Las personas sin sentimientos por la vida y sin conciencia piensan y actúan como robots. Con esas formas de comportamiento destruyen de múltiples maneras todo lo que no les resulta de utilidad ni les sirve. No tienen consideración con la vida de sus semejantes, ni mucho menos con la vida de la naturaleza y de los animales, con la madre Tierra.
Hoy experimentamos que los seres humanos de muchas generaciones, incluidos los de la generación actual, son la prueba de que solo hablar de la protección de la diversidad de las especies y del mundo animal no trae nada. Tampoco trae nada cuando los denominados amigos de la naturaleza informan sobre la belleza de la naturaleza y del mundo animal, sobre su variedad y su colorido. La palabra del hombre aporta poco cuando no está acompañada de la preocupación y ayuda por nuestro prójimo animal, por nuestros hermanos de la naturaleza, los árboles, los arbustos, la hierba, las flores y los animales. En todas las enumeraciones que hacemos en relación a los reinos de la naturaleza no podemos olvidar a los minerales ni tampoco a las fuerzas elementales, el agua, el viento, el fuego, el sol. Todo pertenece a la unidad universal, al amor y a la sabiduría de Dios, que también es el espíritu de la naturaleza y de los elementos.
Si somos sinceros nos preguntaremos con qué frecuencia hemos ido por el bosque o por prados o por un sendero del campo con bonitas ondulaciones y pensamos o dijimos: ¡Qué bonito es estar en el bosque! ¡Que tranquilidad!, a pesar del canto de los pájaros, o precisamente por el canto y la alegría de los pájaros. O nos sorprendemos de los majestuosos y viejos árboles que soportan al viento, la tormenta, el frío y el calor, y a pesar de ello crecen y dan frutos. O vemos corzos que saltan veloces, liebres, zorros, jabalíes o gráciles ardillas. Pensamos y decimos: “Cuán bello y agradable es todo esto”. Sin embargo ¿qué llevamos con nosotros al bosque, a los prados, a los caminos y a los campos? Nuestras preocupaciones y problemas, nuestra irradiación gris que solemos maquillar con palabras bonitas, por ejemplo diciendo: “Qué bonito y agradable es todo, cuán bello y relajante fue el paseo”.
Sin embargo al día siguiente expresiones de este tipo ya no son tan importantes porque nos volvemos a ocupar de nosotros mismos, con lo que llevamos con nosotros durante el paseo: nuestro propio ego gris con frecuencia sombrío. O vemos y escuchamos la televisión o leemos en el periódico como a los animales, que en el fondo son seres de la libertad, se les mantiene en establos, como se les cría para la producción de carne, qué es lo que reciben de comida, cómo se les mantiene durante el transporte, o cómo se les dispara con el perno mortífero para después trocearlos. O bien cómo se les maltrata y tortura mientras se experimenta con ellos.
Quizás tengamos en nuestros labios algún buen consejo de cómo se deberían comportar los demás, pero ¿Cómo nos comportamos nosotros? Preguntémonos: ¿Entablamos comunicación con el pajarillo que en primavera construye el nido para sus crías y que expresa su alegría en el canto y el júbilo que se merece el Creador? ¿Percibimos el lenguaje del Creador a través de los árboles y de las flores? ¿Percibimos en lo profundo de nuestra alma lo que nos transmiten el zorro, el ciervo, la liebre, el jabalí o la ardilla? ¿Percibimos el lenguaje del viento, del fuego, del agua y de la Madre Tierra?
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