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Narcometrópoli (IV)

Geopolítica de la droga
Michel Fonte
jueves, 10 de mayo de 2018, 05:00 h (CET)

100518colombia

Hibridación del universo criminal e introgresión socio-institucional

Durante años se ha comprobado el papel crucial que desempeñan los casinos y las salas de juegos en la vinculación de la economía negra con la economía formal, sin duda hoy en día representan el principal canal para el blanqueo de activos, en particular, a las tradicionales ganancias procedentes de la criminalidad organizada se suman los ingresos no declarados de actividades que conciernen no solo el típico entorno delincuencial sino también el ámbito político, empresarial y profesional. Los ríos de dinero que confluyen en el profundo y cenagoso mar del mundo del azar tienen cada vez más una matriz muy diferente, de otra parte lo importante para todos los que se enriquecen violando, doblegando o esquivando la ley, es ocultar los beneficios de esas infracciones, porque si hay posibilidad de terminar en la cárcel se necesita preservar una salida que garantice una vida cómoda y lujosa. El efectivo que entra en los casinos apostado en las mesas con tapetes verdes o introducido en las tragaperras, ya pierde su turbio color negro o gris (es aquel que a pesar de tener un origen legal se ha escondido al fisco) y está listo para aflorar con buena pinta o desaparecer en un santiamén en uno de los muchos paraísos fiscales que existen en los cinco continentes. En esos casos derrochar una fortuna es una forma valiosa para solucionar el problema, y aunque parezca ilógico se puede conseguir un provechoso negocio comprando todos los billetes perdedores de la lotería. Discernir la verdadera tarea de los casinos en la gran lucha para la conquista del poder mundial es fundamental, si fuera un juego de ajedrez estos representarían aparentemente el factor del azar en una disputa esencialmente racional, en que prevalece quien poseyendo un decisivo entendimiento estratégico y disfrutando de una posición privilegiada, escoge el proyecto con menor número de variables y por lo tanto con mayores posibilidades de éxito. Si en general la táctica es el elemento más contundente para ser un jugador fuerte, dado que el cálculo sin errores de los riesgos concretos es esencial para competir desde un alto nivel, asimismo la organización que sostiene la planificación y la acción es determinante, en cuanto el enfrentamiento entre poderes en el tablero internacional abarca un amplio conjunto de actores locales y globales con un trasfondo sociocultural, un desarrollo tecnológico y una formación política, científica y económica muy diferentes. En este sentido el concepto de hibridación elaborado por el catedrático Xavier Raufer concierne además de la colaboración entre diversos grupos clánicos o nacionales – e incluso, en crecientes casos, la formación de cárteles o mafias transnacionales con integrantes que presentan cada cual una específica cultura delincuencial enlazada con su contexto de origen – la utilización combinada de procesos, procedimientos, estructuras y técnicas que ya no permiten examinar y comprender el fenómeno según las tradicionales normas de investigación. El caos que el liberalismo ha generado al destruir las fronteras físicas de los Estados, ha producido una colaboración o contaminación, con gran asiduidad, entre fuerzas ilegales que antes vivían en espacios cerrados con ocasionales acercamientos para implementar negocios, y sobre todo ha causado el inesperado encuentro de universos paralelos – el blanco de la economía legal y el negro de la sumergida (conjunto de la economía informal e ilícita) – que agrandando a desmesura la franja gris ha vuelto muy difícil detectar la fuente y el paradero final de los capitales, pues, si antes se decía que “el dinero no huele” ahora “ya no tiene color”.


