HBO, Netflix, Instagram, Facebook… y otras centenas de realidades nos recuerdan que vivimos en una sociedad en la que se rinde culto a la imagen. Vivimos una sociedad en la que una pareja troca un orgasmo por un atracón de capítulos de una mediocre serie norteamericana —como apuntan varios estudios que indican el incremento de abstinencia sexual—. Y una sociedad así solo está destinada a su emasculación creativa y existencial; una suerte de olvido de la poesía y sacralización de la mala prosa.
Una imagen vale más que mil palabras, reza el falaz refrán castellano. Envueltos en rutilantes palabras y nombres, ¡cuántas mentiras estamos dispuestos a expeler los humanos! Una imagen vale más que mil palabras necias; sin embargo, una imagen nunca podrá sustituir una palabra concreta en el lugar adecuado de una frase que construya texto alguno. Ninguna imagen, ningún fotograma ni ningún óleo podrá retener los sentimientos que atenazaban a Anna Karenina cuando consuma su adulterio, o el arrepentimiento que embutía a Mosén Millán cuando se aproximaba el inicio del réquiem por un campesino español, o la rutinaria normalidad que incendiaba a Winston Smith en el distópico 1984, o la angustia que laceraba a un Gregor Samsa convertido en insecto… Y un largo elenco de ejemplos que no acierta a tener final alguno, pues también se halla cada estado anímico o cada fugaz pensamiento que le ha poseído a lo largo de su vida, querido lector.
La literatura no solo es el arte de narrar historias. La literatura es el arte de penetrar en el alma humano y escudriñarlo con la minuciosidad de un científico. Asimismo, la literatura solo puede alcanzar la perfección mediante la expresión verbal; y, en una sociedad en la que se desdeña la expresión verbal, la plenitud humana no cabe. Acostumbrados a la imagen, tan necesaria, no podemos olvidar que la palabra y las letras han de ser columna vertebral de cualquier persona. La palabra literatura está muy desgastada. Quizás, por un sistema educativo que nos “obliga” a deglutir obras de arte a destiempo o sin las herramientas necesarias. No lo sé; ese debate se lo dejo a pedagogos y profesores. Yo solo constato que estamos ante una sociedad que naufraga en sus excesos y en un materialismo cada vez más numérico, que aparta la necesidad de leer y de ensamblar las palabras que forman la literatura. Estamos ante una sociedad en la que se vende más caro un beso que un coito; en la que se vende más caro una confesión que una mentira; en la que se vende más caro un libro que la apatía; en la que se vende más caro a un refugiado que muere en el Mar Mediterráneo que comodidades accesorias… Y la génesis está en el descuido del arte del que mana la armonía del alma: la literatura. La literatura, como puede apreciarse, es más necesaria que nunca.
Asimismo, a escasos días de que concluya el período estival, quisiera hacer apología de la literatura e invitar a cada uno de ustedes a tomar un libro, el que tenga un título o una sinopsis más impactante, lo que sea, y se atrevan a zambullirse en sus páginas. Les aguarda una travesía por países fantásticos o remotos y por tiempos pretéritos o futuros. Les aguardan nuevos personajes que se convertirán en amigos inseparables, sabios maestros y, en ocasiones, reflejos de su propia vida. Pero, sobre todo, les aguarda el afilado ejercicio de contrastarse con uno mismo y adentrarse en las sinuosas avenidas que componen nuestro propio mundo interior.
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