El mundo parece regirse por una geopolítica etílica. Europa y Latinoamérica andan de botellón en lo que parece una noche sin fin. Maradona y Juncker se han revelado sinécdoques de la dipsomanía ambiente.
Y entre tanto, dos listillos, o uno siamés: “TrumPutin”, aprovecha(n) para pergeñar a su antojo tretas maquiavélicas sin sentido alguno de la mesura.
África anda en coma etílico tras beber tanto garrafón como le han colado. A Reino Unido solo le interesa la Europa meridional como botellódromo, y, mientras, China aprovecha la coyuntura para hacer pasta vendiendo latas de birra a un Occidente entregado a la priva y a celebrar éxitos deportivos cualesquiera de deportistas que, subidos en autobuses tuneados con balconeras, se emborrachan y organizan bacanales mientras son coreados por el respetable a su paso por las calles.
Son muchos los problemas que afronta Occidente en la actualidad, ante los que prefiere darse a la frasca en una huida hacia adelante alcohólica… y que salga el sol por donde quiera, o que venga el Samur, que tendrá que venir. Igual que la dependencia alcohólica es una dura enfermedad, ciertos vicios adquiridos en política pueden ser igualmente perniciosos para la mundial convivencia.
La ebriedad con que anega el poder a quienes lo ostentan en los diferentes niveles estatales y supranacionales, les impide ver con serenidad (sobriamente) que nos dirigimos al abismo, y no hay patrullas que en un control de carretera rutinario les puedan parar y hacer soplar.
Ya muy en los albores del presente siglo, Francisco Umbral, muy crítico siempre con el liberalismo de nuevo cuño, meramente dinerario, apuntaba lo siguiente en relación con la Unión Europea: “Aquello que iba a ser la gran Europa, un solo país, con lo cual resolveríamos lo de los nacionalismos, y los pequeños nacionalismos y los pueblos sin historia, pues resulta que hoy es un club de ricos tratando de ser más ricos en dinero y más ricos en socios y más ricos en todo. Lo único que se debate es el problema del dinero, si quiere usted simbolizado en el Euro, pero nada más”.
Lo malo es que tales borracheras gubernativas, fruto de las celebraciones que se producen en las altas esferas decisorias desembocan en resacas que padece el cuerpo social, al que cada vez cuesta más reponerse y que, a la postre, es quien financia al Sistema, en parte pagando impuestos indirectos cuando bebe, tantas veces, para sobrellevar el estado de las cosas mientras canta aquello de “¡… hemos venido a emborracharnos; el resultado nos da igual!”.
|