Hotel Astral, Madrid, cercano a la capital de España —a 15 kilómetros de la Puerta del Sol— Último día de mayo, 31, como tienen todos los mayos, incluido el de 2018. Un buen hotel, pero de fachada impersonal, sencillo y, sobre todo, discreto para la ocasión, ubicado en una de las zonas de mayor desarrollismo del ladrillo con el pelotazo urbanístico de hace 20 años. Polígono Industrial Sur pegado a Rivas Vacíamadrid, A-3, dirección Valencia. Centro operativo de jóvenes comerciales de la periferia, visitadores de empresas a las que ofrecer su mercancía como en su día lo hacían los mercaderes persas. Habitación 507, con una decoración modernista y funcional en la que para nada sus diseñadores echaron el resto en detalles estéticos. La contracortina plastificada de color gris —como todas— estaba a medio correr, a pesar de la hora, las 11 de la mañana y, en semipenumbra, algunos pequeños haces de luz traspasaban el humo flotante del último cigarrillo americano que se había fumado Mario, yendo a estrellarse sobre el espejo que presidía una pequeña cómoda. La imitación de mármol de Carrara del rectilíneo mueble soportaba una serie de objetos personales —llaveros, cartera, paquete de tabaco, mechero, pañuelo, bolso…— que habían sido depositados con ansiedad previamente a la explosión del deseo entre dos amantes. Mario fijó una voluptuosa y descarada mirada sobre el sensual cuerpazo de Carmina que, como una sirena de tierra, se desplazaba descalza por la moqueta, hacia la cama, recogiéndose al mismo tiempo su larga melena rubia con un lacito de pelo multicolor.
Los jadeos se hacían cada vez más perceptibles y los cuerpos entraban en sudoral puesto que, a instancias de Carmina, para evitar una faringitis casi crónica, habían apagado el aire acondicionado. Para nada les molestaba el ruido de una aspiradora que limpiaba una habitación cercana. Todo lo contrario, el aparato era como un aliado que ocultase algún gemido. Dos cuerpos fundidos en uno. La pasión en efervescencia.
Mario, alto cargo de la administración tributaria, había reservado la habitación el día anterior y a Gerardo, el recepcionista, no le extrañó para nada la hora de entrada —las diez de la mañana— puesto que estaba acostumbrado a que otras parejas madrileñas utilizasen el hotel como “nidito” de amor. A Mario, el día le venía ni pintiparado ya que la moción de censura contra Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados, presentada por el socialista Pedro Sánchez, tenía distraído a todo el personal de su sección y a pesar de que se jugaba su futuro con la moción —si caía Mariano él también caería por ser cargo de confianza—, prefirió escaparse con Carmina, compañera en la Comisión de Economía del partido, 15 años más joven que él, aunque Mario, gracioso y coqueto, aparenta muchos menos de sus 50 recién cumplidos.
A pesar del deseo que todo lo envolvía, Mario dejó la televisión encendida, sin voz y, tras el preludio de caricias y besos, colocados ya en la posición de la cabalgata, atisbaba de vez en cuando a ver con el rabillo del ojo —por encima del hombro de Carmina— los titulares animados en la parte de debajo de la pantalla del televisor. Intuía, como si su subconsciente se lo dictase, que iba perdiendo Rajoy y que todo se acabaría. Pero para nada le desconcentraba la delicada situación del político gallego y por extensión la suya propia. Seguía impulsando con fuerza su pelvis, rítmicamente, y notaba la excitación que provocaba en su compañera cuyos jadeos eran más rápidos y más elevados sus gemidos, hasta el punto que llegó a pensar si serían escuchados por alguna de las “kellys” que se movían por el pasillo, a esas horas matinales, empujando los pesados carros de la limpieza. Pensó también que pronto llegaría el clímax, tantas veces deseado por él en su cortejo a Carmina que, hasta no hacía mucho, jamás había mostrado el más mínimo interés por el alto funcionario.
Mario, a pesar de ensimismarse en su fogosidad pensaba también en si su compañera alcanzaría el frenesí del orgasmo en esta su primera relación. Pero, de repente, algo vino a alterar el microcosmos en el que los tórtolos estaban flotando. Algo lo trastocó todo, como un sunami vacacional, sacándolos del contexto sensual y sexual en el que estaban envueltos. No podía ser. Los titulares animados no dejaban de anunciar que ZZ, Zinedine Zidane, el entrenador de las tres últimas Champions del Madrid, había dimitido. Mario solo acertó a apartar suavemente a Carmina y exclamar: “¡Dios!” Carmina, sorprendida, le espetó: “¿Qué pasa?” A lo que Mario, balbuceante, le contestó: “Zi-da-ne ha di-mi-ti-do”. El “gatillazo” de Mario fue de los que hacen época y Carmina, desde ayer, no lo ha vuelto a llamar.
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