He vuelto a mi antiguo colegio en muchas ocasiones. Siempre con motivos alegres: bautizos, comuniones, confirmaciones y bodas. Pero mi visita de ayer fue muy especial.
Hay imágenes que te marcan para siempre y que, sin saber porqué, vuelven a hacerse presentes como si se hubieran vivido ayer y no que sucedieron hace más de sesenta años, como ha pasado en la realidad. Eso de la memoria lejana funciona como un reloj.
Tuve la suerte de asistir a clases de primaria al viejo colegio de la Calle de San Agustín. La ventana enrejada de mi aula sigue abriéndose al patio exterior que separa al templo de una calle empedrada, llena de bares y turistas. Allí me transmitieron una impronta que me ha durado hasta nuestros días. Posteriormente, y ya en el nuevo colegio de Los Olivos, mis hijos han estudiado y recibido los sacramentos correspondientes a su edad. Ahora, en una tercera etapa, lo están haciendo mis nietos. Ayer le tocó a Miguelito.
Comprendo que esta historia le interesa a poca gente. Pero de ella he sacado mi buena noticia de la semana. Lo eficaz que es la Iglesia Católica, así como otras muchas religiones y creencias, al ofrecernos la posibilidad de fomentar los encuentros familiares y las celebraciones periódicas, en unos momentos que nos hacen olvidar las penurias del pasado y los avatares negativos de la vida.
Podemos observar como creyentes y no creyentes se reúnen a celebrar y compartir los momentos importantes de la vida. El nacimiento, el paso de niño a adolescente, la pubertad, el matrimonio y desgraciadamente el fallecimiento.
Las familias se ponen sus mejores galas, los abuelos presumen de nietos, los padres se gastan hasta la calderilla, los niños se convierten en protagonistas y todos son felices. De la comunión de mis días, de chocolate, un duro a cambio de una estampita y coche de caballos, se ha pasado a la celebración por todo lo alto, billetes de cien euros, la “play” y el viaje a Euro Disney.
Que más da. Lo importante es que todos nos olvidamos de los políticos, nacionales y extranjeros y las demás citrcunstancias que nos están amargando la vida y enfrentando los unos con los otros sin necesidad. Durante todo el año, con una cadencia adecuada, se nos van presentando oportunidades de volver a recuperar el deseo de Jesús de Nazaret: Amaos los unos a los otros. Ese Dios, desconocido para muchos, anda rondando por detrás de esos momentos. Unas veces con los niños y otras los mayores. Qué más da. La familia unida en los mejores momentos; mi vuelta al Colegio de San Agustín; mi nieto Miguelito y los otros diecisiete… es mi buena noticia de hoy. Mi colegio y mi clase.
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