Leo la noticia. Esconde el morbo en el suceso terrible, la viste de un cariño hecho de un almíbar que eriza aún más la piel. Cierro los ojos como para quitármela de encima. La piel. El mundo de hoy parece imposible si no lo vestimos de una piel soportable. Precisamos un abrazo por noticia, incluso en noticias así. Alguna vez hemos jugado a ponernos en lo peor, y lo mejor es que nunca podremos llegar a imaginarlo: La seguridad a la que lleva lo inevitable, la necesidad de cercanía, de único consuelo en la cuenta atrás cruel, todos los momentos en que no supimos como acariciar esa otra piel, como modular en ella sentimientos como ánimo, cariño o deseo. Las cosas que no pueden terminar de ese modo pero lo hacen. La insistencia obsesiva en que todo pasé rápido aunque lo más rápido no baste, la mala suerte de estar donde no toca, los planes que ya no existen, los futuros que seguirán invisibles entre la humareda gris que es a lo que se reduce toda consunción.
Apago la prensa, la pantalla, el bucle de imágenes del horror, todo aquello que no tenga que ver con abrazos, aunque sepan al almíbar que nos trata como niños, que nos hace soportables las cosas que no tienen arreglo.
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