La cosa de la guerra es asunto que desde el primer momento deben controlar y decidir los ciudadanos. Por evidentes, ni falta hace enumerar las razones. Los políticos no pueden especular sobre ella gratuitamente; menos tomar decisiones sin previa y amplia consulta a esos ciudadanos, y sin previo y amplio debate en cada uno de los parlamentos nacionales. Lo demás es menoscabar la democracia, la seguridad y los derechos más fundamentales de esos ciudadanos.
Desde hace años hay una Europa que no se parece en nada al diseño inicial que sus ciudadanos tenían en la mente. Las soberanías de las naciones han ido deslizándose insensiblemente hacia esos organismos burocráticos radicados en Bruselas y que no consultan nada a quienes dicen representar.
En la ejecución de las políticas europeas hay un oscuro juego de representaciones que en nada garantiza una política transparente y democrática. Se respaldan en una supuesta legitimidad proveniente de los gobiernos nacionales, y estos gobiernos, a su vez, basan sus decisiones en lo que dicen esos organismos oscuros extranacionales. A la cosa ya le han encontrado término tecno-prestigiador, el soft law.
La cuestión es que, como dice Calderón de la Barca, casa con dos puertas, mala es de guardar. (Lamentamos citar a un español y no haber encontrado alguna frase oportuna de Shakespeare, que por lo visto es el único autor inglés y quizás mundial. Pobres Bernard Shaw, fabiano, u Oscar Wilde, socialista, aunque los ingleses no lo quieran decir).
Revuelto así todo, el otro día representantes de distintos estamentos de Suecia, Alemania e Inglaterra hablaron de la guerra en el Este y de cómo emprender acciones, como si ellos fueran, personalmente, los únicos afectados por el problema. Es decir, no es ya que unos organismos oscuros piensen y decidan por todos nosotros, sino que unos representantes con respaldo electoral relativo nos lleven a donde ellos quieran individualmente. No hay que olvidar cuántos partidos y dirigentes han sido removidos en las elecciones de sus países. Es un dato importante que ignora como evaluador de legitimidades o clausurador de bocas.
Europa, en plan de subordinación, está destinada a perder; y es lo que estos señores están haciendo, fingiendo que sus voces son las nuestras. Sería lamentable que Europa cayera por tercera vez en la trampa de convertirse en suelo de un conflicto bélico mundial (que ahora sería nuclear). Los que en 1914 cantaban la Marsellesa en los tranvías de Francia, henchidos de inconsciencia, luego lloraron. No digamos los alemanes (sus dirigentes), que parece no aprenden. No menos inconscientes fueron los que contra sus principios votaron en un lado y otro los presupuestos de guerra. Terminada ésta, todos eran más pobres, exceptuados los fabricantes de armas. Por el contrario, los países, restaurada la paz, no perdonaron a las viudas las hipotecas de los maridos caídos en los campos de batalla. Los de esta época llorarían durante poco tiempo las hipotecas impagadas. Los zoofobos utilizan la frase de dar una pistola a un mono. Pues mejor pensemos en algunos humanos jugando con una bomba atómica.
Al respecto, sería lamentable que la España de hoy no supiera seguir su histórica política de neutralidad bélica (en este caso sería mejor decir prebélica, ya que la neutralidad nuclear es inútil, lo cual nos lleva a pensar sobre el derecho a ser imprudentes en este asunto).
En esa oscuridad de representaciones y potestades se mezclan las voces, las organizaciones, los ámbitos geográficos, los tratados y reglas, de forma que no se sabe a ciencia cierta de dónde emanan exactamente las directrices. Ahí tenemos, por ejemplo, a Inglaterra, nostálgica de su pasado, que está y no está a conveniencia, y que sigue incordiando y queriendo imponer sus reglas en el mar y en la tierra con sus menos de cuatrocientos tanques y su decimosexto puesto mundial como potencia aérea. Los irlandeses, que los conocen bien, ya lo dicen: cuando dos vecinos se pelean, es que un inglés los ha visitado. Luego, el saldo es sorprendente: en la II GM murieron unos cuatrocientos mil ingleses, frente a sesenta o setenta millones globales.
