La felicidad es un estado de satisfacción duradera ligado al cumplimiento de nuestros deseos y al juicio positivo que hacemos de nuestra existencia. Si seguimos esta definición, parece que necesariamente debemos buscar la felicidad para encontrarla. En efecto, si para ser feliz, es necesario realizar los propios deseos personales, entonces tener los medios para lograrlo equivale a buscar la felicidad para encontrarla.
A veces encontramos la felicidad sin haberla provocado, entonces, puede que no sea necesario empeñarse en buscar la felicidad a toda costa, puesto que sería la forma más segura de encontrarla, o quizás no.
La felicidad puede ser el resultado de habernos dado los medios necesarios para cumplir nuestros sueños más profundos. Así pues, da la sensación, al menos para mucha gente, que la felicidad radica no sólo en el resultado de la acción para llegar a conquistarla, sino en el propio esfuerzo personal. Dicho con otras palabras, la felicidad se puede conseguir desde su misma búsqueda por llegar a ella.
Pero la felicidad no es algo estático, ni tampoco igual para todo el mundo. El hombre debe contar con los deseos que van surgiendo a medida que se va evolucionando a nivel personal. No queremos lo mismo a una edad que en otra. Y es que la felicidad no es algo definido e inmutable desde el principio.
Si la persona cambia con los años, igualmente ocurre con lo que entiende y desea que sea para él su propia felicidad. A veces nos enrocamos en mantenernos fieles a los deseos que experimentamos desde un principio, o en algo que hemos realizado durante muchos años, sin percibir, que al final hemos cambiado, y lo que parecía para siempre, ya no nos importa, o nos interesa de otra manera totalmente distinta.
Vivir, ya es ser feliz. Esto implica comprender que la felicidad no es un proyecto, sino un aquí y un ahora. La procrastinación no casa bien con la felicidad. Esa espera sine die a ver si llega lo que termine de colmar la existencia, o peor aún, lo que llene la vida de sentido, es lo más contrario a la esencia misma de la felicidad.
Por tanto, para ser felices hay que saber adaptar los deseos a las posibilidades concretas que la propia vida nos presenta, y esto implica saber renunciar a querer dominar el tiempo. Para llegar a la auténtica felicidad, debemos centrarnos en el presente, único momento realmente concreto. El resto, ni pasado ni futuro, encarna una existencia feliz.
Como la búsqueda de la felicidad forma parte de la naturaleza humana, en realidad, la pregunta que debemos formularnos no es tanto si hay que buscar la felicidad, sino más bien cómo buscarla. Y para esta pregunta, sólo hay una respuesta satisfactoria: la felicidad requiere una transformación interior. Mientras que no se dé en cada persona un cambio de mentalidad, la búsqueda será siempre infructuosa y estéril, provocando una insalvable melancolía.
Se trata pues de cambiar la manera de ver las cosas: pensar, superando las limitaciones del modelo que ofrece el mundo. Y este cambio no se limita a un cambio de mentalidad, sino que además implica un cambio en el comportamiento, en la actitud, en la manera de vivir y de ser. En otras palabras, una transformación completa de la persona. Aquí está la clave de la búsqueda, el camino y el fin de la felicidad.
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