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Cuando en plena pandemia Donald Trump sugirió tratar el coronavirus inyectándose desinfectante y luz solar, me acordé de toda la fauna que conocí en el bar que mis padres tuvieron y donde me crie. Allí, como el expresidente de los EE.UU., los clientes sabían de todo, algo que, a mí, muchacho observador donde los hubiera, me fascinaba.
Donald Trump brindó su discurso de cierre de campaña en un mitin que encabezó en el histórico Madison Square Garden de Nueva York, la misma ciudad donde recientemente fue declarado culpable de cometer 34 delitos. El evento fue una coordinada bacanal de odio que se prolongó durante seis horas. Los oradores del acto azuzaron a la multitud con declaraciones hostiles hacia los inmigrantes, las personas negras, la población judía, las mujeres y otros grupos sociales.
Quizás a muchos nadie les recuerde: desaparecidos en guerras salvajes, perdidos en territorios inhóspitos, personas de vidas solitarias sin nombre ni apellidos, niños descubriendo la vida que alguien cerró sus ojos.... Estamos llegando a noviembre, tiempo, socialmente asignado para dedicar algunos minutos a los que se fueron en familia.
A dos semanas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump aparecen empatados en el posible resultado electoral. Pero lo más importante -y que no se destaca- es que están empatados -igualados- en el objetivo de seguir ejerciendo el poder sobre el resto del planeta. Están unidos para llevarlo adelante, pero también están muy enfrentados en cómo hacerlo. La vida hegemonista de su país -en el ocaso imperial- les va en ello.
Tradición cristiana para recordar dos circunstancias que han rodeado nuestras vidas: el día uno, la de aquellos que pusieron a DIOS en el centro de su vida, anteponiendo la CARIDAD al PRÓJIMO sobre cualquier otro interés. El día dos, recordamos a todos los que, creyentes o no creyentes, recorrieron el universo que nos regaló el SEÑOR, dejándonos una huella de sí mismos: la EVOLUCIÓN del MUNDO y la todos sus HABITANTES lleva siempre algo de cada ser que le recorrió y algo de aquellos convivientes de épocas pasadas.
Fue en Libia, hace casi un siglo, donde un piloto italiano realizó el primer ataque aéreo en la historia. En noviembre de 1911, durante los enfrentamientos entre Italia y las fuerzas leales al imperio Otomano, el teniente italiano Giulio Gavotti.
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