Los seres humanos nos irritamos a menudo, y a menudo estamos también estresados, pero no compensamos este déficit de energía de manera legítima. Tomamos quizás estimulantes, de modo que apenas nos damos cuenta que nuestra vibración decae cada vez más. A consecuencia de ello los órganos no reciben suficiente energía, tampoco con la alimentación. Los órganos estresados y agobiados hasta más no poder, que están conectados a aquellos centros de conciencia del alma, están transfiriendo menos energía, se cansan y sufren bajo esta carencia de energía, y finalmente enferman.
Al principio de esta cadena de causas y efectos hubo un pensamiento negativo, y al final está la enfermedad. Vemos por tanto qué importancia tan grande tienen nuestros pensamientos. Nuestra palabra, nuestro pensamiento o nuestro sentimiento cargan uno de los centros de consciencia. Lo negativo que hemos pensado tiene su efecto en un determinado centro espiritual, por ejemplo en el centro del Amor y así llega el daño al punto correspondiente del cuerpo. Los pensamientos desordenados o una manera de vivir desordenada, tiene su efecto en la región del Orden y pueden provocar un daño correspondiente en el cuerpo.
Dado que todo está contenido en todo porque Dios es el Todo en todo, el principio del Orden está también contenido en todos los demás centros, como región inferior. Por consiguiente, la enfermedad puede irrumpir en todas las regiones del cuerpo, a pesar de que la causa está en el desorden de nuestros pensamientos. Para hacer de nuevo permeable esta central de energía espiritual y permitir que reciba de nuevo suficiente fuerza vital, debemos cambiar nuestro comportamiento. O sea que debemos poner orden en nuestra vida. Si tuvimos pensamientos de odio o envidia, los trasformamos en pensamientos positivos.
Si cambiamos nuestro mundo de sentimientos y pensamientos hacia lo positivo, en nosotros tiene lugar un cambio, puesto que la fuerza divina, que fue degradada a una energía de baja vibración mediante los pensamientos y sentimientos negativos, puede convertirse de nuevo en energía de alta vibración, con la ayuda de la fuerza transformadora de Cristo en nosotros.
De la misma manera que los pensamientos vacilantes, cavilosos, llenos de odio y envidia y de celos son fuerzas negativas que actúan en el alma y en el cuerpo de forma que cargan y destruyen, los pensamientos positivos llenos de confianza y esperanza, dispuestos a pedir perdón y a perdonar, actúan a su vez de manera positiva y vivificante en el alma y el cuerpo.
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