Cuando Alejandra tenía doce años, no sabía muy bien que estilo de ropa elegir. No se sentía bien vestida formalmente, como una niña buena. Ella se sentía distinta y le gustaba vestirse mal. Su idea del vestido eran blusas flojas por fuera de los pantalones. Blusas de flores con un pantalón de color liso y tenis blancos.
El pelo, sin ataduras, de media melena y del color que le apeteciere.
A su vez, le gustaba andar un poco agachada y no porque le diese vergüenza, es que ella no tenía porque andar estirada, como una modelo.
Alejandra se quedaba mirando a la cara de los que la rodeaban fijamente, sin mediar palabra, sus opiniones se las reservaba.
Alejandra deseó más de una vez fumarse unos cigarros.
Alejandra admiraba, entre comillas, a los chicos que se vestían mal, que desobedecían a sus padres, que dominaban a la clase con sus chistes, que eran, en definitiva, especiales, y porque no decirlo, algo callejeros.
Ella siempre deseó hacer pareja con un hombre así... Eso llegué a creer.
Siempre le gustó a esos escasos doce años, los chicos con aretes, collares y pulseras.
Le gustaban, y eso fue siempre, las joyas.
Alejandra no le gustaba la gente formal, sino la gente extravagante.
Sin duda ella lo hubiera sido siempre si su madre no se preocupase por su educación en buenos colegios y centros de protocolo.
Cuando fue a ciertas ciudades de Europa, nuestra Alejandra se quedaba estupefacta viendo lo blanca que era la gente. Todos blancos, y en Venezuela, no era así.
-¡Que blanquitos los brazos del panadero¡… se decía.
Le daba hasta vergüenza ser tan oscurota.
Se ocultaba los brazos con chaquetas y bufandas.
Cuando tenía doce años estaba realmente delgada.
Le servían infinidad de tallas y pantalones.
Esa edad fue importante para ella.
Marcó su vida.
Siempre se acordó mucho de sus doce años, no se sabe si por haber conocido otras culturas, por haber descubierto nuevas costumbres, no se sabe. No.
Nadie lo supo jamás, pero los doce, los trece, los dieciséis, los diecinueve, los veinte y los treinta y un años, marcaron su vida poniendo un final y un principio. Como si volviese a nacer en cada uno de esos años.
Alejandra sentía que cada año de su vida le aportaba algo nuevo.
No le hubiera importado casarse muy joven, con veinte años, quizás.
Ella creía a esa edad en el amor para toda la vida.
Más tarde descubriría que eso no existe. El amor es un ser, por veces inoportuno, la mayor parte de las veces, sorprendente.
Para ella fue un verdadero trauma ver que pasaba de veinte años y no se había casado, no porque no le faltase con quien, sino porque era de gustos muy exquisitos.
Peor fue cuando pasó de los treinta y le volvió a pasar lo mismo. Pensó entonces que el amor, realmente, y sencillamente, no existía.
Se fue conformando con su situación.
Sabe que eso le pasó a muchas de sus amigas y ex compañeras de estudios del colegio.
Muchas de ellas también habían soñado con casarse y tener una familia, pero fue un sueño que se vio truncado por dar prioridad a otros temas, como los estudios, el trabajo, irse de la casa y dejar el nido para siempre y el logro de mantenerse a sí mismos con el trabajo y el esfuerzo.
Alejandra sabía que sus amigas habían sufrido lo que ella.
Era una realidad a voces que no paraba. Propia de nuestros tiempos.
Sentía lástima por ellas, pero también llegó a pensar, con los años, que así no se estaba mal. Que había tenido mucha suerte…
Los hombres eran problemáticos, mentían a sus esposas. Tenían más de una mujer muchos de ellos y con el tiempo, la relación que en un principio se inició con mucha ilusión, se iba desmoronando hasta quedar en nada.
Esa era una verdadera realidad.
Por eso ella se fue adaptando a su situación.
Su madrina también lo había hecho.
Ella se sentía plena con otras cosas en la vida, como su trabajo, salir a tomar café con sus amigos, poner los puntos sobre las íes, ir al gimnasio donde había chicos que no estaban nada mal y le alegraban el ojo, etc...
Eso también alimentaba.
No todos en el mundo podían casarse.
Ella estuvo enamorada muchas veces, pero por dar prioridad a otros aspectos de su vida el amor se fue quedando en un segundo plano.
Si hay algo que nunca olvidó Alejandra fue cuando su tío la llamó ladrona.
Estaba ella pasando unos días en su casa cuando en su mesilla apareció un bolígrafo y una libreta.
A ella le extrañó.
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