el deseo de una minoría rara, pues lee.
Un ejemplo de ello es como en todos los conceptos que se muestran para combatir la reclusión fruto de la pandemia, no se recomienda ni se menciona esta defensa sólida que puede ser igualmente necesidad el leer. Lástima pero cierto. Este país que me produce desasosiego cada vez que lo recuerdo tiene recelo y miedo que la lectura significa ser enemigo número uno de los actos más peligrosos. Y es que la buena palabra escrita es la más provocadora arma contra la vulgaridad, la mentira alienadora de una sociedad por quienes gobiernan escudados tras sus grandilocuentes discursos falaces y confusos.
La mano de la buena fortuna -traducción de Dubravka Sužnjević-, es un canto apasionado, reverencial y lírico.Discurre parte de la historia en favor de la imperiosa necesidad de pregonar ese placer de la buena palabra escrita a la vez que la más firme defensa de lo humano. Reflexionaba el filósofo alemán Walter Benjamin en este sentido,“Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdido uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos a cambio de la calderilla de lo actual por la centésima parte de su valor. Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.”. Actitud para no deshumanizarse con el aporrear de unos tiempos tan lejanos y calculadores de lo contrario. Ellos bien saben que quienes leen piensa por sí mismo, a la vez que florece el espíritu crítico ante el panorama mediocre y aterrador. Es la oferta todopoderosa del señor Don dinero. Cuya avaricia carece de límites. Todo un despreciable acoso de la pordiosería alienadora de las masas.
Corren los principios del siglo XX. Un escritor extraño y apasionado lector, Anastas Branica, serbio fervoroso de su lengua, escribe poseído de fantasía una larga novela que narra de forma, tan original con imaginativa. Escritura sin trama ni argumento, pero sí mecida en un fondo de creatividad, que el autor la sitúa en una curiosa y original villa adornada de un ensoñador jardín. Donde no falta una encantadora joven francesa de exquisitas maneras.Motivaciones que llevan la narración a un elevado todo de creatividad, tensa y embriagadora que atrapa a ese posible lector que debe ser exigente e imaginativo. Fiel a la sólida y soñadora descripción narrativa, a la advertencia insobornable repitiendo que “En virtud de la ideología de la industria cultural, el conformismo sustituye a la autonomía y a la conciencia; jamás el orden que surge de esto es confrontado con lo que pretende ser, o con los interés reales de los hombres”. Ya denunciado por Theodor Adorno, prestigioso miembro de la Escuela de Frankfurt.
Espacio soñador de lo bello y lo dramático por el que desfilan los más cariciosos personajes entre luces, vegetación deslumbradora de la naturaleza, el agua que fluye por los que posan y aman. Como el ama de llaves Zlatana o Natalia y la joven ama de compañía Jelena, encargada de ayudarle con sus numerosos recuerdos y de satisfacer su avidez por la lectura simultánea; el profesor Tiosavlhevic, el jardinero Streten y Adam Lozaric, el corrector contratado para hacer algunas modificaciones en el texto de Mi legado. No faltan el dramatismo y romanticismo asociados a elementos como la salida y la puesta del sol, tembloroso canto de la naturaleza. Sin embargo, a lo largo de los años, la comunidad lectora que se refugia entre estas páginas de colores llameantes y fragancias exóticas empieza a crecer. Y termino con esta embriagadora novela que padece de unas repeticiones narrativas en el idílico vivir de la villa, que no resultan necesarias su repetición descriptiva.
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