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Envidia, odio y celos te debilitan y consumen

Pensamos y vivimos en gran parte de una manera inconsciente e irreflexiva
Vida Universal
martes, 20 de febrero de 2018, 06:44 h (CET)

Las interrelaciones entre las adversidades en nuestra vida y nuestra forma negativa de sentir, pensar y actuar son sencillas. Cualquiera puede comprenderlas. Sin embargo la experiencia muestra que a menudo no se consigue poner en práctica este conocimiento. Una razón para ello es que todavía pensamos y vivimos en gran parte de una manera inconsciente e irreflexiva.



El conocimiento de estas interrelaciones internas debe encontrar cabida cada vez más en nuestra conciencia, de tal modo que los modelos acostumbrados de pensamiento humano puedan ser sustituidos por procesos legítimos. La puesta en práctica del conocimiento espiritual nos facilita cambiar el modo de pensar.



Tengamos presente que el miedo, la envidia, el odio, los celos y los enfados fomentan la enfermedad. También las explosiones de sentimientos frecuentes inician en el cuerpo procesos que pueden provocar trastornos orgánicos. El enfadarse continuamente puede causar una subida de tensión sanguínea y las molestias cardiacas inherentes. El miedo, la envidia, el odio, los celos y los enfados atacan por tanto nuestro cuerpo y lo consumen al mismo tiempo mediante las enfermedades correspondientes. El paciente sufre entonces de debilitamiento.



Una vez más nos damos cuenta que cada enfermedad se basa en una causa anímica. Si una persona tiene agresiones y no está en condiciones de superarlas mediante la purificación, estas actúan como un bumerán contra el propio cuerpo. Al cabo de cierto tiempo se llega a una enfermedad auto-agresiva, es decir el cuerpo se ataca a sí mismo. Pues aquello que hacemos a nuestro prójimo, nos lo hacemos a nosotros mismos.



Para transformar en positivo el potencial negativo de la agresión, deberíamos tener básicamente en cuenta que aquello que nos acalora tiene menos que ver con el comportamiento de nuestro prójimo o con el estado de la situación que con nuestra relación para con él. Así podríamos preguntarnos: ¿Qué relación tengo con mi prójimo? ¿Qué característica de él no puedo tolerar?



Llegados a este punto no necesitamos mucho más que aplicar la Ley de la Analogía. Entonces sabemos que aquella falta, aquella debilitad o aquella perturbación está también en nosotros, de la misma manera o muy parecida. Es siempre sorprendente de qué forma tan certera la analogía nos puede mostrar nuestras propias debilidades. No obstante estas no nos causan casi nunca mucha alegría, por lo que es necesario que seamos sinceros con nosotros mismos y valientes para conocer la verdad. Una gran ayuda al respecto puede ser también el saber que no nos ocurre nada cuya causa no hayamos creado anteriormente mediante un comportamiento igual o similar. Sea lo que sea que nos ocurra: maldad, injusticia, humillación, mentiras, opresión, desprecio o cualquier otro trato hostil, nosotros mismos hemos tratado a nuestros semejantes de la misma o similar manera. Esta culpa forma el imán para que nos pueda suceder lo mismo.

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