En el libro titulado “Las Victimas de Colón”, del escritor Hartwig Weber, se puede leer lo siguiente: «La intimidación y el terror se convirtieron en la base de los primeros encuentros entre españoles e indígenas. Más tarde hubo matanzas, realmente grandes baños de sangre, motivo por el cual cuando los indios escuchaban la palabra “cristianos” temblaban de miedo como si se encontraran ante auténticos demonios. Literalmente se podría decir que los caminos recorridos durante la conquista estuvieron franqueados por cadáveres de indios ahorcados y empalados, y esto con el objeto de difundir el espanto y el pánico”.
Estimado lector, ¿se puede usted imaginar una mayor blasfemia que la de abusar del nombre de Jesús, el Príncipe de la paz, para aterrorizar a otras personas con tormentos y violencia? ¿Puede haber un mayor abuso que cometer atrocidades en nombre de Dios, quien precisamente dio a los seres humanos el Mandamiento “No matarás”? Dios no conoce castigo alguno, tampoco ningún infierno, Él ama infinitamente a todos Sus hijos humanos, sin embargo los nativos americanos durante la conquista, encontraron realmente el infierno en la Tierra, y esto a manos de los llamados “cristianos”.
Nadie reflexiona sobre las verdaderas consecuencias de estos acontecimientos, tampoco las autoridades eclesiásticas, pero cuando las almas de estos seres humanos pasaran a los mundos del Más allá tras su muerte, ¿qué pensarían sobre el Dios de aquellos que los mataron, y sobre Cristo Su hijo?, ¿Podrían confiarse a ellos para ser conducidos al hogar eterno?
Sólo nos es posible intuir lo difícil que pudo ser todo esto para las muchas almas asesinadas y torturadas de una forma tan cruel; igualmente solo podemos intuir lo difícil que les será el perdonar a los autores. ¿Y cómo podrán liberarse de la idea de que Dios, el Eterno, o Cristo, Su Hijo, no han sido los causantes de su sufrimiento? Al fin y al cabo los asesinos en su delirio homicida tomaban una y otra vez el nombre del Altísimo en sus labios. Pero Dios, nuestro Padre celestial, ama infinitamente a todos Sus hijos e hijas. Y Su deseo más profundo es tenerlos a todos consigo. Por eso Él, Dios se ha dirigido siempre a la humanidad a través de la palabra profética, también en nuestra época actual habla a los hombres a través de Gabriele, la profeta y enviada de Dios para nuestro tiempo.
Ya en el año 1981 el Querubín de la Sabiduría divina, un príncipe celestial ante el trono de Dios, habló con palabras claras sobre el abuso que las autoridades eclesiásticas y sus siervos han cometido durante siglos en todo el mundo en nombre de Jesús, el Cristo. A continuación podrán leer unos párrafos de esta manifestación divina: “Después de Su resurrección el Señor anunció que transmitiría verdades más profundas a los Suyos. Él enseñó a través de hombres y mujeres profetas en el cristianismo originario, y después en la Edad Media. Él quería primero enseñar a los Suyos y después bautizarlos con el Espíritu de la Verdad y del conocimiento, para después enviarlos a enseñar el Evangelio. El Señor quiso únicamente enviar a hijos iluminados a esta misión, no que fueran quienes no lo eran.
Los cristianos salieron ciertamente para convertir a otros en cristianos. No obstante su convicción no era el amor altruista sino la espada del odio, la codicia por el poder y el prestigio. De este modo torturaron y mataron cruelmente a los hijos del Señor creyendo que así podrían conseguir que despertara el cristianismo. Sin embargo esta matanza hecha en el nombre de Cristo aún no está expiada, y por ello todavía es presente.
Hasta el tiempo actual la institución Iglesia no ha devuelto nada de lo robado a los pueblos a quienes robó sus tesoros, tampoco ha reparado los horrores cometidos. El odio de las personas a las que se mató antaño todavía está adherido a sus almas, y estas almas que se encuentran en los ámbitos de purificación, aspiran a vengarse. Su apremio de venganza se dirige principalmente contra Cristo y contra todos aquellos que se denominan cristianos y que fueron cómplices de la matanza, pues en Su Nombre llevaron a cabo lo más vil».
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