Sobre las instituciones de la UE se verá que los propios manuales de Derecho aclaran poco frente a un sistema parco, incompleto y contradictorio, lleno de recomendaciones incumplidas que dan pistas sobre las lagunas existentes, sobre todo en sus potestades gubernativas, que socavan la de las naciones integrantes. Tampoco vamos a caer en trampas de leguleyos: los hechos son evidentes, el Parlamento Europeo no pinta nada, y los parlamentos nacionales carecen de toda relevancia respecto a las políticas de la Comisión Europea, del Consejo Europeo y del Consejo de la UE. Como anécdota recordemos el problema de sillones y sofás entre Charles Michell y Ursula von der Leyen en su visita a China. Ni entre ellos se aclaran. En Maastricht todo se torció y Europa se decidió por la irrelevancia. Irrelevancia frente a los fuertes (pudiendo haber sido ella misma fuerte) y socavamiento abusivo de las soberanías nacionales.
Intuimos que el proyecto que se pretende es una Europa de naciones confederales (muy regionalizadas) frente a un poder central del que se desconoce su fuente de legitimidad, si no es el de unas elecciones remotas y un parlamento suspendido en el aire que pinta poco. Los hechos de estos últimos meses son incontestables. Y la doctrina sobre el asunto es bien ambigua e indeterminada. Nadia sabe qué. Tenemos, por ejemplo, un asunto no resuelto y muy importante sobre la relación orgánica entre ese Parlamento Europeo y los parlamentos nacionales. Para lo que sí sirve toda esta confusión es para librar de responsabilidad orgánica a nuestros tutores. ¿Qué vías de control directo hay sobre ellos, que dirigen nuestras vidas y son excusa para que los gobiernos nacionales no sepan ni contesten?
Que la UE alimente económica y directamente a las regiones de las naciones que la integran sería la desaparición de estas. Y si no fuera poca la debilitante fragmentación (pistola en las sienes de todos), añádase un polo nórdico-oriental, pretendidamente dirigido por una Polonia alimentada desde fuera frente al eje central y mediterráneo (¿recuerdan lo de la vieja y nueva Europa?). Porque si hay algo indiscutible es que se han jugado todas las bazas posibles para debilitar a Alemania y a Francia (que peores o mejores, sostenían cierta soberanía europea). Sorprende (¿sí?) que las socialdemocracias escandinavas se hayan dejado encandilar de forma semejante. Alemania (lo dice la propia prensa alemana) va camino de la desindustrialización. ¿Y cuál es la solución a todo esto? ¿Más leña al fuego? ¿Incluir a China entre las enemistades activas y a la vez clasificarla como socio esencial? ¿Hay alguna congruencia en estos tutores advenedizos que luego pierden elecciones en sus respectivos países?
Europa no es una isla, pero va camino de serlo. Sus pueblos y dirigentes han confundido el “confort” con la inoperancia. ¿Y quiénes ganarán? ¿Las talasocracias, que saben enfrentar a los vecinos después de visitarlos? Los propios Brzezinski y Kissinger, halcones, sabían que hay medidas precisas y momentos en los que parar. Sus advertencias no eran, por el contrario, oscuras, y curiosamente sí muy experimentadas: sabían de los peligros de extralimitarse. ¿O mejor habremos de estudiar la doctrina de un Boris Johnson y demás ilustres geoestrategas de la proximidad?
Concluyendo: mientras todas y cada una de las soberanías nacionales europeas no hayan sido restablecidas y fortalecidas no se puede avanzar en un proyecto europeo que es desconocido y que está en manos de otros desconocidos. Ese proyecto ha de ser de democrática y transparente realización, y ha de conjugar unidad europea y soberanía nacional. Este asunto hay que ponerlo a la cabeza de las prioridades más problemáticas. De él deriva todo lo demás, incluidas la paz y la guerra.
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