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Manifestaciones y objetivos políticos

Hay especialistas en agitación y propaganda que van consiguiendo que la gente acepte cualquier cosa
Francisco Rodríguez
martes, 15 de mayo de 2018, 07:39 h (CET)

Me intranquiliza la proliferación de manifestaciones que se están produciendo ya sea sobre la independencia catalana, el rechazo de una sentencia o la reclamación del aumento de las pensiones. Ya sé que la Constitución reconoce el derecho de manifestación pacífica y sin arnas, aunque muchas de estas manifestaciones no resultan nada pacíficas si pretenden la ocupación de un palacio de justicia o el congreso de los diputados.


En una democracia consolidada, como presumimos de ser, nuestros representantes, a quienes hemos votado para que administren la cosa pública, serían los obligados a discutir para llegar a acuerdos satisfactorios para los ciudadanos. Pero no es así. Los partidos que recibieron nuestro voto no tienen en cuenta ni sus promesas ni a los españoles, ni colaboran entre ellos, sino que se divierten en sus enfrentamientos personales.


El bien común no está, desgraciadamente, por encima de los intereses partidarios. Más que una democracia esto es una partitocracia, en la que las cúpulas de cada partido deciden al margen o en contra de sus propios votantes, aunque luego estos vuelvan a votarlos por costumbres o como mal menor.


Volviendo al tema de las manifestaciones salta a la vista que están organizadas por verdaderos especialistas de agitación y propaganda, que tienen bastante claro lo que persiguen y que cuentan con los medios de comunicación, las redes sociales, la difusión de noticias falsas o falseadas y subvenciones.


Es sospechosa la unanimidad de los medios en repetir hasta la saciedad cualquier acontecimiento hasta conseguir que los políticos terminen estableciendo las leyes que apoyen determinadas ideas.


Paso a paso toda la población termina aceptando como moderno y necesario el feminismo o la ideología de género. Como la lucha de clases no motiva a nadie hay que abrir el camino a la lucha de sexos y hay que reconocer que van ganando. Una palabra maldita machismo está haciendo que los varones nos sintamos como los judíos en el nazismo, solo falta que nos cosan una estrella amarilla.


La gran victoria del feminismo ha sido que cualquier hombre pueda ser acusado de maltratador por una mujer, sin más pruebas y ser detenido, fichado y encausado y arruinarle la vida. El estado dedica dinero a campañas, teléfonos, asesores y asesoras para proteger a la mujer maltratada. El varón siempre pierde.


Un paso más en esta dirección han sido las movilizaciones, perfectamente sincronizadas, del caso de La manada. Sin haberse leído la sentencia ni haber meditado sobre ella, el feminismo busca que si una mujer señala como violador a cualquier hombre se aplique la doctrina del machismo y la violencia de género sin más trámite y el hombre acusado será condenado.


Es difícil hacerse oír si, en lugar de sumarse a las manifestaciones, con brazo amenazante en alto, recuerdas que la causa profunda de todo ello es la permisividad y el relativismo que todo lo invade, la pornografía al alcance del móvil y el ordenador, la exaltación del placer sin responsabilidad, la ingesta de alcohol y drogas, la falta de una educación en valores que nos haga reflexionar y crecer como personas y no como “manadas”.


Sobre las manifestaciones de pensionistas también habría mucho que hablar y especialmente de los desprestigiados sindicatos. No es solo que suban un determinado porcentaje a los pensionistas sino saber cómo se gasta el dinero que se recauda por cotizaciones.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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