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Es la segunda vez que suena la campanilla por vía electoral, para que sirva de llamada de atención también a los más altos mandatarios, es decir, a los situados por encima de la UE. En este caso, utilizando un símil conocido, resulta no ser la autoridad tradicional la que llama al orden en la sala, sino esos otros a los que la elites tradicionales califican, en privado, de populacho y de ciudadanos, en público, entiéndase, los votantes, a los que no se les reconoce su autoridad.
La cosa de la guerra es asunto que desde el primer momento deben controlar y decidir los ciudadanos. Por evidentes, ni falta hace enumerar las razones. Los políticos no pueden especular sobre ella gratuitamente; menos tomar decisiones sin previa y amplia consulta a esos ciudadanos, y sin previo y amplio debate en cada uno de los parlamentos nacionales.
Las palabras que encabezan el presente escrito habrían tenido interés hace unos años. La realidad actual las ha sobrepasado restándoles trascendencia: el fatalismo se ha hecho ideología. Quizás esta era la finalidad que se perseguía: “no nos molesten con problemas de procedimiento; estamos trabajando. Vds. sigan riendo”.
Todas las iglesias son maestras en crear imágenes truculentas, como la de los tres grandes enemigos del alma: Mundo, demonio y carne. Enlazándola con lo de Sodoma y Gomorra (¿se trato de rememorarlas en Japón?) nos permite imaginar cuál puede ser el castigo que recaería tanto sobre culpables como sobre inocentes.
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