El repunte de transacciones relacionada con el lavado de activos refleja la pérdida de algunas características típicas de los peones del tablero, si en el pasado fue habitual la cooperación entre asociaciones mafiosas y terroristas, hampas, narcotraficantes, servicios de inteligencia y contrainteligencia, ejércitos y grupos revolucionarios y paramilitares, en que a pesar de las traiciones cada uno conservaba su respectivo sistema de valores o, tal vez, desvalores, actualmente la asistencia reciproca casi siempre altera o trastorna la identidad de los sujetos implicados. El ensayista Raufer sostiene con razón que es enrevesado distinguir la categoría a la que pertenece una asociación que usa la violencia como principio y método de actuación, porque el trayecto puede cambiar con el transcurso del tiempo, así que terrorismo, narcotráfico, resistencia armada, guerrilla y criminalidad común y especializada pueden cohabitar en una misma alma (grupos multicriminales) o remplazarse en esa según patrones imprevisibles, de hecho, ya no se puede definir la naturaleza de algunas organizaciones y sus fragmentaciones como las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el ELN (Ejército de Liberación Nacional), el DÁESH (Estado Islámico de Irak y el Levante), el MRT (Movimiento Revolucionario Tupamaro), el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), Hezbolá (Partido de Dios de Líbano), Boko Haram (“La Educación Occidental Es Pecado” en el idioma hausa de Nigeria), el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), los talibanes y muchas otras que operan en el mundo. No obstante, se detecta un rasgo común irrefutable en el involucramiento de la mayoría de esos grupos en el negocio de los estupefacientes, representando la fuente principal de enriquecimiento personal y a la vez de financiación de su estructura y actividad, que puede definirse, dependiendo del punto de vista, revolucionara o terrorista, ideológica o criminal, y a menudo ambas como atestiguan, entre otras, las experiencias de algunos exponentes (Fiorenzo Trincanato, Angelo Manfrin, Massimo Carminati) de los NAR (Núcleos Armados Revolucionarios) de Italia – que al salir de la agrupación clandestina de inspiración fascista siguieron dedicándose al narcotráfico y otras actividades delictivas formando una propia banda o en cualidad de componentes o intermediarios de asociaciones mafiosas como la “Mala del Brenta”, la “Banda de la Magliana” y la “’Ndrangheta” – y la conversión de Sendero Luminoso de grupo insurgente armado en una de las principales guerrillas enfocada en la fabricación y trasiego de cocaína a Estados Unidos.


Si aparecen casi normal las alianzas entre movimientos subversivos y bandas criminales, en cambio desencadena mucha inquietud la relación cada vez más estrecha con el nivel institucional, claramente no se hace referencia a los lazos que centros de espionaje y contraespionaje tienen con estos ambientes, visto el largo historial de conexiones y colaboraciones del más destacado servicio secreto del mundo, la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) – y también el Buró Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés) y su brazo operativo, la Administración para el Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés) – con organizaciones como Cosa Nostra, la Mafia Corsa, el SAC (Servicio de Acción Cívica) en Francia, los NAR y Orden Nuevo en Italia, el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), los PEPES, los cárteles de Medellín y Cali en Colombia, el Cártel de Sinaloa, Los Zetas y los Halcones en México, el FRAPH (Frente Revolucionario para el Avance y el Progreso de Haití), el DÁESH en Siria, Al Qaeda (o La Base) en Asia Central y Oriente Próximo, el PBAS (Partido Baaz Árabe Socialista) en Irak, el CDIN (Comité pro Defensa de los Intereses Nacionales) en Laos, el Golkar de Suharto en Indonesia, los Contras en Nicaragua, las F.F.D.D. (Fuerzas de Defensa de Panamá) lideradas por el fallecido narcotraficante e informador Manuel Antonio Noriega, el Batallón 3-16 en Honduras, los escuadrones de la muerte en El Salvador y Guatemala, la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en Argentina y Uruguay, la P2 (Propaganda 2) y los integrantes civiles y militares de la brutal Operación Cóndor llevada a cabo en el Cono Sur de América Latina (Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay).


