Las cosas son como son, ya no paramos a discutirlo. Sobrepasado ese nivel, las cosas son como las interpreta cada uno; es decir, nos olvidamos de las esencias de esas cosas; peor todavía, posponemos cualquier idea sobre la esencia de las personas. Bajo esa actitud presuntuosa, volvemos a la antigua noción de la FUERZA. La mayor potencia de un individuo o grupo de ellos, determinará la posibilidad de imponer sus realidades a los demás. Tan anriguo como eso. Tan moderno como lo atestiguan las experiencias cotidianas. Los formatos empleados son camaleónicos, pero no consiguen disimular el aplastamiento de los menos avisados o peor preparados para contrarrestarlos en los diversos sectores de la convivencia.
Los lamentos nos sacuden desde los apartados menos esperados. Funcionamiento de las Universidades o escuelas, estado de la legislación vigente, decisiones de los jueces, las movidas con escaso bagaje argumental, la gente en sus relaciones directas sin asomo de miramientos. Mientras la razón escasea, puesto que los razonamientos apenas afloran en las discusiones, muy alejadas de los debates constructivos. Eso nos hace preguntarnos cómo se fraguan los PATRONES de conducta cuando no detectamos las reflexiones previas. Si ya de por sí estamos marcados por el destino incierto por nuestra naturaleza, cabría pensar en una labor mejor dispuesta para los entendimientos, pero es una suposición quimérica.
La ignorancia de mucha gente propicia las triquiñuelas de los espabilados. De hecho, aunque la gente disponga de abundantes conocimientos, las técnicas enmascaradoras pueden desviar la atención, poniendo un tupido velo ante cuestiones decisivas. En esos lances, aún conociéndolas pasan desapercibidas. Resulta indispensable la distinción entre simples OPINIONES y conceptos bien contrastados. Las primeras, bajo las apariencias de expresiones libres, acaban como expresiones evanescentes apuntando a una mediocridad sin salidas gratificantes, expuesta a las manipulaciones. El conocimiento contrastado refuerza la posibilidad de resistencia a la que no alcanzan las opiniones.
En la práctica acuciados por los problemas, la distancia desde un simple punto de vista con respecto a saberes contrastados es francamente difícil de apreciar; le prestamos poca atención a estos matices. Vistos de cerca, los detalles aparentan una realidad, con frecuencia muy diferente a su valoración desde las afueras. Aunque no aparezcan fundamentos comprobados, la COSTUMBRE se convierte en la normativa correcta, por la mera concordancia de opiniones. Se cierra el círculo, apartando investigaciones bien planteadas y puntos de vista distintos. Se configuran ámbitos peligrosos e intolerantes. Lo detectamos en los Parlamentos oficiales, nadie atiende a razones, atareados en ocultamientos y presiones.
Escuchando a los vociferantes activos en todos los medios, leyendo sus prolíficos escritos repetitivos, comprobamos con rapidez un hecho contundente. Las opiniones vertidas no están siempre en el lado virtuoso de los procedimientos. Sin la coherencia de las inteligencias integradas en el bien común, la suma de opiniones se limita al establecimiento de normativas funcionales dependientes de las fuerzas o los números como argumento decisorio. Ante dicha realidad confusa, la TEMPLANZA equilibrante entre impulsos, deseos, caprichos, diversidad y razonamientos; representa una cualidad imprescindible. Deja en entredicho a la tónica habitual de las oleadas disformes. El desprecio de los recursos intelectuales no presagia hallazgos saludables.
La ausencia de respuestas absolutas nos aboca a una inestabilidad existencial permanente. Estamos expuestos al carácter ilimitado de las posibles interpretaciones. Acogemos a la apertura de miras como constitutiva, ya que su negación es una actitud necia y absurda. Ahora bien, las variadas perspectivas particulares quedan como simples PREJUICIOS obstaculizadores de las tareas de comprensión; estas requerirían la integración de los mejores recursos disponibles. De ahí la importancia de la citada templanza como ejercicio de conjunción. Echamos de menos esas actitudes concienzudas ante los sucesivos alborotos en las actividades públicas con las consiguientes insatisfacciones.
En estas andanzas de las ocurrencias irreflexivas, con la confluencia de opiniones cargadas de intenciones, sin entrar en valoraciones contrastadas; asistimos a una de las transformaciones de mayor repercusión en la vida comunitaria. No es otra, la sufre el concepto de AUTORIDAD. Sin duda, pasó épocas de implantación arbitraria ejercida al dictado de los poderosos del momento. Después parecía consolidarse en los predios razonados, conocimiento e investigaciones sucesivas. Ahora sucumbe de nuevo a expensas de las opiniones superficiales. No es aceptado el peso de ninguna autoridad. Convertida en una estructura endeble, bajo la credulidad e indolencia general, es el muñeco de los desaprensivos.
Las generaciones se suceden, las instituciones cambian sus gestores, siendo difícil encontrar dos interpretaciones similares; la mirada sobre los entornos es fiel testigo. En las primeras observaciones parece un buen objetivo eso de la pluralidad imperante sin predominios artificiosos. Pronto, sin embargo, pasando desapercibido o debido a un cierto grado de estupidez negligente, destruimos la consistencia de los métodos distintivos; en beneficio de la APROPIACIÓN del sistema por parte de quienes detentan los poderes fácticos, servidos también por sus cómplices. La presunta liberación ilimitada resultó destructiva, rechazó hasta las reglas provisionales, adentrandonos en el laberinto por el laberinto pergeñado por los agentes solapados.
Bien conocido es el imperativo de los cambios, saturados como estamos de conexiones, desaparecidos los apoyos previos; son evidencias definitorias de la época. Pero el colmo de las engañifas es la proliferación por los alrededores de los vendedores de aparentes firmezas, ora de carácter étnico, económico, costumbristas, científico o histórico. Ya de por sí, ese talante presuntuoso debiera motivarnos para su rechazo; su proclamación se desvirtúa por la enajenación y el desdén dedicado a cualquier versión diferente. El afán PERFORMATIVO irrespetuoso con los demás es abrumador, tampoco es exclusivo de ahora, pero en este tiempo acentúa su anacronismo e intemperancia.
Obsesionados por los proyectos propios, el desliz sobreviene ligero, , intentamos desligarnos de las restantes conexiones, que son inevitables. Las silenciamos u olvidamos. Insisto en la actitud reduccionista, traduce la ausencia de explicaciones convincentes; el aislamiento no es fruta de este mundo, su sola pretensión lo ridiculiza, es un imposible. Los peores rasgos degenerativos coinciden en ese proyecto absorbente centrado en los deseos particulares. La existencia no está escrita en ningún pergamino estático. La IMAGINACIÓN sobresale de cara a las versiones. Las orgullosas proclamas o los comportamientos cegztos nunca superan el rango plural de la existencia. Si decimos poco de lo propio, menesterosos como vamos; ya me dirán sobre la intentona de ahormar al prójimo.
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