El engarce institucional entre el “bajo mundo” y el “mundode arriba” que aquí se quiere destacar, concierne el tránsito de las cúpulas mafiosas, y de su subcultura delictiva, de los ganglios periféricos de la sociedad y la administración pública hacia su sistema central, donde llegan a gestionar el poder sin intermediarios asentándose personalmente en la sala de mandos. En los últimos 20 años todos los lugares de la máxima expresión política, económica y financiera en que se decide el destino de las naciones – partidos, sindicatos, confederaciones industriales, bancos, parlamentos, gobiernos, ministerios, alcaldías, diputaciones, generalidades, corporaciones públicas y privadas, bolsa de valores, autoridades supervisoras, fondos de inversión, multinacionales, entidades financieras, servicios logísticos y comerciales – han quedado infectados por dudosos capitales de los que ya es imposible descubrir su procedencia. Cuesta admitir que las mafias se han sentado a la mesa poniendo sobre la misma bolsos repletos de dinero, la mayor parte de estos generado por el narcotráfico, y que se está desplegando un género de hibridación – mucho más agresiva de la evidenciada con agudeza por Raufer o del proceso de envilecimiento del Estado de derecho conjeturado con simplismo por el historiador Niall Ferguson (que propone su indefectible receta liberal) – que se puede llamar “introgresión socio-institucional”, o sea, una mutación genética en la que sin incorporarse a la cultura de la legalidad, el “bajo mundo” se legitima como “mundo del medio” y se mimetiza como inocua mariposa en los palacios del poder para comerlos por dentro al igual que un gusano.


El narcotráfico como prioridad geoestratégica y el control de las rutas

El concepto de geopolítica de la droga nace del hecho de que el narcotráfico es muy importante no solo por el flujo de dinero que mueve (se estiman las ganancias anuales de entre 426.000 y 652.000 millones de dólares, informe “Transnational Crime and the Developing World” elaborado por la la organización Global Financial Integrity en marzo de 2017 con actualización de los datos 2014) sino también por ser el principal instrumento de aportación para las organizaciones criminales y rebeldes de diferente inspiración ideológica, étnica y religiosa. Ninguna nación que quiere conservar o conseguir una posición dominante en el escenario planetario puede desatender las implicaciones que este comercio conlleva a nivel global, eso EE. UU. lo sabe muy bien desde siempre, al tal punto que derrocha muchos recursos y energías en la que es impropiamente apodada como “Guerracontra las drogas”, de hecho, al gobierno norteamericano no le importa y nunca le interesó acabar con el narcotráfico, sino controlarlo a su antojo y de manera conforme a los objetivos estratégicos a corto, mediano y largo plazo. La DEA es la agencia encargada, con la supervisión y colaboración de la CIA, de condicionar las dinámicas del mercado para determinar:


1) El sitio o los sitios de producción de la droga (países, regiones y departamentos)


2) La cantidad y la cualidad de las sustancias psicotrópicas elaboradas


3) Los sujetos que deben fabricar la droga y los que deben comercializarla


4) Los territorios de destinación de los narcóticos (continentes, naciones y macrorregiones)


5) Los beneficiarios de la venta


6) Los damnificados por el consumo


7) La logística del tráfico de los estupefacientes (por donde deben pasar y la cadena o cadenas de intermediación)


8) Los lugares, sectores y finalidades de la inversión de las ganancias originadas por el narcotráfico.


Con la sola elección e imposición de los itinerarios de la droga EE. UU. ya consigue lograr la casi totalidad de sus metas, por ejemplo, a finales de los años 70', la DEA operando en el marco de la geoestrategia reaganiana de rearme (1981-1989) diseñada por el Departamento de Defensa (DoD por sus siglas en inglés), la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA por sus siglas en inglés), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés), la CIA y el FBI, impulsó un cambio radical en el recorrido del narcotráfico. La misión que el inquilino de la Casa Blanca le pidió desarrollar, junto al ejército y a la marina, era cerrar la ruta hacia el Caribe, debido a lo cual comenzó la lenta decadencia y la inevitable caída en desgracia de Pablo Escobar Gaviria, que durante un decenio había sido funcional al proyecto yanqui de controlar el abastecimiento de cocaína dentro del país a partir de Florida, donde grupos anticastristas con ramificaciones secretas en los países de Centroamérica, y en particular en México, actuaban para estancar los partidos y agrupaciones de inspiración marxista. Ocupando militarmente El Cayo Norman (1982) y vigilando incesantemente las costas de Florida, se bloqueaba el transporte marítimo y aéreo a través del archipiélago de Las Antillas, en que se usaban como bases de aterraje de pequeños aviones comerciales cargados de droga pistas de tierra en las islas Bahamas y también en los Everglades. De esta manera la DEA, el FBI y las Fuerzas Armadas obtuvieron que el Cártel de Medellín modificara el trayecto de sus envíos ilegales, explotando la ruta pacífica y centroamericana para llevar los estupefacientes y el caos al istmo de Panamá y desde allí a todos los países confinantes. La maniobra encajaba perfectamente en el modelo de guerra sucia promovido por el presidente demócrata Jimmy Carter (1977-1981) con la “Operación Charly” (1979), es decir, una triangulación internacional entre el gobierno norteamericano, que en calidad de financiador se comprometía a proporcionar equipo, servicio de inteligencia y capitales provenientes del tráfico de droga y armas, el Ejército argentino, que asumía el papel de instructor exportando sus técnicas de tortura y adiestramiento en El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, y los Contras, que se convertían en el brazo armado de la contrainsurgencia filoestadounidense. El operativo que tuvo larga duración recibió un nuevo empuje cuando Ronald Reagan, tomada la dirección, decidió apartar la dictadura argentina, bajo el mando del general Leopoldo Fortunato Galtieri, y conquistar el dominio completo de la región con el establecimiento de regímenes títeres. En aquel entonces Pablo Escobar Gaviria no se dio cuenta de que lo estaban manipulando y que su victoria era el inicio de la derrota, lo cierto es que los narcos colombianos empezaron a perder las riendas del canal de distribución dado que dos de las fases más importantes de la nueva ruta a California, la venta a los usuarios finales y la logística, terminaban dominadas por cárteles mexicanos (que unos años más tarde se convertirían en los patrones del flujo de cocaína a EE. UU.) y dos colaboradores de la CIA de larga data, el general Manuel Antonio Noriega en Panamá y el piloto Adler Berriman Seal, mejor conocido como Barry Seal, que compartió la misma suerte de Lee Harvey Oswald – su compañero en la Patrulla Civil Aérea (CAP por sus siglas en inglés) y presunto culpable por la muerte del presidente John F. Kennedy – o sea asesinado a tiros en pleno día. Es otra prueba más que aunque un cártel tenga el potencial para adquirir o producir toda la droga demandada por los consumidores, no le sirve de nada si no puede garantizar el trasporte (monopolio en rutas) y el suministro a por mayor a grandes distribuidores (mayoristas de destino) y/o a redes minoristas en el mercado final.


Vuelta a los conflictos verticales y mutación de las redes de espionaje

Con el propósito de analizar más adelante los siete puntos aludidos fortaleciéndolos con acontecimientos y datos históricos, parece el momento oportuno para enfocarse en la vuelta a los conflictos verticales que están manifestándose en las disputas sociales – aunque con discrepancias respecto a la tradicional contraposición entre obreros y capitalistas, puesto que tanto el marxismo como el liberalismo han evidenciado las carencias de su equipaje conceptual – e interestatales tras un largo periodo de competición entre actores pertenecientes al mismo entorno o categoría. Para encarar la horizontalidad de desafíos sociales y criminales que minan la unidad territorial, la democracia y la convivencia civil con un alto riesgo de disgregación, va imponiéndose un retorno a las relaciones diplomáticas protagonizadas por entidades nacionales que incluso emplean prácticas y tonos belicosos. La campaña de discriminación contra los hispanos, la amenaza de ruptura y la renegociación de algunos tratados comerciales internacionales (El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, TTP por sus siglas en inglés, y el el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN) y la construcción del muro fronterizo entre EE. UU. y México propulsadas por la era Trump, representan la encrucijada de un punto de inflexión epocal en que la guerra silenciosa conducida dentro y contra los Estados por corporaciones y élites de instituciones supranacionales, está siendo reemplazada por la reconquista de la antigua soberanía. La política arrinconada hasta ahora en una esquina fuera del espacio vital, intenta recuperar la supremacía sobre la economía, real y financiera, reconduciéndola a su rol de sirviente-beneficiaria según el patrón de la United Fruit Company (UFCO, por sus siglas en inglés), más conocida como “El Pulpo”.


Asimismo soberanismo, regionalismo y euroescepticismo son el otro rostro de una identidad europea que aspira a un regreso al Estado-nación, principalmente como asunto jurídico, expresando además de una contestación contra las medidas de austeridad, un rotundo repudio a las disposiciones de libre circulación adoptadas en virtud del acuerdo de Schengen. A la defensa del confín turco por parte de Erdogan para hostigar la presencia de la minoría curda y a la valla construida, a partir de 2015, por el gobierno del líder húngaro Viktor Orbán a lo largo de los 175 km del borde con Serbia, que junta a la planificación de levantar otras alambradas en las lindes con Rumanía y Croacia se planta cortar el flujo de migrantes y refugiados provenientes de África y Cercano Oriente (iraquíes, iraníes, afganos, sirios, eritreos, congoleños, etíopes), se han sumado el restablecimiento de los controles y los reforzamientos y cierres de las fronteras decididos autónomamente por Eslovaquia (agosto de 2015), Alemania (septiembre de 2015), República Checa (septiembre de 2015), Austria (febrero de 2016), Polonia (marzo de 2016) y Holanda (enero de 2017). Estos son todos elementos que marcan una discontinuidad con la cesión de poderes y competencias del Estado en el pasado reciente, en sustancia, los gobernantes más precavidos se han enterado de que se estaba produciendo una rendición sin condiciones de la pública administración – fagocitada por una burocracia y tecnocracia desdeñosas e incapaces de percibir y actuar de forma efectiva con referencia a las necesidades de los pueblos y de sus clases más desfavorecidas – y, aún peor, una conflagración social que implicaría el derrumbe institucional. El tema del deterioro de la seguridad ciudadana y la caída del bienestar colectivo han sacudido las raíces de la socialdemocracia nacida en la posguerra, por lo tanto, considerando los peligros provenientes de una inmigración desordenada en ausencia de una estrategia de integración o asimilación (terrorismo, competencia salarial desleal, marginación, radicalización, tensiones raciales y religiosas, conflictos interculturales, guetos y barrios problemáticos en que proliferan pandillas y bandas dedicadas a robos, atracos, extorsiones, contrabando y sobre todo venta de droga al menudeo), se ha vuelto a valorizar la frontera y la prioridad hobbesiana de preservar la paz y el orden a través de la exclusiva de la violencia como función esencial en las manos de un solo dueño, o sea, aquel Estado sin el cual la sociedad recula a una posición de brutalidad generalizada e inclinación al crimen. Para alcanzarlo se ha descalificado, visto los escasos logros, que el proceso de centralización de la fuerza pueda ser gestionado en la esfera internacional, tal y como subrayaba el filosofo Locke “las naciones recelan de un soberano universalomnipotente” (ONU, UE, TLCAN, OEA, UEE, ASEAN, APEC y TAC), y puede ser que tengan razón ya que las coaliciones y los bloques siempre han tenido un carácter transitorio en que la “cooperacióninteresada” (para procurarse beneficios recíprocos de diferente naturaleza), con el paso del tiempo, ha sido sustituida por la rivalidad y la voluntad de doblegar al exaliado.


Esta recuperación de la autoridad estatal que Max Weber precisa como “asociación con carácter institucional que monopoliza dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación”, se presenta urgente delante el reto de movimientos separatistas en numerosos países (España, Francia, Italia, Escocia, Bélgica) que erróneamente se apoda con el término “balcanización”. Parece más apropiado denominar el actual proceso de desintegración o secesión como “desestructuración formal”, porque aunque se hace referencia a valores étnicos, lingüísticos y culturales, se funda esencialmente en reivindicaciones económicas y sociales hijas de la larga crisis financiera que ha vulnerado los valores capitalistas de libertad incondicionada y progreso ilimitado. En muchos casos las formaciones independentistas han ocupado el vació dejado por sindicatos y partidos de izquierda, que se han negado cabalmente a apoyar e interpretar el malestar siguiendo en su práctica de colusión política, con eso no se quiere negar la existencia de un fuerte arraigo territorial fundamento de una divergencia objetiva causada por la cristalización de colectividades que se valoran como absolutas, así que la parte discordante rechaza los planes y programas de la parte dominante y viceversa, considerándolos incompatibles con su ontología política y oportunidades. En este aspecto, también las mafias y los sujetos involucrados en la lucha contra el crimen organizado no pueden ignorar las consecuencias de la “desestructuración formal”, en particular, los órganos de defensa nacional más avanzados, a partir de los servicios secretos, ya intuyeron que hay que pasar de la acción de control y represión individual a la de vigilancia comunitaria (policía, agencias gubernamentales, grupos locales, empresas privadas de seguridad, medios de comunicación y otros), abarcando tanto los lugares virtuales (conexiones telemáticas, blogs, plataformas y redes sociales) como los sitios físicos. Con respecto a estos últimos el cambio cultural y de la costumbre ha provocado una modificación de los tradicionales espacios de encuentro. En el pasado la Iglesia católica y protestante, aunque pueda parecer extraño, se afirmaron como influyentes centros de socialización y trabajaron separadamente en calidad de células del espionaje al servicio de la inteligencia de diversos países occidentales y, por supuesto, del bloque atlantista. La presencia en cada rincón del planeta (no había una aldea que no tenía su parroquia) y la periódica reunión de los fieles, los sábados o los domingos, unidas a la capacidad de “escuchar” los pecados, situaban curas y pastores, y sus respectivas jerarquías, en una posición ventajosa para capturar informaciones y entregarlas a los destinatarios, mientras que hoy en día la crisis de la fe, el declive de la religión como aglutinante comunitario y la hemorragia de creyentes y vocaciones, han debilitado su organización dejando a menudo las puertas de los oratorios cerrados y los prelados privados de aquella posición clave de intermediación y observación en el seno de la colectividad. Siendo conscientes de esta situación, las agencias gubernamentales han precozmente diagnosticado la existencia de una red alternativa, redirigiendo su foco de atención de los lugares de confesión de los pecados a los de los vicios de la fe laica contemporánea vinculada con el azar y el deporte, de tal modo que las casas de apuestas, casi todas con origen y/o gerentes y capitales anglosajones, valiéndose de su capilarización territorial se han convertidos en los nuevos santuarios de la inteligencia y la criminalidad organizada, ofreciendo un amplio espectro de oportunidades en que los casinos y la salas de juegos funcionan como:


1) bases para ramificarse en un país extranjero infiltrándose en sus instituciones y fungiendo como tapaderas del espionaje y las mafias;


2) sedes ocultas (incluso diplomáticas) donde tener citas y cerrar tratos sin desatar sospechas y grabándolo todo si hay necesidad;


3) lavadoras de activos provenientes de actividades ilegales e informales como narcotráfico, trata de personas, comercio de armas, explotación de la prostitución ajena, secuestros, contrabando (especialmente hidrocarburos y tabaco), donaciones ocultas con diversas finalidades y procedencia, sobornos, tráfico de influencias, extorsiones, malversaciones, elusión, evasión y fraude fiscal;


4) intermediarios en la trasferencia de fondos negros para acciones de espionaje, contraespionaje, terrorismo y financiamiento ilegal a partidos políticos y guerrillas.


Como se puede fácilmente entender narcotraficantes, mafias, servicios secretos y cuerpos de seguridad están en una contienda cerrada que prevé enfrentamientos y acuerdos, y en que prevalecerán quienes con un buen equilibrio entre táctica y estrategia cometan menos errores. 

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